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El homo de Atapuerca comía alimentos más duros y sin cocer que sus coetáneos

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El Homo antecesor de Atapuerca (Burgos) tenía una dieta basada en alimentos sin cocer, más duros y abrasivos, que los otros homininos del Pleistoceno inferior, según ha concluido un estudio de las trazas microscópicas que dejan las partículas abrasivas de los alimentos en el esmalte dental.

La investigación, que publica hoy la revista Scientific Reports, ha sido coliderada por expertos de la Facultad de Biología de la Universidad de Barcelona (UB), del Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES) y de la Universidad de Alicante.

Según el estudio, el Homo antecesor, una especie que habitó la Península Ibérica hace unos 800.000 años, habría tenido un patrón alimentario mecánicamente más exigente que el de otras especies de homininos de Europa y África.

Este patrón de consumo de alimentos duros y abrasivos podría explicarse por las diferencias en el procesamiento de los alimentos en un entorno muy exigente con fluctuaciones en el clima y en los recursos alimenticios, según el trabajo, que revela por primera vez evidencias sobre la dieta de estos homininos.

En el estudio han participado investigadores del equipo de Alejandro Pérez-Pérez (UB), formado por los doctores Fernando Estebaranz, Laura Martínez y Beatriz Pinilla (UB), Marina Lozano (IPHES), Alejandro Romero (Universidad de Alicante), Jordi Galbany (Universidad George Washington), y los codirectores del yacimiento de Atapuerca, José M. Bermúdez de Castro (Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana, CENIEH), Eudald Carbonell (IPHES) y Juan Luis Arsuaga (Universidad Complutense de Madrid).

Canibalismo y grandes mamíferos

Hasta ahora, la dieta de los homininos del Pleistoceno inferior europeo de Atapuerca se ha inferido a partir de los restos de animales encontrados: una gran variedad de mamíferos de gran tamaño e incluso tortugas, que ha sugerido la presencia de indicios de canibalismo en algunos de estos fósiles.

El estudio se ha basado en el análisis del patrón de microestriación bucal de los fósiles de la Sima del Elefante y Gran Dolina del yacimiento de Atapuerca.

Las microestrías examinadas son pequeñas marcas en la cara lateral externa de los dientes, de una densidad y longitud que dependen del tipo de alimentos masticados, ha explicado Pérez-Pérez.

Los fósiles de Atapuerca se han comparado con muestras de otras poblaciones del Pleistoceno inferior: con fósiles de Homo ergaster de África, con una antigüedad de 1,8 millones de años; de Homo heidelbergensis, que vivió hace más de 500.000 años en Europa, y con fósiles de Homo neanderthalensis que habitó la Península Ibérica, hace entre 200.000 y 40.000 años.

Los resultados muestran que los dientes del H. antecesor tienen más densidad de microestrías que el resto de especies analizadas.

“Esto no nos permite decir exactamente qué alimentos ingerían, ya que el material abrasivo que provoca las marcas en los dientes puede tener diferentes orígenes; pero sí nos señala que el H. antecesor tendría una alimentación basada en alimentos duros y abrasivos, como vegetales con partículas de sílice, tubérculos con restos de tierra, colágeno o tejido conectivo y hueso o carne cruda”, ha explicado Pérez-Pérez.

Variaciones culturales ante la dieta

Los investigadores sugieren que las diferencias en el patrón de microestriación entre los restos de la Gran Dolina y las muestras comparadas podrían reflejar variaciones culturales en la manera de procesar los alimentos.

A diferencia de las del H.neanderthalensis, que tenía una industria lítica más avanzada, las herramientas que se han encontrado en el entorno del H.antecesor son primitivas. Estos materiales no facilitarían procesar los alimentos y sugieren que usaban los dientes para masticar los huesos”, según el paleontólogo.

“Además -según el investigador- la falta de evidencias de uso del fuego en Atapuerca apunta que seguramente se lo comían todo crudo, tanto vegetales como carne, tendones o pieles, lo que causaba más desgaste dental”, según el trabajo.

“La carne en la dieta podría haber contribuido a ganar la energía necesaria para sostener un cerebro grande como el del H. antecesor, con un volumen cerebral de aproximadamente 1.000 centímetros cúbicos en comparación con los 764 del H. ergaster, pero también representaría una fuente de alimento importante en un ambiente altamente exigente donde alimentos como frutas maduras y vegetales tiernos, fluctúa estacionalmente”, ha concluido Pérez-Pérez.

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