
Aunque parezca mentira, la mayoría de quienes vivimos actualmente en Honduras, aún no había nacido en 1995. Es decir, nuestro país sigue siendo bastante joven y más de la mitad de sus habitantes aún no tiene 30 años, según los cálculos del INE.
¿A qué viene el asunto? Pues a que hay muchos que no saben que, hace apenas 3 décadas, nuestras autoridades gubernamentales eran tan irresponsables que los presidentes, en su afán de gastar más y más para complacer a su clientela, ordenaban al Banco Central que imprimiera billetes y se los pasara al gobierno en forma de “préstamos para nunca sin falta”. Esto, en un contexto de baja productividad de trabajadores y empresas, generaba incremento en los precios y por tanto, más y más pobreza.
Para ilustrar lo dicho, vale la pena un ejemplo: lo que en enero de 1995 se compraba con 100 lempiras, en junio de 1997 valía 200. Es decir, el nivel de precios solo requería de 30 meses para duplicarse. Este fenómeno, provocado siempre por gobiernos inconsecuentes y bancos centrales sumisos, es lo que se llama inflación galopante y es la respuesta más facilista que los gobiernos tienen para “quedar bien” con sus electores, sin que estos noten el daño que se les provoca.
¿De qué servía entonces, que el gobierno consintiera en aumentar en 10% el salario mínimo, si luego les sacaba a los trabajadores un 45% de su salario cada año mediante su emisión desmedida de dinero? A ese 35% de diferencia se le denomina “impuesto inflación”. Lo más penoso es que la gente ni siquiera se daba cuenta de que, quien le estaba metiendo la daga por la espalda, era quien ellos mismos habían votado.
Afortunadamente, a partir de 1998, el Banco Central de Honduras, que siempre se caracterizó por agrupar el mejor equipo técnico del país, formado de manera rigurosa gracias a alianzas estratégicas con sus pares internacionales, con quienes también compartía una cultura basada en la meritocracia interna y que, además, estaba vacunado contra la ominosa costumbre de despedir a sus empleados con los cambios de administración, empezó a conformar directorios profesionales serios y decididos a terminar con la mala costumbre de fustigar a la gente con inflaciones desbordadas.
Desde entonces y en lo que va del siglo, la inflación en Honduras tiende a ser cada vez mas baja. A partir de 2004, siempre ha sido de un dígito y los precios, que antes se duplicaban bianualmente, ahora lo hacen cada 6 a 8 años. ¡No está mal!, en algo hemos madurado. Pero no significa que hayamos llegado al nirvana en políticas públicas.
Los economistas libertarios abogan por una política monetaria competitiva, en que no exista un banco central que monopolice el dinero. Esto sería ideal, acabaría con la inflación. Sin embargo, no es políticamente realista en la situación que vive Honduras. Mientras tanto, habrá que lidiar con un uso conservador de la emisión monetaria para evitar inflaciones desbordadas y generar los incentivos adecuados a la producción.
Las buenas prácticas internacionales indican que para que un país pobre como Honduras experimente un despegue económico sostenible, debe haber una coordinación adecuada entre lo fiscal y lo monetario, sin subordinación. Lo ideal, es que el gobierno se concentre en utilizar los impuestos en proveer los bienes públicos fundamentales: Seguridad, justicia, educación y salud, de manera que deje que la política monetaria corra con la tarea de ajustar, como si fuera un termostato, la temperatura de la actividad productiva.
En efecto, es la política monetaria, mediante el ajuste en la tasa de interés, quien debería crear las condiciones para que haya mayor o menos actividad. Nuestro país, por ejemplo, requiere mayores incentivos a la producción de bienes y servicios, por tanto, es indispensable que la tasa de interés bancaria sea baja, pero no al punto de desincentivar el ahorro, elemento importantísimo para financiar el desarrollo.
Lograr este delicado equilibrio entre ahorro e inversión es crucial para garantizar empleo, innovación, competencia y, sobre todo, buenas señales a los mercados. Sin ello, seguiremos transitando por el calvario de la dependencia. Se requiere entonces de un Banco Central totalmente independiente. ¿Por qué no hacemos la prueba?
Ya existe un borrador de la nueva ley que le dará esa autonomía al gestor de la política monetaria. Ojalá y quienes hoy pretenden gobernar el país, tengan en su agenda dar este paso crucial. No podemos seguir arriesgando al país a la merced de políticos inescrupulosos. ¡Hagamos que las políticas públicas respondan a la gente, que para eso es que se mete uno a política!