Tegucigalpa, Honduras. ¿Quién quiere tomar partido? El compromiso democrático que invita a ejercer el sufragio resurgió en las elecciones pasadas, que fueron catalogadas como las más votadas. Ese fenómeno que movió a las personas a las urnas demostró que la población quería, urgía, necesitaba un cambio y, por ende, ratificó que el pueblo tiene el poder.
Pero, ¿en verdad el pueblo tiene el poder? ¿O es el dinero para sobornar, amedrentar y comprar conciencias lo que tiene el poder?
Desde antes de lo revelado en la Corte del Distrito Sur de Nueva York había un caudal de hondureños/as que manifestaban nulo interés en participar en procesos electorales y si aunamos los testimonios en el juicio contra el expresidente Juan Orlando Hernández, la indiferencia es mayor.
En esas audiencias se ratificó cómo las campañas políticas se financiaron con fondos del narcotráfico, además de usar ese «poder» para «secuestrar» urnas y llenar papeletas con la candidatura que buscaban favorecer.
Es así que las elecciones ya no son sinónimo de democracia, pues esa democracia resultó ser una farsa, dando como resultado una pérdida de credibilidad en estos sistemas y soñando con una verdadera «libertad» del sufragio.
Héctor Díaz Santana lo señaló en 2021 en su informe «La compra de votos en la República Dominicana», en donde habló sobre cómo las democracias contemporáneas, sobre todo en países con alta marginación social y desigualdad económica (sí, Honduras incluida), han padecido durante décadas el fenómeno de la compra y la coacción del voto.
Ante estas democracias imperfectas transformadas en un sistema que no avanza al ritmo de las nuevas sociedades, ¿seguirá siendo este modelo la mejor opción?
Para contrarrestar el desencanto que tenemos hoy la mayoría de las y los hondureños, conviene citar estas valoraciones del libro «¿¡Contra los partidos políticos!?», Reflexiones de un apátrida sin partido, de la autoría de Daniel Cohn-Bendit:
-«No porque se produzca una crítica radical de los partidos políticos hay que dejar de elogiar la democracia».
-«Todavía no hemos encontrado algo mejor que la democracia, a pesar de los riesgos que la hacen susceptible de desfigurarla. Pero aquí también depende de nosotros el rechazarlos, comportándonos como sujetos políticos autónomos».
Y una última: «hay que ‘repolitizar’ el sujeto, ‘repolitizar’ la sociedad civil al mismo tiempo que ‘civilizar’ la sociedad política», puesto que Cohn-Bendit piensa que la democracia es un riesgo compartido entre las fuerzas políticas y la ciudadanía.
Y ahora, superando en parte nuestras rencillas hacia cómo ha estado funcionando la democracia en Honduras, pasemos a lo más próximo que tenemos: la convocatoria a elecciones primarias e internas, por lo que ya -casi- está toda la carne en el asador.
En la más reciente precandidatura figura la exprimera dama Ana García, esposa del expresidente Juan Orlando Hernández, culpable de cargos relacionados con el narcotráfico.
Ana García anunció sus aspiraciones y con ello dio un giro interno en su instituto político, que se debate entre el cambio o la vieja guardia.
Así como hay candidaturas populistas, también hay candidaturas ventajistas, la de Ana es una de ellas (desde una perspectiva personal, familiar y contextual).
Su comunicación está comenzando con una estrategia de apología, con un discurso de defensa, que se usa cuando alguien es acusado/a de mala conducta y necesita responder con un discurso de defensa para reparar la imagen dañada (combinando su narrativa con el victimismo y posando como mártir de la justicia internacional).
Las otras opciones por partidos ya las conocemos, y también sabemos que mientras las y los políticos sigan teniendo comportamientos antiéticos e ilícitos más rápido emergerán candidatos/as PAP (personalistas, antiélite y populistas).
Tal vez, frente a la actual crisis de credibilidad y representatividad que experimentan las instituciones políticas, el pueblo encuentre interés por «tomar partido» por un antipartido liderado por un outsider.
Ya comienzan a sonar nombres de posibles candidatos que puedan abanderar este nuevo movimiento de indignación y que se han destacado por una lucha que -incluso- les ha llevado al exilio: el general retirado y exsecretario de Seguridad, Ramón Sabillón es uno de ellos.