Carolina Jiménez Sandoval, presidenta de WOLA, piensa que la reciente Cumbre de las Américas no incluyó una reflexión profunda ni un debate sobre cómo frenar el autoritarismo. En esta conversación, revisa los rasgos de estos modelos autoritarios, como el uso de herramientas democráticas para afianzar el poder, la anulación de la separación de poderes y sus agendas patriarcales y anti-derechos.
Los análisis tradicionales, basados en paradigmas de la Guerra Fría, han quedado desfasados ante estos modelos híbridos, dice Jiménez, quien destaca la necesidad de pensar en nuevas formas de participación, representación y empoderamiento de la ciudadanía y la sociedad civil para contrarrestar este camino que recorre el poder en el continente.
¿Qué sensaciones le dejó la IX Cumbre de las Américas?
Carolina Jiménez (CJ): No es una cumbre por la que haya mucho que celebrar. Para mí lo que deja, entre otras cosas, es la ausencia de un debate serio sobre la democracia. Por desacuerdos sobre ciertas decisiones del país anfitrión, terminó siendo una cumbre que mostró mucho más los desacuerdos que los acuerdos en la región. Fueron evidentes no solo el antagonismo entre algunos liderazgos latinoamericanos con Estados Unidos sino también la falta de claridad en las prioridades de Washington.
En las cumbres no necesariamente se llega a acuerdos que transforman la política hemisférica, pero sí al menos deberían de ser sitios de encuentro en algunas posiciones. Esta cumbre fue más bien un reflejo de una realidad que no es nueva, pero que se profundiza, y es que este hemisferio desgraciadamente avanza hacia la emergencia, y en algunos casos, profundización, de liderazgos autoritarios, pero no hay un debate serio sobre cómo combatir ese avance y volver a promover prácticas democráticas.
No parece casualidad que esta cumbre haya cerrado justo cuando en Estados Unidos un comité legislativo inició sus audiencias públicas sobre el ataque de leales a Donald Trump al Capitolio el 6 de enero de 2021 para presionar por la reelección del expresidente. ¿Estamos hablando de una regresión en todo el continente?
CJ: Ya no estamos hablando de retrocesos democráticos, estamos hablando de avances y consolidación del autoritarismo, que son dos marcos de referencia distintos. Cuando uno habla de retrocesos democráticos habla de una fuerte presencia de la democracia con algunos retrocesos y amenazas. Pero hay países en esta región o subregiones enteras, como Centroamérica, en donde ya hay autoritarismos muy consolidados o líderes autoritarios que avanzan a paso muy agigantados. A eso hay que sumarle que Estados Unidos, el país cuya política exterior estuvo centrada por muchos años en la promoción de la democracia, es un país que tiene hoy un gran déficit democrático. Estados Unidos está luchando para que su propia democracia sobreviva. La administración de Donald Trump logró, en un tiempo muy corto, atacar y amenazar instituciones fundamentales, al punto que se llegó a los eventos del 6 de enero. Lo que pasó ese día en Washington no impidió que se diera la alternabilidad democrática, pero mostró el poder de las fuerzas conservadoras y antidemocráticas, que siguen siendo fuerzas vivas en Estados Unidos y continúan con la amenaza del autoritarismo.
¿De qué hablamos cuando hablamos de democracia y con qué tanto ahínco puede Estados Unidos promover las democracias en su estado actual?
CJ: En su concepto más simple, la democracia es la forma de gobierno que logra recoger y responder a las demandas de una sociedad mientras se protegen los derechos de todas las personas, incluyendo las minorías. Es la forma de gobierno donde quien lidera está sometido o sometida a reglas de juegos consensuadas con la población y en última instancia su mandato depende de la voluntad de las y los ciudadanos y no lo contrario. Como han dicho varios analistas, la democracia atraviesa por una crisis epistemológica donde se ha puesto en entredicho la confianza en la misma naturaleza de dicho sistema. La democracia va mucho más allá de la acción concreta de votar o elegir representantes. Es un sistema político que no solo otorga libertades y derechos civiles y políticos a la población, sino que también debe brindar justicia social, igualdad y prosperidad económica.
El avance del autoritarismo ya no es solo un tema latinoamericano, es un tema hemisférico y así hay que abordarlo. Si Estados Unidos es un país que está luchando por la sobrevivencia de su propia democracia, es lógico que tenga más desafíos a la hora de fomentar la democracia en otros lugares. Ningún país de América Latina quiere tener un 6 de enero.
