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Dioses, terremotos y huracanes.

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Por: Otto Martín Wolf 

Los desastres naturales no son nada nuevo en la Tierra. 

De hecho, su formación se debió a muchísimos impactos de  asteroides, cometas y posiblemente hasta pequeños planetas que, con el transcurso de millones de años, se fueron enfriando y solidificando hasta llegar a la condición que permitió la formación de vida.

No se trata de maldiciones o profecías bíblicas que nos han caído “porque nos estamos portando muy mal”o un aviso de que “ya viene el fin del mundo”.

En la Tierra -y de hecho en todo el cosmos- siempre ha reinado la violencia.

Constantemente estrellas explotan, planetas chocan entre sí o son bombardeados por asteroides que cambian su forma y hasta composición química, creando o eliminando vida.

Chocan los mundos y también chocan las galaxias, el universo es un caos.

Así como el cosmos está lleno de vida, también está lleno de muerte, no hay nada nuevo en eso, tal es la forma en ha sido desde que se inició hace 14 mil y pico de millones de años, precisamente con la gigantesca explosión que creó el tiempo y el espacio.

El universo es implacable e insensible; lo mismo puede crear la vida en una flor de maravillosos  colores, que matar 350 mil personas en pocos minutos con un devastador tsunami, como ocurrió en el sudeste de Asia hace unos pocos años.

Por qué será entonces que, conociendo las reglas de la vida y la muerte hay quienes siguen pensando que los desastres naturales son “castigo de dios” -cualquier dios- y que con rezos y oraciones se puede cambiar lo que, como es lógico y evidente, es la forma de ser de la naturaleza.

Pues, si se pudiera cambiar “el designio de dios” por medio de rezos y súplicas de piedad, eso querría decir que dios – cualquier dios- sería la criatura más mala, cruel y despiadada del universo. Un verdadero genocida que disfruta provocando catástrofes para matar a sus hijos, contemplando “desde arriba” como mueren, riéndose indiferente de sus inútiles súplicas de piedad.

Cómo alguien todavía puede creer que sea la naturaleza, por su cuenta, quien envíe destrucción y muerte y que exista un dios – cualquier dios- con poder para impedirlo, pero que deja que sus hijos mueran por miles sin hacer nada para evitarlo.

Cómo puede alguien creer en un dios -cualquier dios- que permite huracanes, terremotos, enfermedades y la muerte de sus hijos, cuando si de verdad los amara (y existiera) los crearía sanos, fuertes, bellos y felices, como cualquier padre o madre normal -y no superpoderoso- trata de hacerlo con los suyos.

Qué clase de dios -cualquier dios- permite o produce una catástrofe  y luego está dispuesto a cambiar de parecer y salvar las vidas de quienes le rezan más fuerte y tupido?

Cuando un niño jugando destruye un hormiguero, no es extraño ver hormigas cargando larvas para salvarlas, como cualquier guardian haría con su descendencia.

Una perra flaca y desnutrida muestra los dientes a quienes se aproximan a sus cachorros, igual que cualquier padre o madre protege a sus hijos.

Qué clase de padre con el poder para salvar a todo mundo se queda en el “cielo” indiferente ante la desgracia y muerte de sus hijos.

Algunos, en su fe ciega, justifican o “entienden” el plan divino con la figura del libre albedrío.

Bien: pero qué libre albedrío tuvieron las víctimas de un genocidio como el de ese tsunami (350 mil hombres, mujeres. niños y bebés) a quienes la muerte les llegó una mañana de navidad literalmente sin decir agua va!

Pudieron escoger? Tuvieron oportunidad de hacerlo?

Piense!

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