Por: Otto Martín Wolf
Debido a mis creencias religiosas, hay dos preguntas que constantemente me hacen al respecto.
Las dos son preguntas complejas, de respuestas sencillas.
Primero: Por qué declaro públicamente mi condición de ateo, sabiendo que eso me acarrea toda clase de controversias, insultos y hasta amenazas. (Hay uno que dijo que, en vista de eso, deberían de crucificarme, se imagina?)
La respuesta es sencilla: Vivo en un país donde todas las ideas se pueden expresar libremente, incluyendo las religiosas, a diferencia de naciones como Irán donde es prohibido por el gobierno religioso con sentencias que pueden llegar hasta la muerte… sólo por pensar diferente.
Segundo: Por qué no creo en dios, ningún dios.
La respuesta es igual de sencilla: Porque no existe evidencia, ninguna evidencia en todo lo enorme del cosmos. Si Dios es una criatura súper poderosa, infinita y, sobre todo, buena, definitivamente no hay evidencia de que exista.
Si vemos los frecuentes desastres naturales como terremotos, inundaciones, incendios forestales, tsunamis, pestes, hambre, enfermedades, defectos de nacimiento en bebés inocentes y las mil y unas maneras de sufrir y morir que afectan al ser humano y que todo eso lo permite un “dios-bueno” definitivamente no puede existir.
Entonces sería un “dios-malo” o, peor, un “dios-indiferente” ante el sufrimiento de “sus hijos”.
La única evidencia es que en el universo las cosas suceden casualmente, sin nadie que las produzca, las utilice como castigo o premio.
Ante la falta de evidencia quienes creen en dios -cualquier dios- lo hacen por asunto de fe y fe es precisamente creer en algo sin ninguna prueba.
Actualmente el porcentaje de ateos a nivel mundial se estima en un 22 por ciento, cifra que continúa creciendo conforme la ciencia va desentrañando los “misterios” del cosmos, uno por uno.
Cómo se formó todo? Cuándo empezó? Cómo se produce la vida? Cuáles son los elementos indispensables para la vida? Qué diferencia al ser humano de otras especies?
Todas esas preguntas, antes misteriosas, al igual que otras más sencillas como de dónde vienen los rayos, dónde va el sol en la noche, qué es un eclipse, por qué a veces no llueve, es cierto que bailando la danza de la lluvia o arrojando una mujer virgen a un volcán se logra que llueva y muchas otras que, basadas en la ignorancia, han dado paso a la formación de múltiples religiones a lo largo de la historia, ya han sido contestadas y ninguna requiere la intervención de un dios-todopoderoso.
Si después de conocer todo eso alguien decide creer en Buda, Alá o Jesús, pues está en su derecho, pero lo que la gente crea no tiene ningún valor, sólo lo tiene aquello que se pueda demostrar con evidencia.
Tengo que repetir: Durante mucho tiempo la mayoría de la gente creyó que la Tierra era plana, pero eso no la hizo ni un poquito menos redonda, no importa cuántos lo creyeran.
(Pobres aquellos que fueron torturados y enviados a la muerte sólo por creer que era redonda. Los que estaban equivocados juzgaban y condenaban a los que estaban en lo cierto)
Nosotros, los ateos, creemos en lo que la evidencia puede demostrar y estamos listos a aceptar cualquier otra verdad, en cualquier momento, siempre que pueda ser comprobada.
No somos malos ni buenos por ser ateos, somos seres humanos tranquilos, sencillos, iguales a cualquier otro.
La gran diferencia consiste en que cuando alguien se enferma buscamos la ciencia médica en lugar de ponernos a rezar. Cuando se produce una inundación corremos para salvarnos y luego a tratar de averiguar qué sucedió y cómo prevenirlo en el futuro, en lugar de pedir la ayuda de algún ser súper poderoso y, cuando hay una sequía no bailamos la danza de la lluvia.
Nosotros los ateos no creemos que en un libro, en un solo libro se encuentren todas las respuestas y la verdades. Lo que sí creemos es que cada día la ciencia avanza, respondiendo las preguntas o, como decía Carl Sagan, iluminando un mundo lleno de supersticiones.