Dicho esto, a diferencia de la administración de Trump, la presidencia de Biden ha expresado que la defensa de la democracia es parte fundamental de su política exterior y en ese sentido ha pedido a gobiernos como el de Bukele en El Salvador que rinda cuentas frente a sus prácticas antidemocraticas y ha denunciado la criminalización de operadores de justicia en Guatemala, por tan solo dar dos ejemplos. Seguimos creyendo que a pesar de sus grandes desafíos internos, Estados Unidos tiene que jugar un rol positivo en la lucha contra el autoritarismo tanto en su política doméstica como en su relación con Latinoamérica.
A diferencia de los viejos dictadores, los nuevos autoritarios están haciendo uso de las herramientas democráticas para acumular poder, ¿qué cambió?
CJ: Los autoritarismos de este siglo son distintos a las dictaduras del siglo pasado. Hay que hacer nuevos análisis y comprender los contextos de forma distinta. Pinochet no tenía Twitter, Videla no comerciaba bitcoins y Ríos Montt no conocía el concepto de la posverdad. Buena parte de los líderes autoritarios en nuestra región llegaron a sus posiciones de liderazgo a través de elecciones democráticas. Muchas veces lo que sucede es que una vez que han llegado al poder elegidos democráticamente se afianzan a través de fraudes electorales u otras prácticas, pero su llegada no es a través de golpes de Estado. Las elecciones son un pilar fundamental de la democracia, pero no son en sí el único pilar. Estos nuevos autoritarios se mantienen en el poder utilizando las mismas formas democráticas.
La discusión sobre el uso del Twitter de Trump y de Nayib Bukele (presidente de El Salvador), pasa por ahí. Hay quienes consideran que Trump debe tener Twitter porque es un tema de libertad de expresión, que es un pilar de la democracia. Pero el ejercicio que hace Bukele de su Twitter, por ejemplo, es que lo usa para atacar a personas defensoras de derechos humanos, a periodistas, a desinformar. Quienes creemos en los derechos humanos sabemos que la libertad de expresión tiene ciertos límites, pero no es así en todas las jurisdicciones nacionales. El uso de los mismos mecanismos de la democracia para construir el liderazgo autoritario es una muy mala noticia.
¿Quedó desfasado el paradigma de izquierda-derecha, revolución-anticomunismo que durante tanto tiempo sirvió para etiquetar a los gobiernos de América Latina?
CJ: Esa visión de los años 70 y 80 en el contexto de la Guerra Fría con la que siguen viviendo algunos analistas e incluso políticos de a la región no creo que sea útil para entender lo que sucede hoy en día. Un ejemplo muy gráfico es la inauguración del tercer mandato consecutivo de Daniel Ortega en Nicaragua. Hay una condena generalizada de la comunidad internacional porque son unas elecciones falsas, carentes de los principios básicos de una elección libre e independiente. ¿Quiénes estuvieron en su toma de posesión? Poquísimos. Pero hay que recordar que ahí estaba Juan Orlando Hernández (expresidente) de Honduras. Entre esos dos nadie puede decir que hay afinidad ideológica. De las pocas visitas que ha recibido Ortega en Nicaragua en los últimos meses, una es la del canciller guatemalteco, Alejandro Giammattei, y nadie puede decir que hay afinidad ideológica entre los dos. Aunque tras algunas criticas el canciller guatemalteco tuvo que aclarar que hacía la visita en el marco de una gira regional, no deja de llamar la atención que sus reuniones incluyeron a altos funcionarios sancionados por el gobierno de Estados Unidos. Ese paradigma ya no sirve para este momento porque hay liderazgos que se llaman de izquierda y de derecha que son profundamente antidemocráticos. Hay alianzas que no tienen nada que ver con afinidades ideológicas. Lo que existe ahora son liderazgos autoritarios que buscan ahogar las prácticas democráticas en sus países.
Si el paradigma ideológico ya no los define, ¿qué lo hace?, ¿su narrativa mesiánica, su populismo, su asalto a los erarios nacionales?
CJ: Estos líderes se presentan frente a sus sociedades como los únicos que pueden salvar a la nación. Tienen en común que lanzan proyectos y promesas que son inalcanzables. También los caracteriza que siempre buscan romper con el sistema político del pasado. Eso se repite mucho desde Bukele hasta Andrés Manuel López Obrador, el presidente de México, en sus proyectos políticos: Ellos son los únicos con los que la gente se puede identificar para un cambio, son ellos los que son capaces de quebrar el pasado y los únicos capaces de mejorar la vida de sus ciudadanos. Esa es su narrativa. Esas líneas populistas son muy comunes entre la mayoría de ellos. Pero también hay que entender las diferencias: no todos tienen el mismo poder de oratoria, no todos usan las redes sociales de la misma manera, no todos se relacionan con los movimientos sociales de la misma manera. Estamos frente a nuevas formas complejas e híbridas de entender al autoritarismo. Por eso creo que los marcos anteriores no son tan útiles.
