El objeto y sujeto

Julio Raudales

Cada discurso, sobre todo si se trata de uno sobre política internacional, busca interpelar a un determinado sujeto. Ese sujeto es el objeto del discurso. Por ejemplo, la Asamblea General de las Naciones Unidas plantea cada año a los jefes de estado, la posibilidad de dirigirse al sumun de las audiencias en el mundo. De ahí su importancia.

Cuando un líder o lideresa se para frente al podio político más importante del planeta, lo mínimo es esperar que antes haya reflexionado con su entorno sobre a quienes dirigirá sus palabras y qué espera obtener de lo dicho. El objeto y sujeto siempre son indisolubles.

Lo más importante, en todo caso, es la coherencia, ya que de lo bien articulados que estén la palabra y la acción dependerá la credibilidad y por tanto el éxito de su participación.

En su alocución de la 78 Asamblea general de la ONU, la mandataria hondureña exhaló una sinuosa colección de reclamos y quejas más parecida a una catarsis histriónica acerca de lo mucho que afectan su estado de ánimo las asechanzas de la oposición interna, en vez de plantear algún problema que afecta al globo y proponer alguna solución en la que Honduras pueda colaborar, como hicieron sus homólogos.

¿Qué esperaba obtener? ¿Qué intuyeron sus colaboradores al aconsejarle que leyera tal monserga?

Repitió, además, el guion ensayado en la previa reunión del G77 + China al decir que el tinglado socioeconómico actual, basado en los acuerdos de Bretton Woods, es ya obsoleto y que debemos encontrar nuevos senderos para cruzar el hasta ahora angosto puente al desarrollo.

Curioso el devenir ya que solo unas horas después el Fondo Monetario Internacional, ese conspicuo miembro del monstruo anquilosado que según el discurso de la presidenta hay que destruir, anunció la firma de un acuerdo trianual con Honduras, causando los aplausos y vivas al organismo financiero por parte de los adláteres de la Presidenta. ¿En qué quedamos entonces? ¿Sirve o no sirve Bretton Woods?

Lo mismo se puede decir de la tan traída y llevada Cuenta del Desafío del Milenio. Se trata de un programa con fondos frescos ordenados en un “Compacto”, es decir, una propuesta articulada y coherente de proyectos de inversión que busca alcanzar, al menos en parte, alguno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Resulta que el célebre asunto de la Cuenta del Milenio, fue una iniciativa del presidente Bush hijo. Si, aquel a quien el “comandante Eterno” acusó de dispensar azufre.

Nuestro país apenas ha recibido una subvención y fue en el 2005. En adelante, otros países similares al nuestro como El Salvador, Ecuador, Guyana y más, se han beneficiado en múltiples ocasiones.

El problema es que uno de los “disparadores” fundamentales que permiten al país sostenerse en la aplicación a nuevos programas, es el indicador de control de la corrupción que maneja el Banco Mundial. De 2007 para acá quienes nos han gobernado no demuestran ni voluntad ni acciones para combatirla. El indicador no ha hecho más que empeorar año con año y eso cuenta aun para la administración actual.

Más allá de eso, resulta interesante observar cómo los áulicos de doña Xiomara se rasgan las vestiduras asegurando que el país va en buena marcha y finalmente recibirá la ansiada donación.

Curioso resulta de nuevo que la presidenta en su discurso de la ONU fuese reiterativa en el llamado a las potencias a respetar la libre determinación de los pueblos, llamando a las potencias a dejar a Cuba, Venezuela y Nicaragua en paz. ¿Cómo es entonces que admitimos que vengan a medir que tan gobernables y poco corruptos somos?

Debe ser por eso que nos toman tan poco en serio y, en general, cuando nuestros mandatarios hablan, el patio de butacas luce tan desolado.   

La presidenta y quienes la apoyan en su trabajo deberían entender con claridad la importancia de un discurso articulado y coherente. Difícil tarea es, si no se tiene claridad en lo que se busca. Después de todo, eran los antiguos chinos quienes repetían que no hay viento bueno para un barco que no tiene dirección.

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