Tegucigalpa – Una mujer aparentemente amable, educada, divertida y emprendedora con una historia de terror que no trasluce fácilmente.
Está sentenciada a 79 años de prisión por los delitos de homicidio y robo de vehículo.
La sicaria, como le llaman, ya tiene cinco años en la Penitenciaría Nacional Femenina.
Se trata de una privada de libertad a la que llamaremos “Carmen”, aparenta tener un comportamiento normal. Ella está condenada a 79 años de prisión por los delitos de homicidio y robo de vehículo.
“Estoy acá por triple asesinato y robo de vehículo, y fui parte de una pandilla», declaró la privada de libertad.
“Carmen”, quien lleva cinco años en la Penitenciaría Nacional Femenina de Adaptación Social (PNFAS), aceptó que se equivocó y le confesó a Proceso Digital que se convirtió en una sicaria, pero dice que su historia tiene que saberse.
“Estoy acá por haber cometido un error, tuve una niñez dura, mi mamá me abandonó y mi papá, cuando tenía siete años, me violó”, contó.
Y añadió que “lo hizo por dos años consecutivos, recuerdo que un día un hermano me fue a visitar y le conté lo que estaba pasando, mi hermano mató a mi padre frente a mí. Me llevó para donde mi mamá y luego él me violó”.
“Carmen” relató que eso le marcó la vida para siempre y prefirió dejar a su familia que seguir siendo abusada por sus parientes. “Yo dije que, si mi papá y mi hermano me violaron, no podía seguir ahí, me fui para la calle y encontré personas que me apoyaban a pesar de que todos eran hombres”, relató.
Siguió hablando: “la gente dice que uno se hace delincuente porque no quiere trabajar, pero no conocen lo que uno vive en la niñez, estando en la calle le gusta el dinero fácil, yo llegué a que me pagaran por matar personas”.
Se le secaron las lágrimas
La reclusa asegura que estar cinco años en la prisión le ha hecho cambiar su mentalidad.
“Las leyes terrenales me sentenciaron a 79 años, pero antes que todo confío en Dios y el conoce el corazón de todas las personas, uno comete errores, pero se arrepiente. Todos estos años acá me han servido mucho y he tenido una rehabilitación en un 90 por ciento”, se autocalificó.
Y prosiguió: “La vida acá ha sido bastante difícil, vine con mi hija que tenía cuatro meses de nacida y la tuve acá cuatro años. El golpe más duro que tuve fue cuando mi hija se fue, se la llevó mi hija mayor”.
“Carmen” es originaria de la norteña ciudad de San Pedro Sula. Esta mujer, confesa sicaria, padece de diabetes y dice que desde que se despidió de su hija las lágrimas se le secaron, no cree que exista un momento más duro en su vida. “No tengo enemigas acá, pero sufro mucho, ya no tengo lágrimas, la cárcel me hizo más fuerte”, relató.
Duerme mejor en la cárcel que en su casa
“Carmen” se dedica a pintar uñas y paredes en la prisión, asegura que se siente mejor presa porque allí, encerrada, no teme que la maten.
“En la calle nunca dormí feliz, teniendo a mis hijas era delincuente y nunca soltaba la pistola, ellas vivían con trauma, pero acá duermo más tranquila, acá nadie me hará nada y en la calle si corre peligro una”, señaló.
Como si se tratara de un simple cambio de empleo, Carmen afirma que si saliera de la penitenciaría no volvería a cometer delitos y preferiría vender tortillas a matar por encargo.
En medio de sus escabrosas memorias, “Carmen” quiere llamar a la gente para que aproveche su libertad y a que ame. Ella dice que nunca recibió un abrazo.
La historia de esta asesina a sueldo es una entre tantas que marcan la vida de un país donde la violencia recrudece en momentos en que las políticas de seguridad atacan frontalmente a las bandas organizadas y a las maras que tienen entre sus apéndices a cuerpos de sicariato.