Edward Bernays, padre de la ciencia de las Relaciones Publicas, precursor de la propaganda como mecanismo de influencia sobre la masa, tenía la capacidad de cambiar los hábitos de las personas, convencerlas para que hicieran lo que les sugería. La masa social, además de sumatorio de individuos, es un organismo vivo con características propias y diferenciadas. En 1923 publica su primer libro especializado en la materia: “Cristalizando la opinión pública”. Escribe: “La prensa tiene un puesto destacado como moldeadora de la mente pública”. Moldear es dar la forma del molde prefijado, buscando que la opinión pública presente uniformidad de criterio, similar discurso sobre un asunto. Repetir el mantra.
Cuatro años después, en Inglaterra, comienzan las emisiones por televisión gracias a la BBC, poniéndose en funcionamiento el arma más efectiva de manipulación social. La información se recibe sin esfuerzo mental, sin tener que imaginar lo que se escucha por la radio. La “caja tonta” toma posesión del cerebro fusionando imagen y sonido. Las publicaciones escritas, prensa papel, que fueran el primer medio de comunicación e influencia, pierden preeminencia paulatinamente. Una desgracia para quienes consideramos al libro la mejor mascarilla protectora contra el virus de la ignorancia y la estupidez.
La película “Fahrenheit 451” muestra un mundo distópico donde los edificios son ignífugos, y los bomberos se dedican a quemar los libros para impedir que la gente lea. Las autoridades prohíben la lectura porque dificulta el adoctrinamiento de la población. Leer provoca en las personas interés y preocupación porque obliga a pensar, cuestionarse la realidad, hacer preguntas y demandar respuestas de las autoridades. En nuestra sociedad los bomberos de “Fahrenheit 451” estarían sin trabajo, no necesitan quemar los libros porque voluntariamente hemos renunciado a la lectura. Una pérdida de tiempo, un esfuerzo intelectual innecesario porque todo lo que necesitamos saber se encuentra en la pantalla del celular, del ordenador. Entonces, ¿para qué leer, estudiar, memorizar, pensar, razonar? Una consecuencia de tal suicido colectivo es que se reduce la capacidad mental porque el cerebro se vuelve vago. Al dejar de conceptualizar permitimos que otros tomen las decisiones por nosotros, convirtiéndonos en rebaño pastoreado.
Es axiomático que los medios de comunicación no sean imparciales ni objetivos. Son empresas, por tanto negocios, pero con una dimensión ética y moral. Sus profesionales deben regirse por un código deontológico: respetar la verdad y presunción de inocencia; diferenciar información de opinión; abordar otras versiones del hecho; contrastar la información con diferentes fuentes; rectificar las informaciones erróneas… Un código de virtudes utópicas, para el distopico mundo de la comunicación. Cualquier información que se difunde también se valora e interpreta, incluso por quienes desconocen la temática. Cuando escuchamos al profesional defender su imparcialidad está confesando el pecado, porque como seres humanos nadie es puro ni ecuánime. Aunque la noticia sea veraz, el presentador controla el enfoque. Se miente por omisión cuando se expone solamente aquella parte de la información que refuerza determinado encuadre, para moldear la mente pública, como demostró Bernays.
Las preferencias políticas del profesional, la tendencia del programa, incluso la línea de pensamiento del medio, se evidencia en los temas que se abordan; el perfil de los entrevistados; la manera de plantear las preguntas… para terminar el propio presentador emitiendo sus opiniones personales, momento en el que deja de moderar para convertirse en activista. La coletilla “a título personal”, o esgrimir el derecho a la libertad de expresión, no son eximentes porque no se cuestionan derechos. La función del presentador es moderar, dirigir el programa para modelarlo, darle la mejor forma posible. No se puede liderar la orquesta y dejar la batuta para ocupar la posición del musico, porque distorsiona el concierto, parcializa y orienta. Al hacerlo deja de moderar para moldear, acomodar la información al molde preconcebido. Joseph Goebbels, jefe de propaganda nazi decía: “No tengo que probar lo que digo, basta con decirlo”.
Los medios establecen la agenda, seleccionan las noticias y su trascendencia, deciden de lo que tenemos que hablar y cómo debemos sentirnos. Lo que no representa un problema para una población que no lee, que no sabe cuestionar al carecer de pensamiento crítico, acostumbrada a no pensar porque eso requiere esfuerzo. Por tanto, los mensajes deben ser cortos, simples (sin profundidad), y sencillos (sin dificultad), para que el mantra funcione. Un ejemplo a cuenta de las ZEDE: ¡La patria no se vende!