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Razón y no fuerza

Por: Víctor Hugo Álvarez

Tegucigalpa.- La máxima casa de estudios del país atraviesa nuevamente una situación conflictiva, por problemas recurrentes.

Estos períodos de inestabilidad son cíclicos en la Universidad Nacional y,  de alguna manera justificables,  pues su accionar es dinámico y siempre busca ajustar su quehacer fundamental a las necesidades de la sociedad hondureña.

Inaudito es concebir una universidad estática, donde no pasa nada y que su fundamento académico se sujete a transmitir el conocimiento tradicional, sin abrirse para acoger los avances científicos y tecnológicos, sociológicos, históricos,  económicos, filosóficos y políticos.

Las sociedades, y con mayor razón la nuestra, no son estáticas, tiene su devenir marcado por los anhelos de los pueblos en buscar mejores niveles de desarrollo, calidad y bienestar. En ese sentido, las universidades, sobre todo las estatales, son el reflejo de ese anhelo de las sociedades y su  población son jóvenes, futuros profesionales,  sobre los cuales recae el peso de prepararse para dirigir un país en crisis como lo es Honduras.

La Universidad Nacional, desde que alcanzó su autonomía en 1957, ha sido un centro neurálgico del país, donde todos los sectores, sobre todo los políticamente organizados, han puesto sus ojos sobre ella y han querido hacer de la institución una prenda preciosa en sus manos para abonar sus mezquinos intereses.

En las épocas de crisis de la institución no han faltado quienes levanten el dedo para acusar a grupos disidentes de izquierdistas que quieren sembrar el caos en la institución. Son cantos de sirena que se repiten constantemente y que cuando con más fuerza se esbozan, menos credibilidad tienen, pues sabemos que las izquierdas en honduras son anémicas.

En las épocas oscuras de las dictaduras esa institución educativa fue un ejemplo de democracia. La participación de los estudiantes en la elección de sus autoridades aglutinadas en la Federación de Estudiantes Universitarios de Honduras, FEUH, eran un tema nacional y aunque siempre había sus bemoles, fueron un ejemplo para el país.

La respuesta inmediata de condena ante masacres como la de Los Horcones en Olancho, fue ejemplarizante y las constantes posturas de sus rectores, el Consejo Universitario y el Claustro Pleno ante la realidad del país fueron voces iluminadoras para el pueblo hondureño.

Desde el dos mil cinco para acá, la UNAH ha estado sometida a una severa como necesaria reingeniería y todo proceso de remozamiento y actualización conlleva aspectos que crean disensos, malestares y hasta malas interpretaciones.

Pese a ello,  no es posible  que en una institución donde se esparce el conocimiento, donde el libre juego de las ideas es el fundamento de su universalidad, se quede estancada en lo académico, en infraestructura y en el desarrollo de sus competencias.

Pero esa actualización no debe marginar o desoír el clamor de su población meta, es más los estudiantes son y deben ser siempre lo primordial de la institución y lo aconsejable es el diálogo permanente con ellos, mantenerlos siempre informados de las reformas y saber escucharlos.

Cuando la máxima autoridad universitaria se niega a escuchar o recurre a la amenaza, está violentando el valor básico de la tolerancia y universalidadpostulados en sus principios. Y, lo más triste, reeditando las viejas prácticas de la política hondureña basadas en la soberbia y la imposición.

Por ello, se debe escuchar a los estudiantes, se deben tomar medidas que fundamentadas en la sabiduría y la riqueza que se obtiene del diálogo, encaminen hacia la solución de los conflictos.

Los jóvenes estudiantes más de alguna razón tendrán. Que no sepan plantear sus aspiraciones es una cosa, pero no se les debe marginar o desoír, mucho menos acusarlos para judicializarlos es otra. Si hubiera más gentes educada en el país, tendríamos menos población  penitenciaria  y escoger el camino de las acusaciones no es bueno para la institución, para ello tiene sus reglamentos disciplinarios internos.

Tampoco es un buen signo recurrir a la autoridad policial para que con sus toletes abollen las aspiraciones de los jóvenes. Además de perfilar la intolerancia,  eso es un signo contrario al diálogo participativo que es el fundamento de la democracia.

La Universidad debe ser un ejemplo donde la fuerza esté ausente porque predomina,   es luz y esparce la razón y por ello es necesario deponer actitudes de ambos bandos. Que los estudiantes dejen de usar sus capuchas y den la cara sin temor a ser reprimidos, sancionados o judicializados y plantear con claridad sus demandas y que la autoridad universitaria no asuma posiciones inflexibles cuando el problema parece tener un origen  político y no académico.

Las autoridades y los estudiantes deben darse cuenta que la UNAH es un símbolo entre la hondureñidad   y ello los obliga a dialogar.

 

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