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Aires decembrinos

Por: Víctor Hugo Álvarez

Tegucigalpa.- Diciembre es un mes especial, trae consigo ese hálito que cambia el ambiente, sobre todo, en un pueblo sufrido como el nuestro en estos días se percibe algo diferente; cambian los rostros, se atiza la esperanza y el anhelo de paz recobra sus brillos.

Hay actitudes diferentes aunque en el fondo persista el dolor, la muerte, el hambre y la falta de oportunidades, porque no desaparecerán por arte de magia, se necesita  decisión  y transparencia en el liderazgo político para  que conjunte el esfuerzo de todos y superar esas situaciones que postran, afligen e infunden temor.

En diciembre las familias se reúnen y el calor del hogar es intenso y agradable, porque la experiencia de estar juntos fortalece y hace rebrotar los mejores deseos, da seguridad y hay agradecimiento de estar vivos en medio de la debacle que azota a nuestra sociedad.

Es como si los valores y las tradiciones que están en peligro de extinción reverdecieran y la nostalgia por la paz que se hizo trizas nos volvieran a situar frente a la cultura que hemos perdido.

En diciembre nos recordamos que el amor, la paz, la justicia, la honradez,  el respeto por la vida y la solidaridad son  nuestra  esencia como nación.

Y esto es así, porque lo palpamos en el hogar y al volver sobre nuestros pasos  y otear el horizonte, vemos la nube negra que hoy cubre el lar donde nacimos. Nos damos cuenta que la compulsión por el consumismo que se genera en estos días no es lo primordial y un ejemplo claro de ello son las familias de tierra adentro o de las periferias de nuestras ciudades donde la miseria campea.

Esas familias al juntarse son felices sin necesidad del último giro tecnológico o de tener los muñecos deformes con que juegan los niños de las metrópolis.

En diciembre sentimos que el viento trae suaves brisas que invitan a la paz, como si escondiese entre sus corrientes el mensaje eterno de los ángeles a los pastores aquella primera navidad: “Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.

Muchos no lo admiten, pero este mes no sería igual si entre sus días no se conmemora la navidad y no se recordara el nacimiento de aquél hombre que partió la historia en un antes y un después.

No sería igual si no se reconociera su trayectoria y sus enseñanzas entre ellas el “ámense  unos a los otros”, mandamiento que parece estar ausente en nuestra realidad.

Sería distinto si olvidáramos el nacimiento de un niño, o sea el renuevo de la vida, esa vida que hoy despreciamos con nuestra indiferencia frente a tantos asesinatos de jóvenes y mujeres o simplemente por no querer saber nada de aquellos que mueren de hambre condenados por la miseria extrema y la falta de empleos.

En ambos casos esa triste realidad siempre deja huérfanos.

El nacimiento que celebramos en diciembre es el de un hombre solidario que aborrecía la injusticia y,  sin embargo,  al crecer fue víctima de una trama injusta que lo condenó a muerte. Esos recuerdos resurgen en navidad y nos cuestionan.

Nos impulsan a darnos cuenta que somos un pueblo amante de la paz, que tenemos dignidad y que estamos llamados a tener mejor calidad de vida para nosotros y nuestros hijos y por ello nos sentimos bien en diciembre.

Nuestro paladar degusta la dulzura de las torrejas, el aroma y sabor de los nacatamales, la frescura de la mistela o del rompopo. Los guisos sabrosos de la pierna horneada o el humilde pollo y el olor a pino  y a pólvora.

Cantamos, bailamos, reímos, compartimos y nos demostramos el afecto familiar.

Hay alegría y solidaridad.

Esa actitud debería ser permanente en  nuestro pueblo, pero es efímera como los días de la navidad.

No es idealismo romántico ni una quimera,  es el anhelo de un pueblo digno de mejores condiciones de vida.

Que los bárbaros ansiosos de sangre, que los pícaros y los corruptos reflexionaran y cambiaran, sería ganancia y esto provocaría una tregua en esta guerra que nos agobia y nos atemoriza.

En esta navidad démosle paso a nuestras tradiciones  a nuestra cultura y descubramos que sin paz y sin justicia nos hundiremos en la vorágine de la barbarie.

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