spot_imgspot_img

De los sueños al desencanto: nadie elige ser pobre

Chasty Fernández

Nadie elige ser pobre. La pobreza no es fruto de la pereza ni de la falta de voluntad, sino de sistemas que excluyen de oportunidades que nunca llegan. Ser pobre no se reduce a no tener dinero: es no poder llenar la mesa, no acceder a salud, no tener vivienda segura, educación de calidad ni voz en los espacios donde se decide el destino del país. Es vivir con miedo, sin seguridad, sin dignidad.

En Honduras, millones de personas sobreviven en esa lucha silenciosa. Trabajan jornadas interminables, pero el salario no alcanza para cubrir lo básico. Se esfuerzan por educar a sus hijos, aunque la escuela carezca de recursos. Soportan hospitales sin medicinas, calles sin luz, barrios sin oportunidades. La pobreza, más que una cifra, es una forma de exclusión cotidiana que se hereda de generación en generación.

La situación se agrava con el desempleo. En 2024 la tasa nacional fue del 5.2 %, pero en el primer trimestre de 2025 subió a 7.9 %, reflejando un deterioro preocupante. Este aumento responde al cierre de empresas y a la falta de creación de nuevos empleos, afectando con mayor dureza a las y los jóvenes y a las mujeres. La informalidad y la precariedad laboral hacen que incluso quienes trabajan vivan al borde de la pobreza. Tener empleo ya no significa vivir con dignidad.

Las y los jóvenes son el rostro visible de esta frustración. Durante años se ha repetido que la educación es el camino hacia el progreso. Y lo han creído, han invertido todo en obtener un título universitario, pero al graduarse descubren un país que no los espera. El mercado laboral formal es estrecho y los sueldos, insuficientes. Menos de la mitad de los graduados logra un empleo estable y relacionado con su formación. El conocimiento se convierte en esperanza truncada.

Y al otro extremo, quienes superan los 45 años se enfrentan al muro invisible de la edad. A pesar de su experiencia y compromiso, son descartados por un mercado que asocia juventud con eficiencia y madurez con obsolescencia. Muchos terminan en empleos informales o simplemente dejan de buscar. Se vuelven invisibles, aunque aún tengan tanto que ofrecer.

Ambas generaciones viven atrapadas entre la promesa del mérito y la falta de oportunidades. La pobreza no es una elección, sino el resultado de un país que no garantiza condiciones justas ni reconoce el valor de su gente.

Hoy, cuando se acercan las elecciones de noviembre y los discursos se multiplican, vale preguntar a quienes aspiran a gobernar: ¿cuáles son sus planes concretos para generar empleos dignos, reales y sostenibles? ¿Dónde están las estrategias para incluir a los jóvenes y valorar la experiencia de los mayores? ¿Qué harán para que el trabajo sea legítimo, protegido y verdaderamente humano?

Honduras no necesita más promesas vacías. Necesita visión, coherencia y voluntad política para construir un país donde la dignidad no dependa del salario, sino del respeto, la equidad y las oportunidades compartidas. Solo así podremos hablar, con verdad y orgullo, de un país sano, justo y realmente de cinco estrellas.

spot_img
spot_img
spot_imgspot_img

Lo + Nuevo

spot_imgspot_img