¿Qué dice de la democracia el surgimiento de estos modelos híbridos de autoritarismo?
CJ: Yo creo que la democracia como tal está en crisis. El populismo surge y es aceptado porque la democracia no cumple con su papel, que no era solo otorgar libertades y derechos civiles y políticos a la población, sino también justicia social, igualdad y prosperidad económica. Hay que reconocer que en buena parte de nuestros países esa promesa no se cumplió y hay un desencanto con la promesa no cumplida. La gente también se cansó de la naturaleza misma de la democracia y sus posibilidades como forma de gobierno y ya no está tan convencida de que la necesita para encontrar una salida a sus necesidades. ¿No es entonces comprensible que si surge un líder que promete recomenzar para cumplir esa promesa la gente esté, al final del día, dispuesta a darle el beneficio de la duda o a abrazarlo completamente? Los desencantos con estos liderazgos toman un tiempo; por eso vemos que después de varios años de gobierno líderes como López Obrador y Bukele mantienen altos niveles de popularidad. Necesitamos nuevos marcos no solo para comprender el contexto actual, sino también para promover nuevas formas de democracia. Que la ciudadanía y la sociedad civil organizada tengan otras formas de expresión o representación, porque la crisis de los partidos políticos y el auge de los populismos muestra que la promesa de la democracia, como la entendimos en el Siglo XX, no se cumplió, por eso se vive esta crisis más epistemológica.
Hablemos de las instituciones democráticas. Lo del 6 de enero de 2021 en Estados Unidos nos habla del menosprecio del líder por la separación de poderes. En algunos lugares de América Latina esa separación está difuminada por completo. ¿Es el control absoluto del Estado algo a lo que nos conducen estos líderes de forma inevitable?
CJ: Una de las principales víctimas del “virus de los autoritarismos” es la independencia judicial. En el sistema de pesos y contrapesos de una democracia el judicial es el último reducto cuando el poder del ejecutivo es avasallante. Una vez que estos líderes autoritarios logran controlar el congreso, probablemente a través de elecciones libres, el judicial es absolutamente necesario como último contrapeso. Lo vemos con claridad con Trump y los jueces conservadores en la Corte Suprema de Estados Unidos. Ortega empezó su asalto al judicial al menos desde el 2010. En Guatemala llevan dos años sin elegir magistrados de la Corte Suprema y la Fiscal General no tiene ninguna autonomía. Bukele hizo que el sistema judicial salvadoreño colapsara en cuestión de meses; cambió la Corte, cambió el fiscal y reconfiguró el sistema a su medida. Los ataques de Jair Bolsonaro contra el sistema judicial de Brasil están plenamente documentados. En Venezuela, Hugo Chavez comenzó el proceso de cooptación del poder judicial y el gobierno de Nicolás Maduro terminó con cualquier rasgo de independencia del sistema de justicia. Estos líderes autoritarios saben que cooptar el poder judicial y eliminar su independencia es muy necesario para perpetuarse en el poder.
¿Hay otros rasgos comunes?
CJ: El cierre del espacio cívico y el uso de los medios de comunicación para demonizar a quienes les critican.
Nicaragua pasó unas leyes muy restrictivas y ha cerrado cientos de ONG. Venezuela ha tenido leyes en el pasado muy restrictivas, pero ahora además amenaza con una nueva ley de cooperación internacional que dejaría fuera de juego a muchas ONG. Trump, que no podía con facilidad cambiar las leyes a su antojo, hizo de la prensa a un enemigo. López Obrador es otro líder que con frecuencia critica a la prensa independiente, en un país que, además, tiene el mayor índice de periodistas asesinados en la región sin que desgraciadamente el presidente muestre mucha empatía. Cerrar espacios a la prensa y a las ONGs es común a este tipo de liderazgo.
También veo, y de esto se habla menos y a mí me preocupa muchísimo, que el autoritarismo es conservador y patriarcal. Junto a estos líderes hay fuerzas conservadoras, que instrumentalizan lo político para avanzar sus agendas. El autoritarismo es patriarcal y anti-derechos. Lo que ves es que en los países en donde este tipo de liderazgo surge y se afianza se atacan directamente los derechos sexuales y reproductivos, los derechos de las personas LGBTI, entre otros. La idea de la masculinidad tóxica se utiliza y se permite desde las mismas instancias de poder. Nuevamente, mira los países en Centroamérica, donde el acceso a derechos sexuales y reproductivos está más restringido. En Venezuela, después de más de dos décadas de una llamada “revolución socialista” no se ha logrado avanzar en derechos LGTBI a diferencia de otros países de Sudamérica. Los grupos que en privado y por años han promovido esta agenda encuentran en estos líderes grandes aliados.