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El signo de los tiempos

Por: Julio Raudales

Tegucigalpa.– Parece que nadie (al menos nadie de quienes devienen en el deber de buscar una solución al contexto que vivimos) ha entendido la dimensión histórica del problema que el país enfrenta en estos días.

Esta vez no podría disculparles. Ya hemos tenido suficientes experiencias cercanas y se han dado los tumbos necesarios, como para tener claridad y evitar cometer errores que sigan comprometiendo el futuro.

Creo que para entender las venturas del presente es a veces necesario ubicarlo en contextos macro-históricos, de la misma forma que, para entender la macro-historia hay que saber leer en los signos del día.

Vivir el presente como historia y leer el pasado como presente -recomendaba el historiador Ferdinand Braudel- ayuda a entender, porque la filosofía ontológica sugiere que el pasado no sólo existe en el pasado (como algo cronológicamente superado) sino que acompaña e interfiere el presente de modo contínuo y pertinaz. O en expresión más radical: vivimos a cuenta del pasado.

Por una parte, el futuro porque es futuro, no ha sucedido, y el presente no es más que mediación entre un pasado que ya existió y el futuro que no conocemos. Disquisición no ociosa si pensamos en la Honduras de nuestros días, marcada no sólo por acontecimientos actuales sino también por tantos traumas históricos.

Digo todo esto, porque es necesario insistir -perdonen mi necedad- en que la confrontación actual no se ciñe al problema de un impuesto o al control en el precio de determinados productos, tampoco el problema obedece a la discusión sobre si la reducción en la tasa vehicular se transmitirá de manera automática al precio de la canasta básica. La situación que nos confronta en estos días es enteramente política y cómo la política es un arte como tal debe ser tratada.

La gente está cansada de sentirse pobre, de percibir cómo la ostentación y el lujo de quienes tienen la suerte de pertenecer a una “nomenclatura espuria” malgastan el dinero que debería de servir para garantizar su acceso a un mínimo servicios que en pleno siglo XXI no deberían faltarle a nadie. Educación y salud, no digamos de calidad, pero al menos encaminada a la excelencia, carreteras en buen estado, acceso a servicios de electricidad y agua potable de forma sistemática. Pero, sobre todo, la certeza de que se puede ser escuchado por las autoridades cuando así es requerido.

Es evidente que los resultados de la gestión que se ha dado a las finanzas públicas en los últimos 20 años han sido estrepitosamente negativos, que es necesaria una revisión estructural, cuidadosa y sobre todo participativa de la forma en que se recaudan los tributos, y mas de la manera en que se invierten los recursos públicos La pobreza en el país persiste, los indicadores de calidad en la educación siguen siendo precarios y la gente percibe que la atención de pésima calidad en los centros de salud y hospitales.

Es a esto último a lo que hay que prestarle atención. No tanto al manejo de las políticas públicas como a los resultados que éstas producen y a la percepción que las acciones informales de quien detenta el poder generan en la mayoría de la gente, es hacia allí donde debemos enfocar los esfuerzos para solventar los problemas.

Y no se me malentienda. Por supuesto que una de las grandes falencias en el país sigue siendo la poca eficiencia de quien diseña las políticas sociales y económicas. Persiste la regresividad en la recaudación y en el gasto, el endeudamiento sigue invirtiéndose en elementos que no garantizan un futuro mejor. Pero mas allá de eso, debemos entender que la otredad existe y debe considerársele. Y esto va para las autoridades mas que para la ciudadanía.

Hay que aprender a leer el signo de los tiempos. Valoremos lo que el pueblo quiere y después hagamos políticas públicas consecuentes con ello. Solo así podremos superar los problemas actuales.

 

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