
La pobreza continúa arraigándose en Honduras; parece imposible reducirla, menos exterminarla. Es el mal fundamental de la sociedad, la raíz de la violencia y las enfermedades, la causa de la mayoría de los pesares que agobian a los ancianos, la razón por la que muchos jóvenes huyen y el puñal que hiere las entrañas de niñas y niños.
No es casualidad entonces, que los políticos, siempre chapuceros e ignorantes, prometan una y otra vez en sus ya cansinos y tautológicos discursos, salvarlos, sacarles de su sufrimiento, llevarlos al paraíso.
Suena lógico; los pobres, al ser la arrolladora mayoría, constituyen el objetivo fundamental en campañas y otros subterfugios para los cazadores del poder.
Dice la voz popular, que es mas fácil que Dios nos perdone por el mal que hemos hecho que por el bien que no quisimos hacer. Y en efecto, la práctica más deleznable de quienes gobiernan en países como Honduras, es eludir las acciones que en el largo plazo darán sostenibilidad a la sociedad y cambiarlas por acciones mediáticas cortoplacistas, que atraerán votos en la próxima campaña, aunque estén conscientes de que su deleznable actitud, solo genera más miseria y dependencia.
Resulta entonces terrible observar las acciones que estos políticos ignorantes o desalmados, difunden como grandes planes para sacar a la gente de su paupérrima condición. Hablan de “Red solidaria”, “Bono diez mil” o “Vida mejor” con tal ligereza y desaprensión, que no se sabe si reír o llorar. ¿Para eso quieren que la gente pague más impuestos? ¿Es eso lo que les empuja a contraer más deuda pública?
En cualquier caso, quien pagará por la irresponsabilidad de ellos, será la gente que ancestralmente viene sufriendo y que continuará en su padecer si aquellos que se creen signados por la providencia para guiar estos pueblos persisten en su contumacia.
Pasan los años, las décadas y el libreto es el mismo: Esa procaz obsesión por regalar el dinero ajeno, bajo el entendido desvergonzado, de que con esto ganarán su buena voluntad y que ésta se transformará luego en votos. Probablemente tendrán éxito.
La gente en su desesperación agradece y alaba este tipo de actitudes, sin pensar en que la consecuencia es más dependencia, cierre de oportunidades y por ende mayor pobreza futura. Lo mas triste de todo, es enterarse de que los bancos de desarrollo y las agencias de cooperación internacional, no solo aprueban, sino que impulsan este tipo de programas.
La ciencia económica ha estudiado fenómenos como este durante mas de dos siglos. Uno de sus elementos básicos, apunta justamente a que toda decisión económica que adopten los agentes, llámese gobierno, familias o empresas, implica automáticamente la renuncia a otra actividad que, de hecho, podría ser más beneficiosa. Cuando el gobierno decide utilizar los recursos de todos para financiar actividades de este tipo, está privando, por defecto, a las generaciones futuras de la posibilidad de conseguir mayor bienestar. Esto no deja de ser un crimen por el que, lamentablemente, nadie pagará.
Ya la historia ya nos alecciona al respecto: Roma, por ejemplo; fue durante siglos, la sociedad hegemónica. Su forma de organización social, la manera en que se gestionaba el poder, su arquitectura y diseño de infraestructura, su ejército y modelo de seguridad, tuvieron notable influencia durante siglos.
Sin embargo, sus políticos poco a poco fueron perdiendo su norte, al grado que llegaron a considerar éticamente válido el regalar “pan y circo” al pueblo para tenerlo contento. Allí estuvo el principio de su destrucción. Ese poderoso imperio que un día dominó la cultura mundial hoy solo es un recuerdo aleccionador que, algo debe indicarnos para no replicar en nuestras sociedades.
Otros países, en cambio, constituyen ejemplos claros a seguir para quienes desean de forma genuina cambiar su realidad. Aquí cerca, por ejemplo, Costa Rica eliminó su ejército en diciembre de 1948 y con ello, no solo liberó recursos de modo que el gobierno los usara para mejorar la educación y la salud de la gente, sino que le brindó al mundo una señal clara: cualquier cambio que implique eliminar la violencia a cambio de exaltar el conocimiento, generará un modelo de bienestar del que muchos deberían aprender.
Ojalá y quienes andan desde ya en campaña lo entendieran, aún estamos a tiempo, porque si Roma con toda su gloria desapareció, ¿Qué podría impedir que a nosotros nos suceda lo mismo?