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En busca de la felicidad

Por: Pedro Gómez Nieto
Asesor y Profesor CISI

El Covid-19 está obligando a la humanidad a levantar el pie del acelerador para que observemos el paisaje, vamos demasiado rápido hacia el colapso medioambiental.

En Honduras está cercano el día que ya no tengamos bosque por quemar, árbol por talar, fuente por secar, rio por contaminar, agua para beber. Inconcebible que permitamos a los “Morlocks” devorar el hogar donde vivirán nuestros hijos, y sus hijos… sin que conminemos a las autoridades para que resuelvan de manera drástica o dimitan. El problema medioambiental debe ser prioritario en todo programa de gobierno. No podemos evitar que la vida traiga dificultades, problemas, pero sí podemos determinar nuestra actitud para enfrentarlos. Estamos en la vida para ser felices pero nos explicaron mal -o no entendimos bien- en que consiste y donde se encuentra la felicidad.

Siendo seres sociales sin embargo desconocemos nuestro rol en la sociedad. Decía Mark Twain que los dos días más importantes de la vida son el dia que naces y el que descubres por qué. Para hacerlo necesitamos apoyarnos en tres pilares: educación, formación, y pensamiento crítico. Construir estos cimientos requiere compromiso, trabajo y perseverancia. Según Thomas Edison el genio es 1% inspiración y 99% transpiración. El compromiso, la palabra empeñada ante terceros, primero es un pacto con nuestro yo interior. Pero la palabra perdió su valor, la prostituimos con el becerro de oro donde erróneamente buscamos la felicidad. Un informe económico del “Foro de Davos” establece que el 1% de la humanidad acapara más riqueza que el 99% restante, lo cual es aberrante. Política y economía dirigen el mundo, poder y dinero subyugan al ser humano.

Los problemas de Honduras proceden de las falencias en esos tres pilares sobre los que se levantan las sociedades. Radiografía somera de la situación: pobreza; mala educación familiar; desarraigo social; deficiente formación básica y superior; mano de obra poco cualificada; politización de una población ignorante, irresponsable, indolente; irrespeto por la autoridad; transgresión impune de leyes y normas; corrupción; debilidades endémicas de instituciones, infraestructuras y medios… Para trabajar por Honduras hay que dejar de mirarse el ombligo. Necesitamos un diluvio, como en los tiempos de Noé, que limpie la Tierra de la iniquidad, que desinfecte los corazones. ¿Por dónde empezar? Por la clase política, después la empresarial, después… Pareciera que todo está por hacerse.

En esta era tecnológica de la imagen y comunicación, sometida por las apariencias no por los contenidos, por las emociones no por el conocimiento ni la razón, soportamos una nueva forma de esclavitud llamada “Felicidad”. Estamos obligados a ser felices por necesidades del guion. Nos creamos perfiles virtuales, falsos, exitosos, y como éxito conlleva felicidad aparentamos ser felices, porque lo contrario nos mostraría como trileros fracasados, inaceptable para la imagen proyectada. Despreciables hipócritas que ante las cámaras aparentan vivir como piensan cuando en la oscuridad piensan como viven.

Decía Joseph Goebbels, ministro de Propaganda del Tercer Reich, que la mentira repetida mil veces se convierte en verdad. Enseñanza abrazada por los próceres.  Uno, ubicado en Matrix, se presenta ante la opinión pública, nacional e internacional, como el presidente electo de Honduras por dos mandatos consecutivos, sin que sepamos de un solo gobierno, ni organismo internacional, que lo haya reconocido. El filósofo Ortega y Gasset calificó esa farsa: “De querer ser a creer que ya se es, va la distancia de lo trágico a lo cómico. Es el paso entre lo sublime y lo ridículo”. Políticos fracasados que esconden sus patologías exhibiendo la basura encontrada en cualquier muladar. En Honduras sobran profetas que pretenden arrastrarnos hacia la oscuridad de la desesperanza, y faltan intelectuales que den un paso al frente aportando sus ideas. “Cuando nuestros intereses y valores están en juego, tenemos la responsabilidad de actuar”, recuerda Barack Obama.

Interpretamos la vida como una carrera para satisfacer necesidades, aspiraciones. Buscamos objetivos materiales, no espirituales; pasamos el tiempo mirando al suelo, no al cielo. Creemos que satisfecha la necesidad, alcanzado el deseo, la felicidad viene incorporada, pero es mentira. Pronto descubrimos que no tenemos suficiente, y como adictos buscaremos nuevas dosis con mayor frecuencia. La felicidad no se busca, se construye. No es algo para consumir sino para atesorar en nuestro interior. Es un estado del espíritu, una manera de ser no de tener.

“Amamos las cosas y usamos a las personas en lugar de hacer lo contrario”. -Abraham Lincoln-

 

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