– Se estima que el 70 por ciento del parque vehicular de la isla caribeña está compuesto por modelos 50 y 60.
– Aunque la mayoría ha sido totalmente modificada, casi todos mantienen la carrocería intacta.
– Muchos de ellos funcionan como taxis que mueven al principal rubro económico de la isla: el turismo.
Los miles de estos viejos automotores inundan el paso por la ahora turística La Habana haciendo que la experiencia tenga un toque de aquellos días en los que comenzó la revolución comandada por Fidel y Raúl Castro, Ernesto ‘Che’ Guevara y Camilo Cienfuegos o quizá los tiempos de Fulgencio Batista, con todo el esplendor del cabaret Tropicana.
Como dice una popular canción de Ricardo Arjona: “La vieja Habana de la soledad” para retratar lo que es hoy la histórica isla que ha sobrevivido a embargos económicos, a devastadores embates de la naturaleza y a las ausencias propias de su realidad que actualmente encuentra en el despegue de la industria sin chimeneas, un atractivo especial que se refleja en sus remendados, pero no menos hermosos automotores.
Proceso Digital, por medio de su periodista, vivió la experiencia inigualable de subirse a estos legendarios carros.
Los hay de todos los colores. Modelos únicos, carros largos y con el claxon de antaño. Vehículos que son una verdadera postal en las vetustas calles habaneras.
Tarde de un sábado de septiembre de 2012 o de 1960 -da igual- , temperatura cerca de los 35 grados centígrados y la amabilidad de un motorista que conduce un modelo Chevrolet de 1956, color azul celeste, con la tapicería intacta y el tablero casi de fábrica.
Se estima que más de 60 mil automotores viejos -también conocidos como “almendrones”- circulan solo en La Habana, que cuenta con un poco más de 2 millones de habitantes.
El atractivo que suelen provocar en los turistas los vehículos antiguos se combina con el casco histórico de la isla que fue declarada como patrimonio de la humanidad por la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura).
Casi todo el parque vehicular luce en perfectas condiciones en su carrocería, así como el interior de la cabina, aunque la parte mecánica ha sido modificada con repuestos genéricos y en otros casos con híbridos artesanales elaborados por sus dueños.
No era el caso del Chevrolet 1956 que nos transportaba. ‘‘Oye chico, este bicho está buenecito y lo cuidamos porque es patrimonio familiar. El motor es original y lo hemos conservado muy bien’’, dice Medardo, un cubano que recorre las calles en busca de turistas que quieren vivir la experiencia de abordar un vehículo que llegó a La Habana para quedarse.
El costo por automotor depende de las condiciones en que se encuentre, aunque pueden oscilar entre 15 a 30 mil dólares. Muy pocos de ellos están en venta y no pueden salir del país porque forman parte de su contenido cultural e histórico.
Al consultarle al copiloto del taxi ¿cómo hacen para mantener circulando estas reliquias?, contesta que el tiempo les ha dado el aprendizaje necesario para maniobrar con los mismos. ‘‘Si es posible nosotros fabricamos las piezas, hasta con pedacitos de madera las hacemos… cuando son repuestos complejos aún los traen de Estados Unidos, pero para que caminen nosotros nos ingeniamos’’.
Entre tanto, Antonio Gascón, el dueño de un Ford de 1954, dice que debido al embargo el país dejó de importar vehículosy la necesidad los ha obligado a subsistir con los que habían antes de esa fecha.
‘‘Mira mijo” -dice Antonio- “estos carros estaban en todo el país, pero la gente se ha visto obligada a traerlos a la ciudad (La Habana) porque se pueden utilizar en el turismo y subsistir de esa forma. Me atrevería a decir que ya son contados los que hay en provincias porque la mayoría se concentran aquí’’, cuenta este originario de la isla, quien además es ingeniero eléctrico, mientras conversa con Proceso Digital.
Luego agrega: ‘‘ya sé lo que me vas a preguntar, ¿qué hace un ingeniero trabajando de taxista?, pues oye chico el país gradúa muchos profesionales en todas las áreas y no hay donde ponerlos… unos estamos de taxistas, otros en hoteles, en aeropuertos y así por el estilo’’.
Tanto Medardo como Antonio dicen que no cambiarían sus vehículos por unidades de últimos modelos.
La experiencia de viajar en estos “bichos” -como les llaman los cubanos – está a la altura de subirse al metro de Nueva York, o a un crucero de Chicago, pero con el aliciente de contemplar “la vieja Habana de la soledad”.
No fue el reloj del tiempo que se paró en la tierra de José Martí, Alejo Carpentier, Celia Cruz y muchos más, o donde otros medios de transporte como la guagua (microbuses), los coco taxis, los cruceros, y los viajes a caballos no tienen el encanto de los reminiscentes automóviles que cuando los abordas deseas prologar el paseo.
La Habana de 1960 solo se puede vivir a bordo de los coches antiguos que nunca morirán.