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Del pasado y del futuro

Por: Otto Martín Wolf 

Viajemos en el tiempo, vayamos centenares de miles de años atrás, hasta la caverna que sirve de refugio a algunos de nuestros primitivos antepasados.

Es el comienzo, los ocupantes están apenas un poco arriba de los simos, sus parientes cercanos.

Aún no disponen de lenguaje hablado, se comunican por gruñidos, golpes y señas, tal y como lo hacen en la actualidad sus descendientes no evolucionados; chimpancés o gorilas.

Todavìa no dominan el fuego, no saben asir el extremo que no arde de algún leño encendido casualmente por un rayo.

Qué  sucedería si, en ese momento, alguien pusiera un televisor frente a ellos, con el más fácil de entender, el más infantil programa jamás hecho.

No es difícil de saber cuál sería su reacción; posiblemente ninguna, tal y como sucede si, en la actualidad, se hace lo propio frente a un orangután u otro de sus primos.

Avancemos en el tiempo, unas cuantas decenas de miles de años.

Aún tienen el cuerpo casi completamente cubierto de pelo pero ya hablan, aunque con un lenguaje/gruñido muy primitivo, apenas el esencial para coordinar cacerías y para que el jefe del clan imparta órdenes.

Pero ya dominan el fuego, inclusive poseen algunas herramientas, posiblemente un palo con la punta afilada, una rudimentaria lanza.

Si hacemos la misma prueba del televisor, cuál sería la reacción?

La primera, sin duda, sería miedo, mucho miedo. Esa cosa desconocida es para ellos como lo único con lo que la pueden comparar, quizá la entrada a una caverna o algo similar, pero dentro tiene objetos que nunca han visto y, además emite ruido, música o un diálogo como los más elementales de Plaza Sésamo.

Al cabo de un tiempo, cuando han comprobado una y otra vez que no pueden alcanzar los objetos que ven, posiblemente perderían interés, no se come y tampoco representa peligro de ser comidos por él, así que lo dejan y lo olvidan.

Otro viaje unos cuantos miles de años adelante. Ya hablan, tienen jerarquía establecida, también arcos y flechas, se visten con pieles curtidas al sol, calzan botas para proteger sus pies de las asperezas del suelo, han aprendido a enterrar a sus muertos, a veces inclusive les hacen acompañar de algunos objetos familiares como ollas de barro y collares de piedras de colores semi pulidas.

Las primeras preguntas básicas hace ya algunos años dan vueltas sobre su mente. Dónde va el sol cuando oscurece? Quién y porqué lanza terribles rayos?

Quién hace que llueva y, quizás finalmente, quién soy, de dónde vengo, quién me hizo?

Es el momento ideal para imaginar la reacción que tendrían frente a un televisor. No tienen idea de qué es, cómo funciona, mucho menos quién lo hizo.

Ante esa falta de respuestas surge lo inevitable: Tiene que venir de un ser superior, el primer asomo de un dios cruza por su mente.

Pasarán varios centenares de miles de años antes de que la mayoría de los seres humanos sepan que se llama televisor, que no tiene nada de divino y que los más baratos son hechos en China, India o Malasia.

La ignorancia inicial convirtió al televisor en dios, el conocimiento científico lo puso en su lugar; no es nada más que un aparato hecho por el hombre para ver partidos de fútbol, llorar con telenovelas y – algunas veces- estar informado.

Según dijo Arthur C. Clarke, uno de los más brillantes e imaginativos escritores de ciencia ficción, “la ciencia en determinado momento se puede confundir con la magia”.

Bien, ahora estamos en el presente, tratemos entonces de pensar en una civilización del futuro que nos lleve una distancia en tiempo como la que hay entre nosotros (con nuestros televisores inteligentes de pantalla curva) y aquél primitivo hombre-mono peludo de cientos de miles de años atrás.

Qué fantástica tecnología habrán desarrollado? Qué aparatos maravillosos podrán haber construido y, al enfrentarnos a ellos, podremos reconocerlos?

Estarán entre nosotros, viviendo una realidad tan en el futuro que no podemos comprender, ni siquiera identificar?

Será por eso que no podemos entrar en contacto con extraterrestres y que, quizá, jamás podamos?

Ruego porque haya civilizaciones intermedias con las que sí lo logremos y en mi tiempo de vida, si no fuera pedir muchos gustos… por favor!

Nota: Parte de este artículo está basado en comentarios aparecidos en una publicación de The Space Academy, organización de divulgación científica que me permito recomendarle.

Más de Otto Martín Wolf aquí…

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