Votando con los pies

Luis Cosenza Jiménez

Recientemente escuchaba a varios amigos, empresarios y creadores de empleo, comentar que han experimentado la pérdida de algunos de sus empleados.  Simplemente dejaban de trabajar y no se sabía de su paradero.  Desaparecían sin siquiera solicitar que se les pagara parte o todas sus “prestaciones”. Posteriormente escuchaban, de parte de otros de sus empleados, que los otrora empleados se habían marchado en busca del “sueño americano”. Al parecer, pese a los modestos esfuerzos del Presidente Biden y de su Vicepresidente Harris, la migración sigue igual o ha aumentado.  Es cierto que algunos se marchan por la inseguridad, el crimen y la violencia, pero la gran mayoría migra porque está convencida que lograrán un empleo con un salario digno y que vivirán mejor allá que acá.  Ante ellos se presentan dos alternativas: quedarse en casa o migrar. Evidentemente frente a estas opciones ellos votan con sus pies.  Deciden migrar, aunque sea caminando.  Pero veamos lo que ha venido sucediendo y tratemos de prever lo que podría suceder.

En primer lugar, todo indica que Estados Unidos no cuenta con una estrategia para reducir la migración.  Más allá de mensajes ingenuos diciéndole a nuestra gente que no migre, y de campañas en medios convencionales y sociales que solo benefician a los dueños de esos medios, el tema ha desaparecido del diálogo entre nuestras autoridades y las de Estados Unidos. Igualmente está ahora ausente del debate interno en Estados Unidos.  Lo único que hemos visto recientemente es la concesión de otra prórroga al TPS, lo cual casi garantiza que a quienes participan en dicho programa se les concederá la Residencia Permanente y eventualmente la ciudadanía. Este tipo de medidas, justas y necesarias, alientan las esperanzas de quienes consideran migrar.  Es a los hechos, y no a las palabras, a lo que los potenciales migrantes prestan atención.

Por otro lado, los noticieros de Estados Unidos continuamente informan que los empresarios y los emprendedores no logran contratar al personal que necesitan. Recalcan que hay alrededor de diez millones de puestos de trabajo vacantes.  Se habla de empleos, como los conductores de camiones de carga, que continúan vacantes a pesar de pagar alrededor de cien mil dólares anuales.  Si bien el sueldo es más bajo, también hay una gran necesidad de enfermeras.  Esto lo saben nuestros compatriotas que residen en Estados Unidos y se lo comunican a sus familiares en Honduras.  No es de extrañarse entonces que decidan migrar, a pesar del peligro que corren al cruzar México, donde los maleantes y el Presidente López Obrador se han convertido en sus peores enemigos.

Para colocar el tema en perspectiva, veamos las cifras de remesas. En 2018 las remesas llegaron a 4,884 millones de dólares y crecieron un 10% con respecto al año anterior.  En 2019  sumaron 5,523 millones, un aumento del 13% con respecto al año precedente.  En 2020, en plena pandemia, crecieron en un 4% y llegaron a 5,737.  Para 2021 se espera que lleguen a 7,100 millones, lo cual implicaría un incremento del 24%.  Puesto de otra forma, en mes y medio las remesas generan el mismo monto en divisas que el sector café produce en todo el año.  De 2018 a 2021 el crecimiento en remesas es de un 45% y obliga a pensar que, al menos parte de esto se debe al crecimiento del número de compatriotas que han migrado a Estados Unidos.  Hay quienes aseguran que un millón de hondureños han migrado a Estados Unidos, pero esa misma cifra se menciona desde hace varios años.  Es seguro que la cifra actual es considerablemente más alta.  

Se dice que anualmente migran unos trescientos mil compatriotas y que quienes residimos en Honduras somos unos nueve y medio millones.  Si suponemos una tasa de crecimiento demográfico del dos por ciento, entonces la población residente en el país se estaría reduciendo anualmente en un poco más de cien mil personas.  Por tanto, en una década nuestra población se reduciría en un millón de personas.  Algo similar ocurrió en El Salvador, así que esta situación no debería extrañarnos.  No obstante, deberíamos hacer un esfuerzo por confirmar a cuanto realmente asciende el número de hondureños que residimos en el país.

No veo razón alguna para pensar que la migración cesará o se reducirá.  Hay quienes arguyen que el deseo de migrar se reduce notablemente cuando el ingreso per cápita alcanza los ocho mil dólares.  Nosotros estamos lejos de esa cifra y nos tomará muchos años alcanzarla.  Mientras tanto seguiremos perdiendo a nuestra mejor gente, a los potenciales emprendedores. La definición clásica de un emprendedor es una persona dispuesta a tomar riesgos por mejorar su situación, y eso también describe a la mayoría de quienes emigran de nuestro país.  Claramente que eso dificultará desarrollar nuestro país, pero a la luz del contraste que resulta de comparar las oportunidades que ofrece Estados Unidos en cuanto a la calidad de la vida y del empleo con lo que ofrece Honduras, nuestra gente seguirá votando con sus pies.  No hay razón alguna para pensar que eso cambiará.

En el Bicentenario de nuestra independencia de España debemos hacer un examen de conciencia y preguntarnos que habría que hacer para que nuestra Nación se desarrolle y los hondureños no sintamos la necesidad de migrar.  A mi juicio eso comienza con la renovación de la clase política en las elecciones de noviembre.  Hagamos honor a los ideales de nuestros próceres y comprometámonos con el cambio de la clase política para cimentar una patria desarrollada, solidaria, equitativa y justa.

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