Durante el mes de marzo nuevamente los hondureños hemos sido testigos de otro de los juicios en donde se define el futuro de los tristemente célebres extraditados, uno de tantos personajes cuyas identidades y rostros jamás habíamos visto o conocido los hondureños, a pesar de que hoy en día se ha sabido -gracias a esos juicios en NY- acerca del rol que han jugado y su importancia en el inframundo criminal que ha imperado por tantos años sobre las actividades de criminalidad organizada en el país.
La viva expresión de los mismísimos señores del mal que decidieron sobre la economía y la vida de miles de personas en las sociedades conformadas en los territorios en donde instalaron sus “actividades”, se hicieron pasar por exitosos benévolos empresarios y hasta líderes políticos, cuando lo cierto es que estaban haciendo desastres en medio de complejas artimañas con las que hicieron circular miles de toneladas de droga, además de armas, constitución de redes de corrupción en el manejo del erario público y violencia por nuestro territorio a cambio de grandes volúmenes de dinero ilícito.
Dinero con el cual han comprado -de acuerdo a sus propios testimonios- a cuanta conciencia han querido; -me acuerdo de aquellos dichos de algunos de los perdidos de entre las filas de la lucha contra la criminalidad; aquellos que siempre dijeron que todos tenían un número para venderse y que solo tenían que encontrar ese número- siempre me pareció un pensamiento perverso, pero con todo cuanto ha salido a la luz en esas audiencias, tal parece que por desgracia el número de algunos involucrados en esos casos no estaba muy cifrado.
Aunque muchos se concentraron en el número que perdió al imputado de turno, era otro el caso que estaba resolviéndose durante el mes de marzo; y en ese caso todos nos preguntamos que necesidad de colocar un número a su proceder tenía un joven sano, inteligente, de familia unida, con un nivel económico medio, con una carrera universitaria -en un país en donde solo unos pocos la tienen- y una familia constituida, en fin… el clásico perfil de quien todo lo ha alcanzado y todo lo tiene.
Nos parecerá incomprensible, que cuando todo lo tienen pongan un número a través del cual le otorgan a otro el control sobre sus actuaciones a las mafias; siendo servidor o funcionario público policial eso suena fatal, como le ocurrió a quienes ya pasaron por sus juicios allá, ayer oficiales con un futuro brillante dentro de su noble institución que los formó para hacer el bien, y hoy convertidos en una especie de presos-testigos-colaboradores que declaran haber servido hasta de guardaespaldas de los hombres más peligrosos del mundo del crimen organizado; o peor aún como aquellos cuyos nombres ahora conforman la lista dentro de las argumentaciones que fundamentan la sentencia condenatoria de por vida como le sucedió al último exoficial caído en el mes de febrero y en menos de un mes ya su nombre forma parte de argumentaciones finales dentro de una de las sentencias procesales penales que más expectativas ha generado dentro de la sociedad hondureña, no por morbo, sino por su importancia dentro del mundo político y su impacto dentro de la administración pública.
Acaso los que se dedican a pregonar el famoso “número” refiriéndose, al número con el cual se venden y comprar conciencias dentro del mundo criminal, terminaron por convencer a tanta promesa profesional, no lo sabemos, pero es claro que seducidos por llevar vidas llenas de accesos y derroches tomaron dinero que no provino del fruto de su esfuerzo y ese fue realmente el número que los perdió y ha terminado por convertirse en la clave con la cual construyeron su propia prisión, como dijo aquel muchacho oriundo de occidente a quien sedujo un reloj y un caballo: “ahí terminó su vida…ahí”; o peor aún, como se lee en el segmento textual de conclusiones de la famosa sentencia del mes de marzo: “de por vida” o “a perpetuidad” como prefieran traducirlo.
Hoy que han perdido la familia, libertad, trabajo, amigos y estatus social, además del dinero mal habido -por resolución judicial- seguro que todos ellos se preguntarán si ¿valió la pena?, mientras nosotros, -absortos por cuanta maña ha salido a relucir en las salas de aquellos tribunales- y que observamos de lejos estos procesos penales y sus resultados, sabemos que NO, desmitifiquemos a los pregoneros del famoso “número” porque ese es solo el medio que llevará a cualquiera que caiga en esa trampa, a ser el preso número tal; y es así como comienzan esas trágicas historias. Tratemos en la medida de nuestras humanas posibilidades de hacer siempre lo justo y lo correcto para que no veamos perderse más jóvenes promesas, futuro de país. Hasta la próxima entrega, que estemos bien.