El fantasma del Siglo XXI

Por: Julio Raudales
Tegucigalpa.- Sucede cada cierto tiempo y en circunstancias parecidas en la mayoría de los países, desarrollados o no. Sin embargo, hay que reconocer que lo que se manifiesta desde hace algunas semanas en Honduras presenta características inéditas: Nunca, desde la huelga del 54’, se había observado en nuestro país un fenómeno que describa de forma tan elocuente la inconformidad ciudadana.
 

Y digo que es inédito por su espontaneidad, por su vigor –están en muchas ciudades del país y del mundo- pero sobre todo por su matiz: allí hay profesionales, empresarios, ancianos, clase media y sobre todo jóvenes… ¡Muchos jóvenes!
Y no sorprende: hay mucho que reclamar y la democracia da para hacerlo. ¡Hay que aprovechar los espacios que se ofrecen, para expresarse! Sobre todo, si ha quedado en evidencia, como sin duda ha quedado, que las urnas ya no son suficiente señal para dirigir los estados. ¡Hay que seguir votando, si! Pero también hay que reclamar, participar y sobre todo autoridades: ¡hay que tener el buen sentido de escuchar!
Parafraseando el discurso del filósofo de Tréveris: Un fantasma recorre Honduras, el fantasma de la inconformidad, del legítimo reclamo, de la indignación. Por la corrupción galopante que nos azota desde que somos nación y que parece expandirse con el tiempo, por la ineptitud de las instituciones, por la falta de compromiso de quienes hemos tenido la responsabilidad de llevar adelante el programa de la gente, en fin, por la forma en que nos encuentra el 2015, año en que debieron cumplirse al menos los Objetivos del Milenio y que sin embargo veremos pasar sin que alguno de ellos se cumpla a cabalidad.
Pero debemos reconocer que la chispa que ha terminado por despertar la conciencia pública, es el manejo poco transparente, ineficaz, pero sobre todo abyecto: La corrupción.
 
Pero ¿Cómo afecta la corrupción a la economía de un país? Parece muy obvio y lo es, sin embargo, quisiera mencionar al menos 5 elementos que nos permiten ver de manera clara sus consecuencias en el bienestar material de la sociedad. Ojala y de ahí podamos obtener algunos elementos que nos permitan encontrar algunas soluciones:
Digamos en primer lugar que la corrupción afecta la eficiencia del gasto público. Parece obvio que cuando un empresario paga subrepticiamente para conseguir un contrato con el Estado es porque espera obtener unos ingresos adicionales, lo que supone el incremento del coste del proyecto. Además, las percepciones que recibe, bien el partido político correspondiente, bien personalmente el responsable de la Administración, les hacen proclives a gastar en proyectos sin un análisis cuidadoso de su rentabilidad.
 
En segundo lugar, la corrupción distorsiona la estructura del aparato productivo ya que, por un lado proporciona incentivos y señales inadecuadas a los mercados sobre la correcta asignación de los recursos. Un claro ejemplo se da en el sector infraestructura, donde los proyectos mal concebidos, sobrevalorados y muchas veces innecesarios, provocan movimientos en las tasas de ahorro, las cuales desembocan en distorsiones en los macro precios, incrementos en la deuda y sobre todo déficits fiscales innecesarios.  
 
Un tercer elemento es la deslegitimación de algunos mecanismos innovadores y potencialmente eficaces para la economía como ser las alianzas público-privadas, las concesiones, privatizaciones, formas de propiedad alternas, etc. Es evidente que la opacidad de muchos de los contratos de este tipo las vuelve desconfiables y perversas, con lo cual se pierden buenas oportunidades de crecimiento, empleo y por tanto desarrollo para el país.
 
Un efecto adicional, es que la corrupción desalienta el pago de impuestos. La eficacia del sistema recaudatorio se asienta sobre un conjunto de condiciones: legislación fiscal adecuada, información precisa, coerción disuasoria… y, también, conciencia social que logre que los ciudadanos acepten como un deber contribuir al esfuerzo común. Sin embargo, cuando la ciudadanía percibe que sus pagos no contribuyen al bien común y que enriquecen de manera indebida a quienes pagan para que los administren correctamente, es evidente que la eficiencia tributaria declinará en forma notoria.
 
Por último, aunque no menos importante: La corrupción deteriora la imagen de Honduras, lo cual afecta nuestra capacidad para atraer inversiones, generar empleos y mejorar nuestra autoestima. De nada sirven los esfuerzos al respecto, si no atacamos el fondo más que la forma: No solamente hay que parecer, también hay que ser.
Creo que los acontecimientos actuales proveen una vez más, un buen espacio para retomar el camino correcto. No perdamos pues la oportunidad, ataquemos el mal de raíz entendiendo que el cambio de Honduras empieza por nosotros.
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