Por: Víctor Meza
Tegucigalpa.- Mensajes de viejos amigos, por intermedio de las redes sociales, se han encargado de traerme la mala noticia: Edén Pastora, el legendario Comandante Cero, ha muerto. Aunque sabía de su averiada salud y de su repentino ingreso al hospital militar, la noticia de su muerte me ha sorprendido y conmovido como pocas. Siempre será así cuando se trate de alguien que, como Edén, desafió la muerte con frecuencia, arriesgó la vida por sus ideas y convirtió su existencia en algo vital y fascinante, sumido en aventuras y desventuras.
Le conocí en la ciudad de México, cuando nuestros caminos se cruzaron en la azarosa ruta de la lucha clandestina contra la tiranía somocista. Mientras él venía ya de muy lejos, en el tiempo y en el espacio, yo era apenas un recién llegado que buscaba un modesto sitio en la cruzada. Poco antes de conocerle en la casa del profesor Edelberto Torres, el célebre biógrafo de Rubén Darío, le habíamos buscado en Ginebra, ciudad en la que sufría un momentáneo exilio. Llegamos tarde, justo cuando Edén había abandonado Suiza para trasladarse a México, siempre tratando de acercarse físicamente a su amada Nicaragua.
Oscar Turcios, veterano e intrépido dirigente sandinista, que era mi compañero de viaje, me hablaba de él con entusiasmo y evidente cariño. Estaba seguro que le alcanzaríamos en México y podríamos recuperar contactos y restablecer la colaboración deseada. Así fue. Desde entonces, mantuve con Edén una franca amistad y sincera camaradería, que fueron suficientes para soportar vaivenes y peripecias en las que la vida y la historia nos supo colocar a ambos.
A principios de los años ochentas, en plena guerra fría, cuando se produjo su inicial ruptura con el viejo liderazgo sandinista, Edén busco la intermediación de líderes europeos vinculados a la Social Democracia y agrupados casi todos ellos en la Internacional Socialista (IS). Realizó una larga ronda de visitas en Europa y me pidió acompañarle. Me autorizó, de paso, a llevar un diario pormenorizado de aquellos encuentros y de los acuerdos alcanzados para evitar una nueva guerra y buscar solución pacífica a un desencuentro entre viejos compañeros de lucha. Revisando los viejos papeles, encontré el pequeño cuaderno comprado en el aeropuerto de Londres, que todavía hoy, en letra menuda y apretado resumen, contiene el testimonio de aquellas inolvidables jornadas.
Edén viajaba con la aureola del héroe y su imagen de personaje mítico se confundía en el torbellino esperanzador de una lejana y romántica revolución sandinista. Las puertas se abrían y los líderes del más variado socialismo de entonces, le escuchaban y atendían. El español Felipe González, el portugués Mario Soares, el italiano Betino Craxi, el alemán Willy Brand y los representantes del francés Francoise Miterrand, fueron unos de los principales interlocutores. Hubo acuerdos, promesas y ofrecimientos de buenos oficios, pero todos se fueron disipando poco a poco, evaporados en la bruma del olvido y la indiferencia. A veces, la razón de Estado puede ser implacable y dolorosa.
Con los años y las vueltas de la historia, Edén volvió a Nicaragua y encontró la mejor vía para la reconciliación con sus antiguos oponentes. Le volví a ver en varias ocasiones, una de ellas cuando asistí a observar las elecciones generales del año 2006, las que permitieron el retorno de los sandinistas al poder y el inicio del gobierno de Daniel Ortega. Era el mismo, rozagante y lleno de entusiasmo, como si los años pasaran de largo y la vida de guerrero le insuflara vitalidad y oxígeno político permanente.
A los tres días del golpe de Estado del año 2009, recibí una furtiva llamada suya. Me ofrecía refugio seguro en su casa y apoyo incondicional en momentos tan difíciles. Agradecí su gesto y recordé los viejos tiempos.
Hoy que se ha marchado para siempre, no puedo menos que desearle buena ruta y que el peso de la tierra que lo cubre le sea tan leve como agitada e intensa fue su vida. ¡Hasta luego, viejo amigo!