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Volviendo al campo

Por: Luis Cosenza Jiménez

Los gobiernos típicamente promueven que volvamos al campo, y este gobierno no es una excepción. Recientemente ha anunciado la creación de un fideicomiso de mil seiscientos millones para financiar, por medio de la banca privada, principalmente el cultivo de granos básicos a una tasa anual del 7.25% y a plazos razonables. Muchos han, correctamente, aplaudido la loable iniciativa y otros ya cuentan los quintales de maíz y frijoles que se producirán próximamente. Sin embargo, ¿bastará con esto para reactivar la producción de granos básicos? Me parece que no. Permítanme explicar por qué.

En primer lugar, el Presidente de Prograno, la organización que agrupa a un importante número de productores de granos básicos, piensa que pocos de ellos serán elegibles para gozar del financiamiento anunciado. Según dice él, el 95% de los agremiados en Prograno “están en la Central de Riesgo y tienen topadas sus garantías”.

Ahora bien, estar en la Central de Riesgo no es necesariamente malo. El problema se da cuando el historial de la persona muestra un reiterado incumplimiento de sus obligaciones financieras. Si alguien aparece como reincidente en el pago de sus préstamos, se vuelve muy difícil que una institución financiera arriesgue los ahorros de los depositantes para financiarle. Peor aún cuando las garantías que podría ofrecer para asegurar el pago de su obligación ya fueron usadas para obtener préstamos anteriormente. En resumen, si las apreciaciones del Presidente de Prograno son correctas, es muy probable que la gran mayoría de los agremiados en esa organización no puedan acceder a los recursos del fideicomiso.

Sin embargo, es posible que los campesinos organizados, que son medianos productores, si puedan beneficiarse y producir. No obstante, un dirigente campesino ha declarado que no tendrán acceso al financiamiento debido a que no cuentan con títulos de propiedad y por tanto carecen de garantías que puedan ofrecer a la banca privada. Por lo tanto, tampoco esta vía parece ser viable.

Dando un paso atrás y viendo el panorama general, se nota que la inseguridad, tanto jurídica como personal, afecta fuerte y negativamente al campo. Además, nuestro país cuenta con un reducido porcentaje de tierras arables, y las mejores tierras están dedicadas a cultivos de exportación, caña de azúcar, palma africana, banano, vegetales orientales, y otros. El café, que normalmente no es cultivado en tierras arables, es también exportado. En otras palabras, en el campo los cultivos de exportación parecen prosperar y crecer, pese a la inseguridad y sin necesidad de fideicomisos estatales, mientras que el cultivo de granos básicos languidece y se atrofia, a pesar de los fideicomisos y del apoyo estatal. Si bien esto parece paradójico, deja de serlo si se recuerda que es precisamente la intromisión estatal la que explica la paradoja. Mientras en los cultivos de exportación los productores están a la merced del mercado, conocen las reglas del juego y estas son invariables. En tanto, en el caso de los granos básicos, los gobiernos no resisten la tentación de trastocar los mecanismos del mercado. Cuando los precios son bajos dejan que el productor sufra y pierda, y cuando los precios suben, los gobiernos caen presa del populismo e impiden que los productores tengan utilidades. En pocas palabras, quienes cultivan para el consumo interno tienen años malos y peores. Nunca un año bueno. En aquello que se cultiva para consumo nacional, no hay reglas del juego estables e invariables. Lo único que esos agricultores saben es que en sus afanes populistas los gobiernos les impedirán que en años buenos se resarzan de las pérdidas sufridas en los años malos. Esta es la diferencia fundamental entre la agricultura de exportación y la agricultura para consumo nacional. A nadie debe sorprender, por tanto, que los empresarios agricultores, los que tienen acceso al crédito y a la tecnología, cultiven para exportar, y que la producción para consumo nacional continuamente se contraiga.

Volver al campo, o mejor dicho producir para consumo nacional, tendría sentido si los gobiernos se comprometieran a no trastocar los precios que dicta el mercado, ni a prohibir la exportación. Una vez que esto ocurra, y que los agricultores puedan confiar en la palabra de los gobernantes, se podrá iniciar el camino para convertirlos en sujetos de crédito. Solo así podremos realmente volver al campo.

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