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Autoritarismo y Democracia

José S. Azcona

Existe una tendencia entre muchas personas de admirar la eficiencia de gobiernos autocráticos en la solución de problemas puntuales. Cuando se estudia la respuesta del China al COVID en el 2020, el proceso de reconstrucción de la economía y posición política rusa en las décadas precedentes al 2022, y otros ejemplos más cercanos, puede quedar la impresión que un gobierno de un «hombre fuerte» es la solución a los problemas de los países. La democracia en estos casos es vista como débil e ineficiente.

A los gobiernos autocráticos se les atribuye la capacidad de actuar decisivamente. Al no tener que conciliar una oposición u opinión publica plural (que, aunque siempre exista, no tiene capacidad de influir en las decisiones), se les hace más fácil implementar sus decisiones. Este tipo de liderazgos, aunque tengan una fachada colectiva, tienden a  concentrar el poder en una persona, lo que supuestamente les da una visión unificada.

Sin embargo, milenios de experiencia nos indican que, si bien un sistema concentrado puede verse como eficiente, a la larga este carece de la flexibilidad y capacidad de aprender requerida para desarrollar una sociedad a largo plazo. El problema es que las capacidades humanas colectivas son superiores a la capacidad individual (por más talentosa y bien intencionada que sea la persona).

El pluralismo puede darse en dos áreas: la libertad individual y el manejo político de la sociedad. Generalmente, una sociedad con más libertad individual (especialmente en las áreas económica e intelectual) para crecer aún con un sistema político menos abierto. Si vemos el ejemplo de China (1978-2018), España (1959-74), o Corea del Sur (1965-90), vemos que lograban un desempeño adecuado- aunque en los tres casos enmascarando un costo social altísimo previo, que daba un nivel de desarrollo bajo inicial.

Pero aun esta justificación no funciona, vista a largo plazo. Si bien los últimos 15 años del régimen de Franco (1939-75) y los 5 finales del régimen de Pinochet en Chile (1973-90) produjeron algún crecimiento importante, este no compensaba las pérdidas de crecimiento durante sus partes iniciales. Además, los gobiernos democráticos que les sucedieron lograron sostener el bienestar sin los costos políticos de un gobierno autoritario.  Los estados democráticos (Rusia y Latinoamérica en los 1990s) que han dañado el interés común al favorecer la privatización clientelista (enemiga del pluralismo) tampoco cumplen con su función de dar crecimiento.

Todos los países con los mayores indicadores de desarrollo en el mundo son democracias pluralistas.  Aunque haya algunos estados autoritarios con indicadores relativamente altos (países del Golfo Pérsico, Brunéi, etc.), esto es producto de recursos minerales abundantes y/o una escasa población nativa.  Estados democráticos con condiciones similares (ejemplo: Noruega) logran estándares de bienestar muchísimo más altos.  Esto es porque la riqueza del estado pertenece a la población y no es usufructo de los gobernantes.  Hay derecha democrática (pro libre empresa e igualdad ante la ley) e izquierda democrática (pro-estado social fuerte e incluyente), como hay derechas e izquierdas autoritarias (ambas clientelistas y rentistas del estado, defensoras de sus propios privilegios),

Hay una diferencia entre un estado que no depende de la población, a la que trata únicamente de apaciguar o mantener dócil, que uno en que la población es dueña de los recursos de forma orgánica.  El gobierno de Noruega (o el británico durante su boom petrolero) no usan su recurso para comprar o dominar a la población.  La población es la dueña del recurso, y el estado es únicamente su custodio y mandatario.

Con el desarrollo industrial también se manifiestan las deficiencias de los estados autocráticos.  Si bien un sistema comunista (la URSS en los 1930s, Europa Oriental en los 1950s), semifeudal (México y Guatemala entre 1880 y 1910), y otros similares logran movilizar una proporción de la población para una actividad dirigida de acumulación de capital, está no tiende a ser sostenible.  Sin la participación libre de la población, la concentración de riquezas en manos del estado o de particulares favorecidos no da los resultados esperados. 

Ultimadamente, entonces, el problema de un crecimiento sostenido va de la mano de una sociedad abierta.  Esta abarca un amplio abanico que va desde semisocialista y muy igualitaria (países nórdicos) hasta estados que maximicen la libertad (Suiza, Estados Unidos), por lo que no es un tema de “izquierdas” o “derechas”.  Evitar la concentración de poder en quienes manejan el estado (o en empresas que lo controlen), garantizar el debate libre, y elecciones competitivas, son las recetas probadas de desarrollo.

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