La selva amazónica, a menudo llamada “el pulmón del planeta”, cubre un terreno de alrededor de cinco millones de kilómetros cuadrados a lo largo de nueve países sudamericanos. Es un inmenso sumidero de carbono, que absorbe dióxido de carbono de la atmósfera, lo almacena como biomasa y libera oxígeno. Otras selvas tropicales de diversas partes del mundo cumplen la misma función, por ejemplo, las de la cuenca del Congo, las de Nueva Guinea y las de los territorios de Papúa Occidental y Malasia actualmente ocupados por Indonesia. Sin embargo, la extensión y las características de la Amazonia la hacen única y, dado que la actividad humana está provocando un aumento de la temperatura global de consecuencias catastróficas, es vital proteger el poder curativo que ofrece esta selva.
Por esta razón, la victoria de Luiz Inácio Lula da Silva —o Lula, como se lo conoce— en las recientes elecciones presidenciales de Brasil puede ser uno de los acontecimientos más trascendentales en la historia moderna del mundo. Los ciudadanos brasileños eligieron a Lula para un tercer mandato después de que este concluyera su segundo mandato hace más de una década. Lula se ha comprometido a proteger la Amazonia y a las comunidades indígenas que desde tiempos inmemoriales han custodiado y preservado la selva. En las elecciones presidenciales, Lula derrotó al entonces presidente, Jair Bolsonaro, un autócrata racista y de extrema derecha que hizo de la deforestación desenfrenada de la Amazonia y de la eliminación de las zonas indígenas protegidas un pilar central de su mandato. Poco antes de la investidura presidencial de Lula, que se celebró el 1 de enero, Bolsonaro viajó a la ciudad de Orlando, estado de Florida, y hasta donde se sabe, se estaría alojando en la casa de vacaciones del deportista brasileño José Aldo, una exestrella de las artes marciales mixtas.
El periodista independiente Michael Fox expresó en una entrevista con Democracy Now!: “Esta es la primera vez desde el final de la dictadura que un presidente brasileño no está presente para pasar la banda presidencial al presidente entrante. Fue un grupo diverso de brasileños —entre ellos, una recicladora urbana negra, una cocinera y un activista discapacitado— quien le pasó esa banda a Lula y demostró la unión del pueblo brasileño. Fue algo magnífico”.
Lula fue obrero metalúrgico y dirigente sindical durante la dictadura militar en Brasil. Cofundador del Partido de los Trabajadores, fue elegido presidente por primera vez en 2002. Durante sus dos mandatos sucesivos, las políticas que impulsó, como el programa “Hambre Cero”, sacaron a millones de brasileños de la pobreza y la inseguridad alimentaria. Su sucesora, Dilma Rousseff, miembro del Partido de los Trabajadores y ex guerrillera, fue destituida por un golpe de Estado legislativo en 2016. El propio Lula fue encarcelado en 2018 durante 580 días por cargos falsos de corrupción y fue puesto en libertad cuando un tribunal dictaminó que el juez del caso tenía un sesgo en su contra y había actuado con parcialidad.
Bolsonaro ha sido llamado el “Trump tropical” y, al igual que Donald Trump, se negó a reconocer su derrota electoral, y afirmó que “solo Dios” podía sacarlo del cargo. Ante los temores de que partidarios de Bolsonaro perpetraran actos violentos durante la toma de posesión de Lula, el Supremo Tribunal Federal de Brasil suspendió temporalmente, hasta después de la ceremonia de investidura, el permiso para portar armas en Brasilia, la ciudad capital de Brasil.
En su discurso de asunción como presidente de Brasil, Lula expresó: “En los últimos años hemos vivido, sin duda, uno de los peores períodos de nuestra historia; una época de sombras, incertidumbre y mucho sufrimiento. Pero esta pesadilla llegó a su fin, gracias al voto soberano, en las elecciones más importantes que se llevaron a cabo desde la recuperación de la democracia en el país, unas elecciones que demostraron el compromiso del pueblo brasileño con la democracia y sus instituciones”.
El Gobierno de Lula supone un cambio drástico con respecto al modelo autoritario de Bolsonaro. El flamante presidente de Brasil designó a defensoras del medioambiente y los derechos humanos para ocupar puestos claves de su gabinete ministerial. Marina Silva, una activista en defensa de la Amazonia y ganadora del Premio Ambiental Goldman, fue designada como ministra de Medio Ambiente y Cambio Climático; Sônia Guajajara será la primer brasileña en desempeñarse al frente del nuevo Ministerio de los Pueblos Indígenas; y la activista, periodista y educadora negra Anielle Franco será la ministra de Igualdad Racial. Anielle es hermana de Marielle Franco, una reconocida activista por los derechos humanos y concejala de Río de Janeiro que fue asesinada en 2018.
En septiembre de 2019, Sônia Guajajara participó en una huelga por el clima liderada por jóvenes que se llevó a cabo en la ciudad de Nueva York.
En conversación con Democracy Now!, Guajajara expresó en aquella ocasión: “La Amazonia está ardiendo. Muchas zonas [de la Amazonia] están en llamas. Consideramos que el aumento de los incendios se debe al discurso del Gobierno de Jair Bolsonaro, que incita a los ataques, a las invasiones y a la deforestación. Las prácticas del Gobierno de Bolsonaro han consolidado a su Gobierno como el mayor enemigo de los pueblos indígenas y del medioambiente”. Sonia continuó: “Estamos en un momento en el que se está tomando conciencia sobre la urgente necesidad de luchar por el medioambiente. Para ello, es necesario que las personas tengan conciencia política y ecológica, que presionen e insten a los Gobiernos de sus países a adoptar políticas sostenibles”.
Brasil es el país más grande de América Latina y la duodécima economía del mundo. La presidencia de Lula, con un gabinete históricamente diverso, abre la puerta a un cambio progresista para hacer frente a la creciente ola de autoritarismo y fascismo que existe actualmente en el mundo. Salvar la selva amazónica es uno de los principales objetivos de Lula, pero la tarea es demasiado grande y urgente para un solo país o un solo Gobierno. La Amazonia se encuentra en un momento crítico y todos –juntos– debemos abordar esta amenaza existencial.