Argumentos, contra argumentos y calidad del debate

Por: Leticia Salomón
Tegucigalpa.- Cuentan de un ruso que se jactaba ante un estadounidense de la precisión del metro de Moscú y que este llegaba con tal exactitud que no se retrasaba ni un segundo;

cuando decidió hacer una demostración de tal aseveración resultó que el metro llegó 7 segundos después de la hora establecida y cuando el estadounidense le reclamó, entre burlón y victorioso, el ruso le contestó con furia desmesurada: “¡Y ustedes que matan a los negros!”… Esa historia viene siempre a mi mente cuando escucho que alguien hace un planteamiento y el otro responde con una alusión que no tiene nada que ver con el planteamiento inicial y  se centra en la agresión, la ofensa y el insulto, con lo cual deja entrever que no tiene contra argumentos y que al sentirse aludido y desarmado reacciona con la furia del que no sabe responder de otra manera.
Cuando una persona reacciona de esa forma, me hace recordar al viejo dirigente comunista español Julio Anguita (“el califa rojo”), que reaccionaba ante situaciones similares diciendo con gran convicción: “¡Eso se cura con lectura!”. Y es que hace falta leer mucho, estudiar, y reflexionar para tener capacidad de debatir las ideas en lugar de atacar al que coloca sus ideas en la mesa de discusión. También recuerdo la forma impetuosa en que muchos jóvenes osados y contestatarios reaccionaban ante el golpe de Estado de 2009  gritando al unísono: “¡Estudiar, leer, para chepos nunca ser!” (Imagino que ninguno de ellos está en la universidad porque eso fue hace siete años y seguramente se graduaron hace mucho…). 
Estoy convencida que  los jóvenes universitarios que se han revuelto en los últimos días tienen razón en algunas de sus demandas: en algunas, pero definitivamente es cuestionable la utilización de las formas de lucha de hace 40 años (sin ninguna creatividad ni imaginación, sin valor añadido); es sorprendente la degradación ética de su forma de ataque al adversario (furibundo, violento, soez, desquiciado), y mucho más su  atribuida convicción de ser los líderes de un gigantesco movimiento revolucionario que sacudirá los cimientos de este país y seguramente del continente, y peor aún, que son los protagonistas de una especie de mayo francés del subdesarrollo o de una primavera árabe tropicalizada.
El problema es que para llegar a ello hace falta hacer lo que les toca a los estudiantes cuando entran a la universidad: ESTUDIAR, ESTUDIAR Y ESTUDIAR, todo ello para estructurar un discurso coherente, convincente y contundente; para usar los conceptos correctamente y usarlos con “imaginación sociológica”;  formular sus reclamos con racionalidad y, sobre todo, elaborar propuestas claras, convincentes y sustentadas… Con el perdón de los jóvenes revolucionarios, nada de eso se mira en el movimiento estudiantil universitario de los últimos días, lo que lleva a preguntarse con mucha preocupación: ¿Qué les enseñaron en las aulas universitarias? ¿Qué libros leyeron? ¿Qué revisión bibliográfica hicieron? ¿Qué conocen de la universidad? ¿Qué aprendieron de su historia para no estar condenados a repetirla “una vez como tragedia y esta vez como farsa”? ¿Qué han aprendido del país, de su estructura y de su actual coyuntura? ¿Qué les enseñaron sus profesores? ¿A qué se deben las deficiencias teóricas y metodológicas, tácticas y estratégicas, el discurso incoherente y confuso? ¿Se deben a profesores que no tienen maestrías ni doctorados, que no hacen investigación, que se equivocaron de norte y les enseñaron que el enemigo está en la universidad y no fuera de ella?
Por lo que veo, lo que escucho y lo que leo, debo reconocer que los estudiantes tienen razón: Hay que hacer una evaluación a profundidad de la calidad académica de sus profesores, antes de que sigan deformándolos como lo hicieron hasta ahora… ¡Coincido totalmente con ellos…!!!
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