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El derecho a emigrar sin garantías reales

Por: Ricardo Puerta
Tegucigalpa.- Hay dos grandes familias de naciones en el mundo actual: países de inmigrantes y países de emigrados. Los de inmigrantes han logrado modernizarse y desarrollarse. Mientras que los de emigrados no han logrado todavía esa deseada meta.

Honduras es un país de emigrados, no de inmigrantes. Solo Panamá y Costa Rica en la región pertenecen a esa selecta liga. En ambas naciones el número de extranjeros que llega anualmente para quedarse supera en buen número a los nacionales que se van al extranjero buscando superarse. En Honduras sucede lo contrario.
 
Aunque a mediano plazo mejoren sustancialmente las condiciones socio-económicas, una Honduras con solo el 25% de la población total en pobreza, no está a la vista en el camino futuro por recorrer. Si Honduras creciera económicamente por una década continua al 8% por año, necesitaríamos por lo menos diez años más, en forma sostenida y con un desarrollo más equitativo e incluyente,  para salir de la pobreza en que ahora vive casi dos tercios de la población total, y dentro de ella en extrema pobreza cinco de cada diez nacionales.
Cuando “estamos menos peor”,  no superamos el 3.7% de tasa anual de crecimiento, como lo demuestran los últimos 6 años, con resultados insuficientes para superar a un nivel satisfactorio los bajos niveles de educación, empleo y salud que predominan. Equivalen a demasiadas cotidianas de la población hondureña que no son atendidas y que deberían recibir la atención prioritaria permanente por la administración municipal y central.
La pobreza esta tan enraizada en Honduras, que estratos  poblacionales que no la tienen en base a indicadores socio-económicos, también se sienten pobres. El 30% en Tegucigalpa y el 10% en San Pedro Sula de los ciudadanos con ingresos medios y altos, se autodefinen como “pobres”, según los resultados de la encuesta piloto del proyecto “Cómo vamos”, recién concluida en la capital y otras cinco ciudades del país. En consecuencia, pareciera que la cultura de la pobreza se ha vuelto tan consustancial a la identidad nacional hondureña que logra hábitos y estilos cognitivos como el de los pobres, en un buen número de  miembros que pertenecen a estratos socio-económicos superiores.   
 
Los hondureños seguirán yéndose
Quienes viven aquí sin satisfacer necesidades y aspiraciones personales y familiares no van a quedarse en Honduras diez años o más, esperando que la economía nacional se levante, se modernice y nos convirtamos en una nación de clase media. Como emigrar es un derecho natural inalienable, los más insatisfechos se seguirán yendo. Y ahora con más posibilidades y recursos reales que antes. Porque los miembros de la comunidad hondureña de Estados Unidos han logrado acumular hasta el presente un patrimonio económico  moderado, pero suficiente para que los coyotes que ya conocen “les traigan” los parientes que dejaron en Honduras “cuando se fueron”, sobre todo, los familiares con nexos más cercanos.  Los  “tepesianos”, amparados por el Permiso Temporal de Trabajo/TPS  por sus siglas en inglés,   se encuentran al frente de esa demanda.    
 
Tal fuerza de atracción, con suficientes recursos económicos disponibles, explica en parte porqué uno de cada 7 hondureños nacidos aquí resida hoy en el extranjero, junto a sus descendientes, hijos, hijas “de origen hondureño”. En conjunto forman el Departamento 19 de Honduras, con una población total de un millón cuatrocientos mil personas que se ubican en unos pocos países: Estados Unidos (con el 88% del total) y el resto en España, Canadá, Italia y México.
 
