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El Magnicidio de Julio Cesar

José S. Azcona

La historia de Julio Cesar ha estado presente en la conciencia pública de todos los pueblos herederos culturales del imperio Romano (todo el mundo occidental). Su deslumbrante éxito, crueldad mezclada con merced, energía con falta de escrúpulos, y genio reconocido hasta por sus enemigos le garantizan una fama eterna. Su muerte es lo más emblemático, ya que quienes le quitaron la vida lo hicieron en nombre de un ideal y simultáneamente eran traidores a su benefactor.

El problema político consistía en que las instituciones de la Republica Romana no correspondían con las necesidades de gobierno del enorme estado en que se había convertido. Por tanto, los generales cada vez adquirían más poder, marginando a la elite oligárquica que había gobernado tradicionalmente de forma colectiva.

El debate, que William Shakespeare recoge de manera brillante en los discursos de Bruto (líder de los conspiradores) y Marco Antonio (mano derecha de Cesar) dan durante su funeral. Bruto defiende el asesinato de un tirano, aunque reconoce lo doloroso que es para el personalmente, bajo el principio de Salus populi suprema lex esto (el bien del pueblo es la ley suprema). El argumento es de tipo utilitario, que el fin justifica los medios:

¡Romanos, compatriotas y amigos! Oídme 

defender mi causa y guardad silencio para que podáis oírme. Creedme por mi honor y 

respetad mi honra, a fin de que me creáis. Juzgadme con vuestra rectitud y avivad 

vuestros sentidos para poder juzgar mejor. Si hubiese alguno en esta asamblea que 

 profesará entrañable amistad a César, a él le digo que el afecto de Bruto por César no 

era menos que el suyo. Y si entonces ese amigo preguntase por qué Bruto se alzó contra 

César, ésta es mi contestación: «No porque amaba a César menos, sino porque amaba 

más a Roma.» ¿Preferiríais que César viviera y morir todos esclavos a que esté muerto 

¿César y todos vivir libres? Porque César me apreciaba, lo lloro; porque fue afortunado, 

lo celebro; como valiente, lo honro; pero por ambicioso, lo maté. Lágrimas hay para su 

afecto, gozo para su fortuna, honra para su valor y muerte para su ambición.

Antonio se enfoca en la indignación por el crimen en sí. Utiliza la emoción popular para ofuscar las razones que causaron el hecho, más bien enfocándose en la nobleza personal de asesinado. Al presentarlo como un mártir con un vínculo especial con el pueblo (y además fallecido, por lo que los peligros de tiranía se dan por concluidos), logra ganarse a la concurrencia:

Amigos, romanos, compatriotas, escuchadme: he venido a enterrar a César, no a ensalzarlo. El mal que hacen los hombres les sobrevive; el bien suele quedar sepultado con sus huesos. Que así ocurra con César

Bruto os ha dicho que César era ambicioso: si lo fue, era la suya una falta grave, y gravemente la ha pagado. Por la benevolencia de Bruto y de los demás, pues Bruto es un hombre de honor, como lo son todos, he venido a hablar en el funeral de César.

Fue mi amigo, fiel y justo conmigo; pero Bruto dice que era ambicioso. Bruto es un hombre honorable. Trajo a Roma muchos prisioneros de guerra, cuyos rescates llenaron el tesoro público. ¿Puede verse en esto la ambición de César? Cuando el pobre lloró, César lo consoló. La ambición suele estar hecha de una aleación más dura. Pero Bruto dice que era ambicioso y Bruto es un hombre de honor.

Todos visteis que, en las Lupercales, le ofrecí tres veces una corona real, y tres veces la rechazó. ¿Eso era ambición? Pero Bruto dice que era ambicioso y es indudable que Bruto es un hombre de honor.

No hablo para desmentir lo que Bruto dijo, sino que estoy aquí para decir lo que sé.

En el duelo oratorio, Antonio se lleva las palmas. Desde un punto de vista intelectual, el tema no tiene una conclusión clara. Según la historia, la muerte de Cesar resulto en otra ronda de guerras civiles que no concluyen hasta el triunfo de Octavio (Augusto), que instaura un gobierno personal de forma un poco más velada. Para este tiempo la oligarquía republicana había sido extinguida o cooptada, y no quedaban obstáculos en el camino de la construcción de un sistema imperial.

Sin embargo, los ideales de libertad y respeto al mos maiorum (reglas de nuestros ancestros), que era la constitución romana que inspiraba a Bruto, han continuado a lo largo de la historia. Por tanto, Dante Alighieri podía condenar a Bruto a lo más profundo del infierno en La Divina Comedia, y conversamente Jonathan Swift en los Viajes de Gulliver escribe:

Sentí súbitamente profunda veneración a la vista de Bruto, en cuyo semblante todas las facciones revelaban la más consumada virtud, la más grande intrepidez, firmeza de entendimiento, el más verdadero amor a su país y general benevolencia para la especie humana.

Por tanto, la más extrema traición convive con una nobleza absoluta de acción. La ley, la justicia, y la lealtad pueden no coincidir. ¿Dónde termina la obediencia y comienza el deber de la insurrección? ¿Le debemos latitud, aun contra lo que consideramos correcto, a quienes han sido buenos con nosotros? Por eso nos fascina siempre esta historia, cuyo paralelo encontraremos muchas veces (en escalas variables, pero generalmente mucho menores) a lo largo de nuestra vida.

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