De la planificación a la acción para la recuperación

Arabesca Sánchez

Los escenarios vistos durante esta primera semana de noviembre del 2020 han sido catastróficos en términos de daños a la infraestructura pública y privada, plantaciones y sus respectivas cosechas de alimentos, pesca, pérdida de bienes inmuebles -menajes de vivienda, vehículos, cabezas de ganado, y otros- y lo más importante, la pérdida de vidas humanas que ya se acercan a las sesenta. Es inevitable buscar en nuestra mente un referente entre los antecedentes históricos de nuestro país que nos permita hacer una comparación para entender lo que ha pasado y lo que nos viene; así irremediablemente aparecen imágenes del huracán Fifí y Mitch, este último fue el fenómeno climático que nos dejó con un nivel de destrucción tal, que nos tomó alrededor de dos décadas para recuperarnos en cuanto a daños materiales, mientras que de sus efectos colaterales como la vidas humanas perdidas, y la salida de miles de hondureños migrantes que buscaron mejores estadios creyendo que sería una cuestión temporal; de eso aún no salimos y muchos de ellos siguen en estatus de tepesianos en el extranjero.

También esta referencia -para quienes hicimos labores de limpieza en espacio público durante el huracán Mitch-  nos da la oportunidad de entender que, si bien las primeras horas de estos temporales son de desbordamientos de ríos y quebradas, inundaciones, derrumbes, destrucción, atención, rescate y albergue a víctimas -atención de la emergencia-, también sabemos que la segunda y tercer semana son tiempo de esperar a que bajen los niveles de las aguas, mientras se comienza con el recuento de los daños y levantar el inventario de las afectaciones reales a nivel nacional; solo entonces es posible comenzar las complicadas labores de limpieza del lodo que todo lo envuelve y los charcos de agua sucia, que nos evite más adelante los criaderos de zancudos generadores del dengue y otras plagas, además del inicio de las labores de reconstrucción de los espacios públicos y privados.

Si de por sí, estas labores son complejas porque dependen de un gran esfuerzo logístico y disponibilidad de equipo pesado que permita la remoción de escombros y vehículos para el transporte de grandes cantidades de basura pesada; disposición de las cisternas de agua limpia, además de miles de manos voluntarias de las comunidades y estudiantes de secundaria y universitarios que realizan su trabajo social como requisitos de graduación; dispuestos a apalear la tierra y el lodo que cubre las calles y caminos de los municipios más afectados.

Todo este escenario ya lo hemos vivimos y ahora sabemos que este será el mes de la limpieza y la reconstrucción de lo inmediato, así lo hemos entendido y esta misma semana han comenzado el desplazamiento de equipos técnicos que están identificando prioridades, las brigadas de salud en albergues, las jornadas de solidaridad humana en donde miles de hondureños han hecho sus donaciones de víveres, alimentos y bebidas, prendas de vestir y medicamentos que ya comenzaron a entregarse a los más necesitados y que lo han perdido todo o casi todo.

Sin duda, que estos esfuerzos este año se complican con la presencia de la COVID19, que ya ha cobrado sus propias pérdidas en vidas humanas y en daños económicos; obligando a todos los equipos y brigadas de la atención de los daños producto del huracán ETA al uso de medidas de bioseguridad y atención de la bioseguridad en albergues para evitar mayores exposiciones.

Ante esta situación, de país necesita de una actitud de superación muy alta en el espíritu de los hondureños; porque nuestra resiliencia se ha puesto a prueba una vez más -pues mientras escribo estas líneas el Valle de Sula nuestra principal zona industrial, aún se encuentra completamente inundado- y ahora debemos, como país salir adelante a pesar de todo cuanto ha pasado desde febrero que comenzó todo este proceso de pérdidas en medio de la COVID19.

Estos fenómenos son previsibles hasta cierto punto, y sus daños se pueden prevenir, pero cuando la naturaleza reclama sus territorios y las aguas se desbordan de la forma en que lo hemos estado viendo en esta oportunidad, muy poco se puede hacer cuando el agua entra en todo un valle; más que esperar a que estos niveles de inundación bajen para comenzar a operar los planes de limpieza y reconstrucción en la parte material, mientras que en lo económico, no cabe duda de que si ya los presupuestos nacionales habían sido redirigidos por la COVID19, ahora se tendrán que hacer los reajustes necesarios para la atención de esta emergencia priorizando las zonas en donde los daños han sido mayores.

Nuestros ojos deben estar puestos en los planes de atención de catástrofes naturales para la mitigación y reducción de daños en cada municipio afectado, considerando que la temporada de huracanes y ciclones aún no ha terminado y fueron anunciados dieciséis en total para este año de los cuales ya han pasado algunos de ellos sin causar tantos estragos como este huracán ETA; y además poner atención en el diseño y uso de los presupuestos públicos y privados destinados para la reconstrucción económica que sobreviene.

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