Por: Víctor Meza
Tegucigalpa.– Desvergüenza en el mentir. Así, con pocas palabras, define el cinismo una de las tantas versiones de la Real Academia de la lengua española. Y es que, en verdad, se puede mentir de diversa manera, con cierta elegancia o con descaro total, con buenas intenciones (la mentira piadosa) o con avieso cálculo.
Pero, casi siempre, se miente con desvergüenza. Y aquí es en donde el cinismo sienta sus bases y corroe las relaciones sociales.
En nuestro país, por desgracia, la mentira y el cinismo, hermanos gemelos omnipresentes, se han convertido en algo así como categorías válidas de la vida cotidiana. La élite gobernante, ilegal y fraudulenta en sus mismos orígenes, ocupa sus sitios privilegiados en base a la mentira y el engaño. No es el resultado de un ejercicio limpio y aceptable de la llamada “voluntad popular”. Es el fruto engañoso de la trampa y el robo electoral. Es hija y madre de la mentira.
En estos días, los hondureños hemos debido soportar una verdadera avalancha de mentiras, dichas todas con la mayor desvergüenza y, por lo tanto, con dosis insuperables de cinismo. El alud comenzó con la versión oficial sobre el cierre de la Misión de apoyo de la OEA en la lucha contra la impunidad de la corrupción, la MACCIH. El gobierno puso a sus voceros favoritos a mentir frente a las cámaras. Uno de ellos, abusando del cinismo, llegó a decirnos que el crecimiento de la percepción de la corrupción, reflejado en el último informe de Transparencia Internacional, es culpa exclusiva de la MACCIH. Otro vocero, esta vez desde el Congreso Nacional, intentó demostrar, también abusando del cinismo y la ignorancia, que el final de la Misión internacional debía suponer, jurídicamente hablando, la liquidación inmediata de la UFECIC, unidad fiscal especial del Ministerio Público dedicada a luchar contra la impunidad de la corrupción. Y todavía más: no faltó quien, desde la oficina del propio Fiscal General, tratara de convencernos de que la clonación de la UFECIC y su transformación en la recién creada y desde ya disminuida Unidad fiscal especializada en la lucha contra las redes de corrupción (UFERCO) debía entenderse como un impulso mayor en la guerra contra los corruptos y un sustancial avance en el camino despejado por la antigua MACCIH. Mentiras, puras mentiras, todas ellas adobadas y presentadas con el mayor de los cinismos imaginables y soportables.
Para continuar con la cadena de falsedades, el gobierno nos habla ahora de la creación de un “nuevo sistema de transparencia e impunidad”, algo así como la tabla salvadora que nos devolverá la imagen ya perdida de país digno de confianza y merecedor de algún respeto en la comunidad internacional. Como prueba de sus buenas intenciones, el régimen apela a esa entelequia burocrática en la que se ha convertido el malogrado Foro Nacional de Convergencia (FONAC) y lo pone al frente de una gelatinosa coalición de entidades que, supuestamente, deberán erigirse como un valladar infranqueable en contra de la corrupción. Para garantizar el éxito del proyecto, Casa Presidencial acude a los servicios de personajes de fulgor escaso, cuya espina dorsal es célebre por la elasticidad que ostenta. Una vez más, todo es mentira, una putrefacta amalgama de embustes y medias verdades, ofrecidas a la opinión pública con servilismo cínico y desvergüenza probada.
Los ejemplos anteriores son apenas una muestra del grado de desintegración moral que está sufriendo nuestra sociedad. Si antes nos definían como “país de cómplices”, hoy ya empiezan a vernos como simple “país de mentirosos”. Ya sé que toda generalización es sinónimo de simplificación, y, por eso mismo, insisto en que buena parte de la comunidad hondureña está a salvo de estos calificativos y tiene suficientes valores positivos que mostrar y defender. Es hora de oponer la verdad de los hechos ante la mentira de los gobernantes.