El año viejo está por terminar su singladura mientras asoma por el horizonte el nuevo almanaque cargado de ilusiones y esperanzas, pero también de preocupaciones e incertidumbres. Santa Claus nos trae un nuevo gobierno salido de las urnas por voluntad popular. Nos regala otra forma de hacer política. La Presidenta electa, Xiomara Castro, obtuvo 1.716.793 votos de un total de 3.599.557 sufragios, el 51.12%, algo histórico para la democracia hondureña. Siendo el padrón electoral de 5.182.425 casi tres millones y medio de hondureños no votaron por ella, alumbrando las dos riberas del rio llamado Honduras. Su victoria procede del voto “prestado” de medio millón de electores, es bueno que nadie lo olvide.
Lideres del PSH presumen de que el triunfo se debe a la alianza que hicieron con Libre. Tengo mis fundadas reservas. Únicamente con los votantes del PSH sumados a los de Libre, Xiomara nunca hubiera ganado la presidencia de la Republica. La fortaleza del PSH se encuentra en los medios y redes, realmente está sobredimensionado. Presumían de arrasar en las encuestas, de tener dos millones de potenciales votantes, de disponer de 23.000 simpatizantes para vigilar las mesas electorales. ¿Qué les pasó? Que se trataba de propaganda trilera y la realidad les colocó donde les corresponde. Obtener solamente 10 diputados es evidencia irrefutable del lugar que ocupan en la política hondureña.
Después de doce años la sociedad estaba harta de la prepotencia del gobierno nacionalista y buscó un cambio drástico, visceral, sin considerar las consecuencias negativas. Durante el traspaso de mando de las Fuerzas Armadas, el presidente de la Republica -una vez más- se equivocó, pidiendo públicamente perdón a Dios por los errores cometidos. A Dios se le pide perdón en la intimidad y en un confesionario, pero con un micrófono en la mano se le pide perdón al pueblo. De las nuevas autoridades dependerá que Honduras transite por caminos de reconstrucción nacional o se precipite a su demolición incondicional, en cuyo caso se darían las condiciones para que la sociedad apoyase la Constituyente como la tabla de salvación. No sería casualidad sino consecuencia de una partida de ajedrez iniciada en el 2009 con la Cuarta Urna. Ahora, comentaba Manuel Zelaya ante la pregunta del periodista, no se dan las condiciones para promover una Constituyente. Atentos al “ahora” de su respuesta, porque mañana es ya “después”, donde se podrán dar las condiciones. Eso se llama inteligencia proactiva, crear los escenarios para que los hechos nos lleven hacia donde deseamos ir.
Si el cambio implica movimiento, a la inversa, el movimiento no conlleva necesariamente cambio alguno. La cuestión no es si somos capaces de cambiar, sino si podemos hacerlo lo suficientemente rápido y profundo sin provocar una confrontación abierta. No lo creo. Una legislatura no es tiempo suficiente para desmantelar una estructura de poder y consolidar otra nueva con intereses muy diferentes. Libre quiere transitar hacia el socialismo bolivariano, forma parte imperativa de su doctrina, mientras que el PSH quiere erigirse en el paladín justiciero que le ajustará las cuentas al Partido Nacional. Pero con la alfeñique bancada de 10 diputados en el Congreso Nacional, será todo un espectáculo presenciar las sesiones parlamentarias. Mel apunta al plebiscito como opción que tendrá la presidencia de la República para cumplir sus promesas de campaña. Un mecanismo que adora AMLO y que llama “democracia participativa”, un eufemismo cuando no hay capacidad para establecer consensos.
Tenemos problemas que no admiten demora, como es la ENEE, con una vía de agua similar a la del Titanic. Durante años y diferentes administraciones, los políticos tomaron decisiones lesivas para los intereses de los consumidores. En el gobierno de Manuel Zelaya, por ejemplo, para resolver las pérdidas de la ENEE, el propio presidente asumió su control directo. Le recordamos enviando los fines de semana a sus ministros por diferentes Departamentos, a la caza y captura de ladrones de energía, hasta que uno de los ministros fue descubierto con un “pegue directo” en su propia empresa. Como decía Angela Merkel, los presidentes no heredan problemas porque se supone que los conocen de antemano. Culpar a los predecesores de su existencia es una salida fácil y mediocre tras la que esconder su incapacidad. Fueron elegidos porque se comprometieron a resolverlos.
“Malditos aquellos que con sus palabras defienden al pueblo, y con sus hechos lo traicionan”. -Benito Juárez-