La cooperación internacional para el desarrollo ha tenido un largo camino. Si bien sus raíces se remontan al siglo XIX, la cooperación se acentuó en la segunda mitad del siglo XX con la Guerra Fría. El Plan Marshall fue, en parte, una política de cooperación de “containment” ante la posible expansión soviética. En lo que restó del siglo prevaleció una cooperación al servicio de las agendas geopolíticas de las superpotencias.
Con la caída del Muro de Berlín, nuevos enfoques de cooperación internacional se hicieron sentir. “Las personas son la verdadera riqueza de una nación”, clamó el economista pakistaní Mahbub ul Haq (Primer Informe de Desarrollo Humano, Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, 1990). El co-autor de ese informe, Amartya Sen, premio nobel de ciencias económicas 1998, le dedicó un libro al concepto de la dimensión ética del desarrollo (“Desarrollo como Libertad”, 1999). Las ideas seminales de ambos autores inspiraron cambios en el tratamiento y la evolución de la cooperación internacional.
Los intereses de las superpotencias en mantener zonas de influencia continuarán; sin embargo, con el avance de la globalización y del multilateralismo, el enfoque de la comunidad internacional se humanizó. Con una ambiciosa lista de acciones para el alivio de la pobreza, la cooperación se orientó hacia el desarrollo económico y social, los derechos humanos y la buena gobernanza, prevención de crisis, ecosistemas saludables, energía limpia y accesible, y la igualdad de género.
Para implementar estos nuevos enfoques, las Naciones Unidas cuenta con tres iniciativas complementarias. Por un lado, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (2015), sucesores de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (2000), que adopta 17 fórmulas para combatir la pobreza y el sub-desarrollo.
De otro lado, el Plan de Acción de Addis Abeba (2015) relativo al financiamiento para el desarrollo, establece las pautas de las “Evaluaciones de Financiamiento para el Desarrollo”. Su finalidad es fortalecer los sistemas de gestión, mejorar el marco fiscal nacional, y generar una mayor capacidad interna en el flujo público-privado, entre otros.
Y finalmente, la Alianza Global para la Cooperación Eficaz al Desarrollo (Busán, 2011), la que monitorea los efectos de la cooperación. La Alianza Global promueve la apropiación de las prioridades de desarrollo por los países en desarrollo, examina la diversidad de formas de cooperación como la triangular y la Sur-Sur, incentiva la transparencia y rendición de cuentas mutua, y juega un rol catalítico de la cooperación. En las rondas de monitoreo que celebra, los informes de los países cooperantes y de los beneficiarios, le dan un valor excepcional. (OECD/UNDP (2020), Hacia una cooperación al desarrollo más eficaz: Informe de avances 2019, OECD Publishing, Paris, https://doi.org/10.1787/ed0e092e-es.)
La pandemia provocada por el COVID 19 ha sacudido la estructura multilateral de la cooperación y ha impuesto nuevos desafíos. La respuesta de Naciones Unidas ha sido integral. A los seis meses de pandemia, la organización publicó información actualizada sobre sus actuaciones (septiembre 2020) y señala los pasos cruciales a tomar para salvar vidas, proteger a las sociedades y recuperarse mejor, abordando la propias fragilidades y brechas que nos hicieron tan vulnerables desde el principio. La ONU señala que, para la recuperación de esta crisis multifacética, se requiere del esfuerzo conjunto de toda la sociedad, de todo el gobierno y de todo el mundo, impulsado por la compasión y la solidaridad.
Teniendo en cuenta que las oportunidades provienen de lo no previsto y que el cambio es inherente en la evolución de la sociedad, el desafío de la pandemia puede convertirse en un gran momento de transformación. La combinación entre una renovada cooperación con planes nacionales ajustados al nuevo contexto, incluyendo una estrategia para el desarrollo del conocimiento y la innovación continua en nuestra sociedad, nos conduciría con mayor celeridad a nuevos estadios de prosperidad y bienestar.
