Cada año, el lugar es motivo de fiesta y de múltiples procesiones que la feligresía católica realiza en busca de obtener un milagro. Semana Santa no es la excepción, afirma don Manuel Recinos, un vecino de “El Picacho”.
“Todo el tiempo el Cristo pasa lleno de gentes, vienen a pedir su milagro y yo creo que lo reciben porque después vuelven para agradecer”, confiesa a Proceso Digital.
La inmensa figura elevada, permite a los que viven en Tegucigalpa divisar al Cristo desde varios kilómetros de distancia. De noche, se reviste de suficiente iluminación para destacar su impecable diseño.
El Cristo –que se erigió el 14 de enero de 1999- es preservado por una fundación sin fines de lucro, que lleva su nombre. La entidad tiene a cargo no sólo su restauración, sino también velar porque los senderos y caminos que conducen a la esfinge se mantengan en buen estado y armonía con los turistas propios y extraños que la visitan.
Tanto la plaza ceremonial, como los sanitarios, las rampas, los locales comerciales y las terrazas construidas en derredor, están cuidadosamente resguardados. Al igual que los jardines y árboles, que propician un entorno de frescura y calidez.
En el cerro El Picacho, los hondureños y extranjeros podrán realizar también actividades recreacionales, andar en bicicleta, tomar fotografías, recorrer senderos con sombras, áreas deportivas, visitar un pequeño zoológico, degustar la comida típica del país o simplemente acampar.
Aunque sin duda es mayormente propicio para disfrutar de momentos de quietud y búsqueda espiritual.
Según las autoridades de la fundación Cristo del Picacho, anualmente el lugar es frecuentado por unas 100.000 personas, quienes regresan seducidos no sólo por la vista espectacular que se aprecia desde lo alto, sino también por la calma y la tranquilidad que se respira desde este punto de la ciudad capital.