Aunque parezca trillado, lo vivido en la última semana, amerita una reflexión seria, incisiva y, sobre todo, objetiva, que nos permita visualizar un camino a emprender de manera urgente, si es que queremos revertir esta senda, que solo parece conducirnos al despeñadero como sociedad.
John Stuart Mill, el gran economista y filósofo del siglo XIX, sostenía que nuestros países deberían instaurar la forma de gobierno que genere los mejores resultados. El británico aconseja medir con rigor las posibles consecuencias de la acción social; decía que, al elegir a nuestros gobernantes, debemos centrarnos no solo en cosas obvias como buenos servicios públicos, respeto a las libertades, crecimiento económico y prosperidad. También deberíamos examinar la manera en que las acciones gubernamentales afectan la virtud intelectual y moral de la ciudadanía. Algunos gobiernos pueden dejarnos atontados y pasivos, otros nos hacen más perspicaces y activos.
Stuart Mil esperaba que la participación política hiciera a las personas mas listas, mas preocupadas por el bien común, mas cultas y nobles. Creía que conseguir que un obrero pensara en política, sería como hacer que un pez entienda que hay un mundo fuera del agua. Mill decía que la política endurece la mente y ablanda el corazón.
Otro economista, Joseph Shumpeter, pensaba de forma diametral: decía que las personas típicas descienden a un nivel inferior de rendimiento intelectual en cuanto entran al ámbito político. Este gran pensador austriaco del siglo XX, discrepaba de Mill y decía que los políticos argumentan y analizan de una forma que ellos mismos reconocerían de inmediato como infantil en la esfera de sus intereses reales. En resumen, los humanos nos volvemos primitivos cuando entramos en política.
Si examinamos los hechos a la luz de las reflexiones planteadas por Mill y Shumpeter, da la impresión de que el segundo es quien tiene la razón. Y esto no solo es válido para Honduras, también para países con mayor tradición cultural. Basta recordar hechos como el asalto al Capitolio de los Estados Unidos en enero, la entrada del “Prócer” Bukele al Congreso Salvadoreño o el apoyo con el que personajes como Hitler, Trujillo y Batista llegaron al poder en su momento.
¿Por qué debería extrañarnos lo acaecido en Honduras la última semana? Bueno, hay algunas razones: Si seguimos la lógica de Stuart Mill, parecería raro que, en las primarias, el partido de gobierno haya conseguido casi el doble de los votos de los otros dos, siendo que en los últimos 12 años, quienes nos gobiernan no han hecho mas que empeorar la ya terrible situación en que el país ha vivido las últimas décadas. No parece entonces que el votante haya actuado de manera consecuente con la mejora en su nivel de vida material o en la garantía de sus libertades.
Y en lo referente a la hipótesis de Mill, sobre la forma positiva en que la participación política afecta las virtudes intelectuales y éticas de la gente, bueno, échele usted un vistazo a los candidatos ganadores y ya tendrá su respuesta.
He sido testigo en los últimos días, del estupor, tristeza y hasta la rabia con que muchas personas asumen los resultados de la contienda electoral del domingo. Algunos, porque trabajaron con denuedo para llevar al político de sus simpatías a la papeleta que definirá en noviembre el devenir del país. Otros, simplemente, porque votaron y sienten que han sido timados por un sistema electoral ineficiente y corrupto.
Muy pocos, los más agudos y desprovistos del prejuicio que genera la militancia rabiosa, perciben que el problema está en el fondo y no en las simples formas y que, dadas las circunstancias actuales, solo un cambio profundo en la organización social podrá generar en el votante una conciencia clara de la forma en que la política puede afectar nuestras vidas para bien.
No puedo ser optimista si me atengo al estado actual de las cosas. El futuro inmediato luce descorazonador; pero estoy obligado a insistir en la necesidad de una nueva Ley Electoral, una revisión profunda de las capacidades de quien gestionará el proceso de noviembre y, sobre todo, de una ciudadanía activa y perspicaz, que sepa poner freno a los desafueros de quienes hoy, controlan las organizaciones que guían nuestro devenir. Sin estos tres elementos, seguiremos en las honduras.