La visión conservadora de la educación

Por: Armando Euceda

El significado, la razón o el interés de lo que aprendemos va a estar condicionado por cómo aprendemos.

Quién quiere que aprendamos algo y con qué propósito. A quién le sirve que nos eduquemos.

Las evidencias muestran que no aprendemos todos de la misma manera. El entorno social y cultural afecta directamente el aprendizaje del estudiante y dentro de este entorno el ambiente que se transpira en la institución educativa juega un papel central. Asimismo, el nivel de escolaridad del hogar del niño o joven que estudia es un condicionante que tampoco podemos soslayar.

La educación que la persona recibe estará condicionada por la visión política y económica que tenga el grupo que ostente el poder político. Así la tensión esencial acerca del tipo de educación se establece entre un extremo conservador y otro progresista. Alguna gente se ubica en el centro pero lo cierto es que al llegar al aula -presencial o virtual- el centro se diluye y el poder de turno se impone.

Tanto los progresistas como los conservadores se auto-denominan defensores del sistema democrático.

En la visión conservadora la élite que dirige la economía y que controla el poder tiende a educar sus hijos en escuelas privadas y universidades, dentro y fuera del país. Reciben el beneficio de una educación más integral que les entrena en el uso del pensamiento crítico tan necesario para formar personas con liderazgo. Algunos se educan para conducir a otras personas.

Tanto para la élite como para un sector de la clase media la escuela pública no representa una opción educativa de éxito para la educación de sus hijos. La excepción la hacen en el nivel universitario en donde, como en el caso nuestro, la universidad pública nacional tiene un ranking mayor que el de las universidades privadas.

La élite conservadora quiere que tanto el maestro como la persona que se eduque sea dócil, obediente y conformista. Que respete el orden y la autoridad al margen de la legitimidad con que esta fue conferida. Por eso valora la enseñanza que privilegia la memoria y la adquisición de algunas competencias de utilidad en el mercado. En su visión más creativa consideran al cerebro de la gente que asiste a la escuela pública como un guacal al que hay que atiborrar de información y en el cual hay que minimizar -desmantelar- el debate de las ideas. Así fue en los siglos XIX y XX. Lo más preocupante, así es hoy en pleno siglo XXI en nuestro país.

El docente debe ser obediente con la autoridad y conformista con su destino, aun cuando sus derechos sean disminuidos, ignorados y frecuentemente tergiversados. Son los culpables naturales del fracaso escolar y deben aplaudir a la élite por cualquier éxito.

En el otro extremo del espectro está la visión llamada progresista. En ella se valora el aprendizaje  constructivista, significativo, en términos de aumentar la libertad de las personas que asisten a la escuela -pública o privada- para que puedan entender y defender sus derechos económicos y políticos, convencidos de que el lenguaje y su riqueza puede aportar un invaluable significado cultural a la educación de la persona.

En ambos enfoques hay distorsiones nocivas para el que se educa. En el conservador se vende la nostalgia de un pasado glorioso que, en realidad, para los pobres, nunca existió. En el progresista, con frecuencia se hacen ofertas populistas que sin pudor se arropan con la demagogia.

En la visión conservadora, con designio causal de grupo predestinado, la autoridad política se mueve hacia el totalitarismo. Más de Armando Euceda. Aquí…

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