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Discusión democrática en tiempos de desinformación

Thelma Mejía

Tegucigalpa. –  Recientemente, la presidenta Xiomara Castro, en una de sus últimas disertaciones en la cumbre sobre la democracia convocada por Estados Unidos, dijo estar convencida que la democracia es la mejor forma de gobierno, pero que ésta no estaba dando los resultados deseados y había que fortalecerla. Es la primera vez que, en sus escasas comparecencias públicas, la gobernante da a la democracia la importancia que reviste como concepto y como forma de gobierno.

Los problemas de y en democracia se resuelven con más democracia porque no hay democracia sin demócratas, sostienen los teóricos y entendidos en la materia. La presidenta Castro parece querer aproximarse a ese concepto y a esas posturas, en una Honduras y una Centroamérica marcada por el caudillismo, el autoritarismo y los vertiginosos retrocesos que se están viviendo en materia de construcción democrática y de ciudadanía obtenidos desde hace más de dos décadas.

De ahí que algunos de sus anuncios y determinaciones generen preocupación al cabecear su discurso sobre la democracia con acciones que riñen con esa forma de gobierno. Castro parece moverse en aguas pantanosas que pueden hacer sucumbir su compromiso de demócrata y su visión de democracia sino hace un alto para iniciar lo que en democracia es recomendable: una amplia discusión democrática sobre la Honduras deseada, donde prevalezca el debate de las ideas, la tolerancia y la sapiencia para construir en sociedades golpeadas por la polarización, la desconfianza y la desinformación.

Dentro de los enormes desafíos que tiene la gobernante hondureña, el de la desinformación es uno de los que más puede acicatear su gestión, pues parte de ella es gestada desde lo interno de su gobierno, y otra, por sectores interesados, en donde todos buscan ganancias en río revuelto.

La desinformación es uno de los peores daños que enfrenta la democracia, volviendo difícil la discusión democrática, pues uno de sus propósitos es instalar la desconfianza, deteriorar los sistemas políticos e incluso procesos electorales, advierten quienes estudian y siguen este fenómeno que amenaza no solo a las democracias, también a la libertad de expresión y el derecho a la información.

La desinformación, definida como información que se difunde con contenidos falsos o engañosos que circulan, sobre todo, por redes sociales, reproducida por terceros—ingenuos unos, perversos, otros—es un fenómeno que ha existido siempre, pero que a raíz de la pandemia se extendió como las termitas y tiene en las redes sociales, uno de sus mejores aliados, por el desconocimiento que del manejo de las redes sociales tiene gran parte de la ciudadanía.

Los medios de comunicación y los periodistas no están exentos de este fenómeno, de ahí la importancia de generar curaduría en la información para chequear los datos, cuántas veces sea posible; es decir, retornar a las formas clásicas del periodismo.

La desinformación se caracteriza por sacar hechos fuera de contexto, tergiversarlos o inventar cosas que no sucedieron para cambiar el sentido de las cosas. Esta práctica ha sido muy utilizada no solo en el gobierno de la presidenta Castro, también en el de Juan Orlando Hernández, y está relacionado con el crecimiento de las redes sociales y la polarización social.

En el caso del gobierno de la presidenta Castro, sus buenas intenciones sobre y en democracia deben ir acompañadas de estrategias inteligentes, del debate de ideas y de construcción colectivas de consensos, alejándose de las prácticas autoritarias y de la zalamería que acompaña siempre a los gobiernos y a sus gobernantes. Las verdades no son incómodas cuando buscan ilustrar, acompañar o contribuir a la toma de mejores decisiones. Y cuando la zalamería es extrema, es tiempo que el gobernante guarde las distancias prudenciales. El zalamero nunca es buen consejero, al contrario, puede ser un generador de odio, de polarización y hasta de destrucción del gobierno que dice impulsar y defender.

La administración de la presidenta Castro a un año y medio de su gobierno, está entrando a una fase que amerita giros de timón en algunos sectores, las encuestas se lo vienen diciendo, de ahí que sus decisiones deben ser firmes, sostenibles, creíbles bajo los parámetros democráticos que la misma democracia ya establece. Castro debe tener claro que tolerancia no es sinónimo de permisividad, que los cambios son necesarios y que su gobierno, por la coyuntura del país y el respaldo que le dio un pueblo—no solo su partido—debe trascender para ser un ejemplo de democracia y demócratas, en medio de la corriente autoritaria y totalitaria que recorre la región. Es la oportunidad de marcar la diferencia, es la oportunidad de las mujeres, el momento de la reivindicación. Es momento de apostar a la discusión democrática para no ser presas de la desinformación.

Es momento, como dijo en su mensaje de Pascua y resurrección el obispo emérito Ángel Garachana, de generar luz donde hay oscuridad, amor donde hay egoísmo y paz donde hay violencia. Que así sea.

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