Tegucigalpa. – El pasado día 03 se cumplió, sin pena ni gloria, un aniversario más del fatídico golpe de Estado que derrocó al gobierno liberal ya saliente de Ramón Villeda Morales. Son 58 largos años desde el día aquel en que los militares, celebrando a su manera la fecha dedicada a Francisco Morazán, salieron de sus cuarteles para romper la Constitución y derrocar a un gobierno que ya estaba a punto de concluir su período constitucional y celebrar elecciones generales para elegir las nuevas autoridades del país.
Lo recuerdo muy bien. Al despuntar el alba escuché disparos que, ingenuamente, confundí con cohetillos de celebración por el Día del soldado. La fecha se prestaba para la confusión y el equívoco, pero el error duró muy poco. Muy pronto fue evidente que los militares andaban por las calles, asaltaban las radioemisoras, controlaban los puntos clave de la ciudad y cazaban sin piedad a los azorados guardias civiles, mal armados y peor organizados y conducidos. Soldados pobres perseguían y asesinaban a guardias civiles tan pobres como ellos.
Aunque logré ponerme a salvo de la cacería, que por supuesto incluía a todos los estudiantes “subversivos” y a los opositores en general, tres meses después se terminó el ciclo de mi efímera clandestinidad y caí en las manos de mis perseguidores, “asnos con garras” como diría el poeta cubano Martínez Villena. Me encerraron en el presidio sampedrano, en donde compartí el infortunio en apretadas celdillas con dirigentes sindicales, campesinos iletrados, activistas políticos liberales y un par de dementes que se divertían cantando a media noche y lanzando sus excrementos a diestra y siniestra. ¡Verdadero reparto sin distingos políticos!
El golpe de Estado del 03 de octubre de 1963 marcó el inicio de un largo y asfixiante periodo de despotismo castrense y de autoritarismo militar. A diferencia del golpe anterior, el del 21 de octubre de 1956, esta vez los uniformados habían llegado para quedarse y mantener un continuado y arbitrario dominio sobre las débiles instituciones básicas del país. Su presencia omnímoda en los eslabones clave del Estado habría de prolongarse hasta el año 1982, cuando finalmente fue posible redactar una nueva constitución y devolver el gobierno, que no el poder, a las manos de civiles tan ambiciosos como ellos y tan inútiles para gobernar como habían sido los propios militares.
Pero la salida de los militares del gobierno no significó el abandono de los principales resortes del poder. Siguieron ejerciendo una visible e indiscreta tutela política a través del “rol arbitral auto asignado”. Se convirtieron en una especie de “grupo de presión fáctico”, cuya novedosa característica derivaba de su condición de institución armada. Los políticos civiles, temerosos e inseguros, optaron por el camino fácil de la complacencia sin límite ante las demandas castrenses y ante sus más elementales caprichos. La criminal Doctrina de la Seguridad Nacional (la DSN), en los años 80s, que tantos daños causó en términos de violaciones a los derechos humanos, torturas, cárceles clandestinas, desapariciones forzosas y muertes, no habría funcionado de no ser por la colaboración entusiasta o forzada de civiles cobardes que se sumaron o auspiciaron y toleraron los desmanes de los hombres de uniforme.
A partir de 1963 los militares hondureños iniciaron la fase del “militarismo gobernante”, ingresando así en el escenario político y corriendo, sin saberlo, los mismos riesgos y avatares que viven a diario los partidos y actores políticos. Las purgas internas, el irrespeto del profesionalismo, la burla al escalafón y la formación de pequeños círculos que viven en permanente conspiración silenciosa, son apenas algunos de los vicios adquiridos y de las prácticas “políticas” introducidas a la cultura castrense.
En este aniversario de aquel inicio sangriento, no es inútil recordar aquellos hechos y, sobre todo, tener presente que los mismos están en la raíz de lo que ahora somos, un país con un gobierno degradado, corrupto e inseguro, país en fuga permanente, a punto ya de convertirse en un estado fallido.