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                                                            VIP

Daniel Meza Palma, Exsecretario de Planificación, agosto 1984-enero1986

La sigla VIP se utiliza para designar a una persona importante; al cliente que requiere y merece una atención especial. 

También es una prerrogativa que establecen los establecimientos privados para fidelizar a los clientes brindándoles la posibilidad de convertirse en compradores VIP bajo el cumplimiento de ciertos parámetros.

La percepción de ese trato preferencial puede resultar en una fantasía sí el recipiente no se percata que esa ‘calidad’ la debe generar él mismo: se la gana por cumplir diversos criterios que establece el negocio que lo otorga.

Y lo fantasioso a veces choca con lo real cuando el otorgante sin avisar aumenta los umbrales mínimos de los criterios; y aquellos que no alcanzan los nuevos umbrales son apartados del camino, a veces con cierta descortesía.

Por ejemplo, el trato VIP en el campo de la hostelería y restaurantes suele tener esta categorización:

1. Huésped VIP de nivel 3: agentes de viajes, recién casados, periodistas, organizadores de eventos o empleados de alto rango.

2. Cliente VIP de nivel 2: miembros de consejos de administración, propietarios, socios comerciales, jefes de Estado o de país o altos funcionarios gubernamentales.

3. Cliente VIP de nivel 1: líderes mundiales, hombres de negocios adinerados, actores o deportistas de alto nivel.

De hecho, existen otras categorizaciones vinculadas a otras industrias como la de aerolíneas y el trato preferencial a sus viajeros frecuentes.

La connotación de VIP cambia drásticamente cuando pasa al campo público y la exigencia del trato se convierte en abuso de burócratas que electos o nombrados, no importa cómo han alcanzado determinada posición, se torna en una pesadilla dentro del mismo sector público y alcanza al sector privado.

Mientras en el campo privado usualmente existen reglas escritas establecidas para el otorgamiento del trato VIP, en el campo público, prevalece más la mentalidad del funcionario que se autoconsidera merecedor de un trato diferenciado que al de simples mortales.

Y el costo de responder y sufragar los antojos de los funcionarios públicos resulta oneroso para los contribuyentes tributarios, pues la amplia gama de ‘merecimientos’ incluye desde el uso y abuso de bienes y servicios públicos, tangibles e intangibles; hasta pretender saltarse las filas y turnos adonde vayan; extender su privilegio a guardaespaldas que los acompañan; apartar a conductores de automóviles que se cruzan en su camino, etc.

La fantasía se transforma en dura realidad con más frecuencia en el campo público que en el privado, pues la temporalidad en posiciones públicas es a menudo más corta que cuando depende de la construcción de patrimonios e ingresos relacionados con actividades privadas, salvo en el caso de dictaduras políticas que alcanzan a permanecer más de un siglo en el poder (Rusia) y de allí surge el ansia de prolongar a cómo de lugar el disfrute de privilegios inmerecidos que no resultan del trabajo honesto, duro, sostenido y disciplinado de quienes se acostumbran rápidamente al trato VIP.

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