La orquesta del Titanic

Julio Raudales

La política es un arte y debe estar siempre en manos de artistas, es decir, gente que entienda el delicado balance de las acciones a tomar para lograr el bienestar público, sobre todo en un ámbito tan complejo como el que nos toca transitar hoy día.

¡Triste es comprobar,con mayor convicción cada día, que algo tan delicado como la administración pública, esté en manos tan poco habilitadas. Para seguir con la alegoría del arte: No hay ni buenos músicos en la orquesta y, lo que es peor, la dirección está en manos de un lego de oído desafinado y arrítmico.

Dura cosa es entonces identificar la punta del hilo que desenreda esta madeja de problemas. El sector eléctrico amenazando la estabilidad social, la FAO y el PMA de las Naciones Unidas lanzando continuos llamados de atención sobre la problemática alimentaria, las escuelas que desfallecen ante la incapacidad de dar a docentes y estudiantes las condiciones mínimas para el retorno seguro a clases y el dengue, Chagas, y las enfermedades respiratorias que se suman al complot de la pandemia bienal.

Y la cosa suma y sigue: violencia en las calles, acusaciones de corrupción, los migrantes y su sempiterna salida y retorno, la precariedad en el trabajo, la misoginia y homofobia, los monopolios, la persistente vulnerabilidad ambiental, la infraestructura productiva destruida, la parálisis administrativa… ¡En fin! mil expectativas que suplir y el tiempo corre.

Tantos y de tal magnitud son los problemas, que la mayoría de los actuales detentores del poder, olvidaron de tajo el asunto macroeconómico.

Obnubilados en aprender de forma improvisada de qué va la tarea, funcionarios y demás delegados de la administración pública le dan escasa prioridad y prestan poca atención al necesario equilibrio de indicadores de mediano plazo, tales como la cuenta corriente de la balanza de pagos, el déficit fiscal, la masa monetaria y su manejo debidamente regulado por acciones prudentes.

Todos los sectores, energía, educación, salud, ambiente, etc. requieren atención y pericia, pero, como en una orquesta, son indispensables la secuencia y los ritmos adecuados. ¿Quién los marca en la política? Pues con una singular dirección binaria, lo deben hacer la autoridad fiscal en conjunto con la monetaria.

Por ello es importante que la hacienda pública y el Banco Central funcionen como un reloj, respetando la sincronía, tan necesaria para que la orquesta ejecute el programa de desarrollo con calidad y eficacia. Puede tenerse el mejor plan de rescate de la ENEE, o una estrategia sustantiva para poner la salud y la educación en el siglo XXI o la mejor red de protección social, ¡en fin! una estrategia de atracción de inversiones bien hilvanada, pero si la política monetaria y fiscal son disfuncionales, sencillamente todo fracasará.

¿Qué es lo que sucede en concreto? Pues que en la Secretaría de Finanzas no hay una consciencia clara del desastre sistémico con el que se ha manejado la política fiscal en las últimas cinco décadas: Una planilla salarial que crece desordenadamente, gastos operativos incontrolados y una inversión pública ineficaz y pequeña en relación con el gasto total, con resultados magros en términos de mejora en las condiciones de vida de la gente.

Se firmó hace un año un esperanzador acuerdo con el FMI. Llega septiembre y los criterios acordados siguen sin cumplirse, principalmente porque no existe la mínima intención de hacer que el país armonice sus políticas al ritmo de lo que sucede en el resto del mundo, esa actitud contumaz, es el mejor camino hacia el desastre.

El Banco Central, el supuestamente autónomo líder de la política monetaria, tuvo que dejar de lado la vía que había tomado desde hace algunos años (metas de inflación), que permite al país apuntalar la economía mediante una emisión consecuente con la búsqueda de un crecimiento económico sólido, un tipo de cambio competitivo y, por supuesto, la mínima pérdida del poder adquisitivo del lempira.

Centrar la política económica en el gasto público no solo es necio, también es peligroso. Además de fastidiar la armonía en las políticas, conlleva riesgos enormes, hay que mirarse en el espejo de Siri-Lanka: comenzó con deuda alta y gastos exacerbados, financiados por el Banco Central y terminaron en desastre. También iniciaron así los vecinos argentinos y venezolanos, acallando la armonía y convirtiendo la orquesta en la del Titanic.

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