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Javier Franco

No le quités el ojo a la leche

Hubo una época —y aún sobrevive en ciertas cocinas humildes— en la que a los niños se les confiaba una tarea aparentemente simple: cuidar la leche que estaba a punto de hervir. “No le quités el ojo a la leche”, decían las madres o las abuelas, con una voz que cargaba más que una instrucción; era una advertencia, un entrenamiento, un acto de confianza. La leche al hervir sube, se agita, y si no se la vigila, se desborda.
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