¿A quién doy mi voto?

Chasty Fernández López

Soy de Tegucigalpa, Honduras y volvemos a estar en período electoral, aunque, a decir verdad, podría parecer que nunca hubiésemos dejado de estarlo. De hecho, si nos guiamos por la información que, sobre “política”, nos ofrecen buena parte de nuestros grandes medios, es probable que no notemos grandes diferencias a raíz del inicio de la “precampaña”. Los medios convencionales suelen denominar “precampaña” a casi cualquier momento fuera de los quince días previos a las elecciones, en donde lo único que hacen es hacer creer al pueblo falsedades saludables para –según la óptica del mentiroso- un buen fin. No creo descubrir nada al afirmar que, en cada campaña, los candidatos suelen mentir por encima de sus posibilidades. Cada mentira se calcula, se sopesa, se destila, se dosifica. Y para aquellos que hayan mentido demasiado, perdiendo así todo poder de credibilidad, el tratado propone una dieta de mentiras, evitando los excesos verbales, obligándose durante tres meses a no decir más que verdades para poder recuperar el derecho a mentir de nuevo, renovando así la impunidad.

El Pueblo no tiene ningún derecho a pretender ser informado de la verdad en materia de Gobierno. A veces, las declaraciones de los políticos en permanente campaña están simplemente sacadas de la nada, con el único objetivo de captar titulares. El problema de tantas mentiras en la política va más allá de creencias sobre hechos concretos. Lo que está en juego no es tanto lo que la gente termina creyendo sino cómo termina comportándose. La actitud que adopta frente a la información que recibe. La mentira pasó de ser una herramienta a ser una política de muchos gobiernos para socavar los cimientos de la realidad misma e impedir que la gente pueda distinguir lo que es verdadero de lo que no lo es. Estas mentiras se clasifican en tres clases: mentira calumniosa, mentira por adición y mentira por traslación. La mentira calumniosa empieza por los rumores difamatorios de los que están en el poder, tiene como objetivo despojar a un buen hombre de la reputación que se ganó por méritos propios. La mentira por adición es aquella que otorga a un personaje mayor reputación de la que le corresponde para ponerlo en condiciones de servir a determinado propósito político. La mentira de traslación es la que transfiere el mérito de una buena acción de un hombre inteligente a otro carente de ingenio y agudeza pero saturado de ambición; o por la que se quita el demérito de una mala acción a quien la ha cometido para transferirlo a un subordinado.

Considero que la política tiene en ese sentido una relación estrecha con la esperanza. Todo político tiene que vender promesas y hay mentiras que valen la pena porque la política no tiene que ver sólo con resolver problemas técnicos sino con configurar un ideal de comunidad. Se trata a veces de apuntarle a algo que no existe porque el futuro no está dado, hay que imaginarselo. Prometer es también decir que vas a hacer algo cuando tu no sabes si realmente lo vas a poder hacer y en ese sentido es un engaño. Concluyendo, no se a quien obsequiar mi voto.

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