Los países desarrollados necesitan inmigrantes  
La emigración hondureña al exterior nadie la detiene. Seguirá con alzas y bajas anuales, por hechos coyunturales. Pero al “sueño americano” que motiva a los hondureños a irse del país, habría que agregarle ciertas condiciones estructurales propias de las economías desarrolladas, como la de Estados Unidos. Una economía de ese tipo necesita continuamente de inmigrantes: mano de obra calificada –técnicos y profesionales— y también de la barata o no calificada. De lo contrario,  no podría seguir creciendo y mejorando su competitividad global, como lo ha venido haciendo por los últimos 245 años, con excepción de épocas como la gran depresión (1929-1941) y 10 recesiones en los últimos 63 años.
Estados Unidos necesita de la inmigración foránea para seguir manteniendo su liderato mundial en el siglo XXI. La economía estadounidense crea anualmente más puestos de trabajo que los que podrían llenar solo con sus connacionales. En tal sentido, la inmigración juega una función destacada en tres áreas de ese país. Demográficamente, le agrega población en edad reproductiva, que a corto plazo potencia más la tasa de crecimiento poblacional. Económicamente, la inmigración suma brazos y cerebros a la fuerza laboral, tanto a la activa del presente,  como a la potencial a ser desarrollada en el futuro. Y por último, le inyecta trabajadores jóvenes al actual sistema de seguridad social estadounidense, que cada día tiene más jubilados en relación al total de los cuentahabientes que contribuyen con sus cotizaciones al “Social Security” o Sistema de Seguridad Social de Estados Unidos.
 

Lo anterior se ve claro al distinguir los puestos de trabajo que habitualmente ocupa la mayoría de los inmigrantes extranjeros en ese país,  hondureños incluidos. Son empleos situados a la entrada del mercado laboral estadounidense,  que pagan el salario mínimo legal y que gozan de poco prestigio social. Oportunidades como esas, por ser poco atractivas, no les interesan a los nacionales estadounidenses ni a los extranjeros con residencia legal norteamericana, quienes dominan el idioma y como mínimo poseen una educación secundaria. Entre esas ocupaciones están las actividades agropecuarias, tareas no diestras en plantas procesadoras, en factorías industriales, en construcción y mantenimiento, etc. y sobre todo, en servicios, como trabajos domésticos, jardinería, en hoteles, cafeterías, restaurantes, bares, comidas rápidas, gasolineras, transporte, cuidado de personas mayores, de casas, de niños, enfermos, animales, etc.

 

Y…mientras tanto

Honduras continúa con una práctica migratoria obsoleta e inefectiva. Predomina la que masivamente se va por tierra hacia Estados Unidos, en forma desordenada, ilegal, costosa, y una vez de tránsito por México, gran violadora de derechos humanos, con riesgos a discriminación, agresiones físicas,  abusos sexuales, trata, secuestros, esclavitud laboral, extorsiones y maltratos de autoridades civiles, policiales y militares, e incluso hasta con riesgo de perder la vida.

Por los últimos años, de acuerdo al embajador de Honduras en México, José Mariano Castillo Mercado, cada año unos 100 mil connacionales emprenden la ruta migratoria (por tierra) pero solo el 30% logra tocar suelo estadounidense, el resto se queda a vivir en suelo azteca o son deportados desde ese país.

El nocivo sistema migratorio prevaleciente en Honduras esta más controlado por coyotes, que por los actores públicos y privados que legítimamente hacen o deberían hacer algo en ella. Tal sistema se aprovecha de los más de los 250 puntos ciegos que existen en las fronteras terrestres hondureñas para realizar sus operaciones ilícitas, donde autoridades, grupos privados y delincuentes comunes han logrado combinarse,  a niveles muy rentables,  para mezclar los vicios de la migración hondureña con los del contrabando de mercancías, carros robados, armas y otros productos ilegales.

Lo anterior justifica la oportuna queja que tiene la primera dama de Honduras, Ana García de Hernández, cuando dice que los coyotes llegaron a pedir hasta 15,000 dólares a los padres hondureños para que sus hijos ingresaran ilegalmente a EUA en la ultima crisis humanitaria que afectó a más de 18 mil migrantes menores entre abril y fines del 2014.

 
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