Las buenas ideas y su efecto benévolo

Julio Raudales

Es menester insistir, dejar bien claro, que no hay ninguna posibilidad de mejora social o avance en el bienestar humano sin crecimiento económico. 

Lo anterior no solo implica hurgar la tierra para hacerla producir alimentos o incrementar nuestra capacidad fabril para el consumo -ya se sabe que estas dos actividades tienen un fuerte impacto negativo sobre la naturaleza y el ambiente-, aunque eso no va en desmedro de la necesidad de dedicarnos a ellas. Sin embargo, el secreto del éxito económico va, principalmente por otra ruta.

Sabemos que la necesidad de reconocimiento y aceptación por parte de nuestros semejantes, la seguridad y auto realización configuran y complementan la Pirámide de Maslow. Pero no podremos aspirar nunca a la consecución de los valores espirituales si no aprendemos a satisfacer con creces las necesidades materiales.   

La experiencia y buenas prácticas indican claramente que, en el siglo XXI, generar riqueza y bienestar está ligado principalmente a la capacidad de tener buenas ideas y ponerlas en práctica. Esto implica, por supuesto, buscar alternativas más limpias y baratas para alimentarnos y satisfacer nuestras necesidades animales. 

Si no avanzamos por ahí, proseguiremos raudos nuestro camino a la destrucción de nuestra sociedad. Está claro que lo material es solo un componente del inmenso rompecabezas que el ser humano intenta armar para hacer más transitable su paso por el mundo, pero si no aseguramos esto, será imposible avanzar en lo otro.

Lamentablemente, en Honduras no lo hemos entendido y esto nos lleva por una ruta lejana contraria al desarrollo humano en cualquiera de sus concepciones modernas. En resumen: no hay posibilidad de felicidad sin bienestar material.

Lo triste es que no lo hemos interiorizado. Pese a los buenos ejemplos, a la multitud de casos de éxito que se exhiben a diario en los medios, no hemos sido capaces de aprender, al menos en lo mínimo, la importancia que tienen las buenas ideas para mejorar el bienestar.

Resulta patético y hasta bochornoso escuchar a reconocidos economistas y expertos en el tema, solazarse en la noticia de que Honduras crecerá en 2024 por encima del promedio latinoamericano. Es decir, pareciera motivo de fiesta exhibir tasas de crecimiento de 3.5 o 4%, cuando lo que requerimos es que nuestra producción aumente en, al menos, 6% durante un rango de 10 a 12 años. 

Si, aquellos que criticaban, no sin razón, a los funcionarios juanorlandistas que en su oceánica ignorancia pontificaban sobre el mediocre crecimiento exhibido en la década pasada, hoy aplauden, en inmoral concordia, lo que ayer denostaban. 

El crecimiento económico debe sustentarse en la productividad del capital, el trabajo y, sobre todo, en la capacidad de generar nuevo conocimiento mediante ideas disruptivas. A esto, que los economistas llaman crecimiento endógeno, es que debemos atenernos si queremos una sociedad mejor.

Gary Becker, quien obtuvo el Nobel de Economía en 1992 centró sus estudios precisamente en averiguar la influencia de la educación y el desarrollo de nuevas ideas para mejorar el bienestar. Sus aportes han sido cruciales para entender la importancia que las buenas ideas tienen para generar crecimiento económico y con ello.

Pero para ello es crucial que se cumplan al menos dos condiciones: un sistema educativo universal y abierto para que los niños y niñas lo tengan garantizado hasta los 18 años y, un esquema de salud abierto que asegure que no se enfermarán y podrán desarrollar sus talentos con facilidad.

Pero ninguno de estos elementos parece ser prioritario ahora. Las autoridades de la Secretaría de Educación claman constantemente por mayor y mejor atención, la cual no reciben y el sistema de salud colapsa enmedio de escándalos de nepotismo y sectarismo político.

O sea, la situación parece ser la misma que organismos internacionales como Naciones Unidas y otras han reclamado durante años. No hay salida si no entendemos bien qué es lo importante. No es ganar las próximas elecciones, tampoco dar trabajo a nuestra familia. Lo verdaderamente importante es aupar el espíritu de la polis. Pero la naturaleza parece no haber favorecido tanto a nuestra clase política.

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