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Alcaldes y vacunas

Víctor Meza

Tegucigalpa.- Desesperados ante la desastrosa situación causada por la pandemia del coronavirus en sus respectivas comunidades, un grupo de alcaldes tomó la decisión de pedir ayuda al gobierno de El Salvador. Se cansaron de solicitar el apoyo de las autoridades locales, sin recibir respuestas favorables ni debida atención a sus reiterados reclamos. Se agotó su paciencia y, decepcionados de la indiferencia local y la impotencia manifiesta, optaron por una decisión difícil  pero inevitable.

El presidente del vecino país, Nayib Bukele, un controversial y mediático político de nuevo tipo, respondió favorablemente a la inesperada petición de sus vecinos y autorizó la donación de un lote de vacunas para las comunidades representadas por los señores alcaldes. Su gesto de solidaridad y amistad ha generado múltiples y diversas reacciones, tanto en su país de origen como en el nuestro.

No ha faltado quien le ha reprochado al presidente Bukele su espléndida generosidad hacia los vecinos hondureños, exigiendo, de paso, prioridad y primacía para los ciudadanos salvadoreños. Otros, sin embargo, han aplaudido la decisión de su presidente, a la vez que condenan y censuran la inoperancia del gobierno hondureño.

Aquí, en nuestro país, las opiniones, como era de esperar, están divididas y, lamentablemente, muy contaminadas con el virus de la política local en medio de un proceso electoral tan polémico como incierto. No son pocos los que se sienten avergonzados por la situación creada. Culpan al gobierno pero también a los alcaldes. Al primero por su ineficiencia innegable, mezclada con la corrupción criminal y el aprovechamiento de la crisis pandémica con fines electorales. A los segundos por su atrevida decisión de pedir ayuda humanitaria a un gobierno extranjero, cuyo presidente, dicho sea de paso, no ha vacilado en mostrar una actitud de crítica y rechazo ante el gobernante criollo. Tampoco faltan los que aplauden la iniciativa edilicia y agradecen entusiastas la generosidad del vecino, aprovechando la oportuna circunstancia para cuestionar al régimen juanorlandista y denunciar sus abusos y desmanes.

De todo hay, como suelen decir, en la viña del señor. A mi juicio, los verdaderos culpables de que hayamos llegado a una situación tan lamentable no están ni en el lado del gobierno salvadoreño ni en el lado de los alcaldes peticionarios. El presidente Bukele, sin poner en duda la autenticidad de su gesto solidario, reaccionó como  lo que es: un político hábil, dueño de una sensibilidad profesional para la publicidad y el sentido de la oportunidad. Los alcaldes, por su parte, actuaron como debían hacerlo, tal como lo exigían las circunstancias, la salud y la vida de los vecinos de sus comunidades.

Los verdaderos culpables, pues, están en otro lado, en el bando del gobierno hondureño que, incapaz de gestionar la pandemia con la eficacia esperada y la transparencia requerida, ha conducido al país al borde del abismo, a las puertas de la bancarrota total. Hoy por hoy, nuestro país figura en la lista de aquellos que han tenido y tienen el peor y más deficiente desempeño en la gestión de la crisis sanitaria.

El precio que estamos pagando por la incompetencia oficial es uno muy alto y desastroso. El número de muertos por día aumenta y su crecimiento no cesa. Las vacunas llegan a cuentagotas, los insumos sanitarios escasean o simplemente no existen, a pesar de que han sido aprobadas sumas millonarias por el Congreso Nacional para financiar el manejo de la pandemia. La falta de transparencia, la lentitud en los trámites, la desesperante parsimonia de muchos funcionarios y el desmedido afán por acumular dinero fácil en el menor tiempo posible, todos estos factores se combinan en mezcla letal para destruir el país y perjudicar a su gente.

Entre los compatriotas que mueren por el virus, los que sucumben víctimas de la violencia cotidiana y los que se van en caravanas para el norte, poco a poco Honduras, haciendo honor a su nombre, se irá quedando vacía, sumida en el triste recuerdo y la permanente amargura. El clan gobernante habrá concluido su tarea de destrucción y ruina.

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