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El rey belga abre durante 150 horas su palacio de vidrio y flores

Bruselas – Con la misma voracidad que despierta un concierto de los Rolling Stones o de Karol G, en apenas día y medio se han agotado las 140.000 entradas en venta para visitar la apabullante colección botánica que albergan los invernaderos del Castillo Real de Laeken.

Se encuentran en Bruselas y solo se abren al público 150 horas al año, durante la temporada de floración. Así que el privilegio de pasear por un anexo de la residencia del rey Felipe de los belgas entre orquídeas, fucsias y azaleas siempre cotiza fuerte.

«Las entradas se agotan muy rápido cada año. De hecho, lo llamamos un poco el ‘Tomorrowland’ de los invernaderos», explica a EFE la responsable de comunicación del recinto, Lore Vandoorne, quien bromea sobre el célebre festival belga de música electrónica.

Pero el 2025 es aún más exclusivo: cuando la rendija para asomarse a la flora de sangre azul se cierre el 11 de mayo, se clausurará también el Jardín de Invierno, un templo de vidrio y plantas con 150 años de historia donde el monarca belga ofrece los banquetes de Estado.

Ese icónico espacio, que funciona como morada de palmeras, bananos, medinillas y helechos arborescentes bajo una cúpula de 36 costillas metálicas y 30 metros de altura, se someterá a una profunda renovación de 20 millones de euros.

Las obras deberían terminar en 2027, pero conviene valorar esa fecha con prudencia. El Palacio de Justicia de Bruselas también iba a restaurarse en un tiempo razonable cuando empezaron los trabajos en 1984 y sigue cubierto de andamios.

Sí seguirá abriendo sus puertas cada primavera el resto del conjunto de los invernaderos del Castillo Real de Laeken, que se despliega a través de 36 pabellones extendidos sobre 1,5 hectáreas de un dominio del tamaño de unos 260 campos de fútbol donde trabajan 15 empleados y 28 jardineros.

Alrededor de los edificios, los visitantes pueden adentrarse por jardines con estanques bordeados por hayas, cerezos y robles muy apreciados por aves como el martín pescador o la garza imperial, que se benefician de un parque integrado en la red ecológica Natura 2000.

Las camelias de Leopoldo

La historia de los invernaderos reales, construidos entre 1873 y 1905, es también la de una ambición.

Bélgica, fundada en 1830 como monarquía parlamentaria constitucional, se situó pronto entre las grandes potencias gracias al desarrollo de la siderurgia y del carbón y a la explotación colonial de los recursos del Congo en tiempos de Leopoldo II, que reinó entre 1865 y 1909.

El segundo soberano del joven y pudiente Estado belga quería erigir un espacio a la altura de las circunstancias junto al Castillo de Laeken, construido en 1782 bajo mandato holandés.

Leopoldo II había visitado el Palacio de Cristal de Londres durante la Exposición Universal de 1851 y concluyó que Bélgica también necesitaba un lugar innovador y majestuoso donde organizar congresos internacionales y recepciones diplomáticas.

Además, el monarca era muy sensible a la jardinería, con predilección por la escuela francesa. En cuanto a las flores, apreciaba en particular las camelias (Camellia japonica) originarias del este de Asia, de las que llegó a tener hasta 300 especímenes.

El arquitecto Alphonse Balat, profesor del maestro belga del art-nouveau Victor Horta, diseñó el proyecto en 1873 por encargo del rey. Balat describió su obra como «una ciudad de vidrio en un paisaje de parque ondulado».

El soberano, que estaba empeñado en modernizar y embellecer Bélgica, es responsable de otros grandes proyectos arquitectónicos como el Parque del Cincuentenario de Bruselas o la modernización del puerto de Amberes, pero es también una figura muy controvertida.

Entre 1885 y 1908 fue propietario a título personal del Estado Libre del Congo, donde instauró un régimen brutal para explotar el caucho, el marfil, la madera y los minerales de la colonia africana.

No se conoce el número exacto, pero se calcula que murieron cinco millones de personas, casi la mitad de la población actual de Bélgica, que está sometiendo su pasado a una revisión histórica que ha llevado al actual monarca, el rey Felipe, a pedir disculpas por las «heridas, sufrimientos y humillaciones» del Congo.

El tren fantasma

Leopoldo II, apasionado del ferrocarril, construyó en 1887 una estación frente al Castillo de Laeken, reservada exclusivamente a la familia real y sus invitados: la Gare Royale, hoy en desuso.

También mandó edificar otra estación real junto al Castillo de las Ardenas, en Houyet, pero fue clausurada poco después de su fallecimiento en 1909.

Para impresionar a sus invitados, el rey planeó en 1904 una estación de tren subterránea conectada con el castillo. Se excavaron el túnel y el andén, pero el proyecto se abandonó por sus «costes exorbitantes», según una memoria de la empresa nacional de ferrocarriles SNCB.  JS

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