PG. Nieto. Asesor y Profesor C.I.S.
La clase política ha descubierto en las plataformas mediáticas la herramienta para expandir su discurso tradicional utilizando un tipo de lenguaje llamado neolengua, que ya fuera expuesto por George Orwell en sus novelas “Rebelión en la granja” y “1984”.
Lo mismo que el neoliberalismo surge en una sociedad que buscaba un punto intermedio entre capitalismo y socialismo, el político busca y encuentra en la neolengua una herramienta eficaz para manipular el lenguaje. Como diría Orwell, “si se corrompe el lenguaje se corrompe el pensamiento y, con ello, se termina por destruir la democracia y la libertad, pues ambas reposan en verdades que ya no son reflejadas en el lenguaje”. El neolenguaje le da a las palabras, en el contexto de la frase, un significado distinto al original. El político deja abierta la salida de emergencia por si más adelante tiene que justificar que lo que dijo realmente no lo dijo, porque lo que quiso decir era otra cosa.
Los demócratas hondureños debemos buscar el concepto ideal de república, la republica liberal y constitucional, en la que prevalecen los derechos individuales como la vida, la libertad y la propiedad. Republica donde se limita el poder del Estado que debe ejercerse siempre por delegación, en la línea del modelo anglosajón que se implementó en los Estados Unidos tras su revolución de 1776, convirtiendo al país en la primera potencia mundial donde su principal deber es proteger estos derechos individuales.
Otra revolución ha influenciado a muchos países en Latinoamérica, la revolución francesa de 1789. En Honduras ha sido tan importante que, a modo de ejemplo, le dedica la quinta estrofa del himno nacional. A diferencia de la anglosajona, la revolución francesa le daba primacía al Estado por encima del individuo a quien debe tutelar y, desgraciadamente, esto ha llevado a muchos países del continente a permanecer en el populismo y subdesarrollo. Según la RAE, el significado de la palabra democracia es: “Doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno de un Estado”. ¿Quién es responsable de que después de décadas de democracia haya países sumidos en el subdesarrollo? Definitivamente los políticos y sus estructuras que han ocupado los puestos de dirección y poder. Una premisa, como dijo el filósofo Peter Drucker: “No hay países pobres, solo hay países mal administrados”.
El político con poder, tarde o temprano, se ve afectado por una enfermedad que llamaremos el “Mal del Espejo”, que ataca sin importar raza, credo o conocimientos. Cuando se mira al espejo termina por no ver su humanidad como es, sino cómo la proyecta en la meta que pretende alcanzar. Por ello termina confundiendo al Estado con su persona, y los intereses del pueblo con los propios. Cuando alguien cuestiona su gestión considera que la crítica, por vasos comunicantes, estaría debilitando al país y esto le resulta inadmisible. Desde su pedestal de privilegios –no acepta su temporalidad-, presiona y manipula para despejar el camino de obstáculos sin entender que la manipulación no genera fidelidad a largo plazo. Estamos ante una transacción. Ejemplo: ¿El policía que ofrece una recompensa por una información, busca una relación personal con el confidente o simplemente el dato por el que paga? Por tanto: ¿El político solicita nuestro voto o nuestra lealtad de por vida? Y una vez obtenido, ¿cuál es el mecanismo coercitivo para que el elector pueda exigirle sus promesas de campaña contaminadas por el neolenguaje? ¿El juicio político?
Los políticos se comunican con el electorado de fuera a dentro, no al revés. Hablan de lo que están haciendo bien ellos, o mal sus adversarios, lo cual no es complicado de exponer. Algunos suben un escalón para explicar cómo lo están haciendo, lo que sería ya para nota. Muy pocos se elevan al siguiente nivel para confesar por qué lo están haciendo; estos son los auténticos líderes a seguir. Las nuevas figuras políticas que dirijan a Honduras en el futuro serán aquellas que conecten con el electorado a través de las emociones auténticas, no de las palabras obsoletas del neolenguaje. Porque solo hay dos maneras de influir en el comportamiento del electorado, o bien les manipulamos, o mejor les inspiramos. Si para que me sigan les tengo que motivar mediante incentivos, entonces los estoy manipulando, lo que genera un vínculo solo material y temporal.
Inspirar no está al alcance de cualquier persona, porque lo que se dice y se hace tiene que mostrarnos lo que se es, su autenticidad. El político autentico genera confianza y con ella cimenta la fidelidad, lo que libera las emociones. Al pueblo se le llega por el corazón y la mente, no por el estómago, aunque todos necesitemos comer. Esto parece complicado de asimilar para algunos políticos tradicionales.
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