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Un recorrido por el bicentenario.

Por: Juan Alberto Lara Bueso

Este 15 de septiembre se cumplen 198 años cuando las cinco provincias de Centroamérica proclamaron su independencia de la corona española, restando apenas 2 años para arribar a su Bicentenario en el 2021. En septiembre de 2017 el Presidente de la Republica juramentó la Comisión del Bicentenario de Independencia, integrada por notables ciudadanos, encargada de organizar y programar la conmemoración de esta fecha histórica.

A mi entender, este acontecimiento no debería estar dirigido solamente a la programación de actos cívicos y culturales en los centros educativos, instituciones públicas y en la misma población. La Comisión Presidencial, que seguramente ya se encuentra dedicada a la preparación de los trabajos iniciales, tendría y así lo concibo, la tarea de encomendar estudios académicos sobre el acontecer político, social y económico de nuestro país, desde el año 1821 con énfasis a partir del Centenario en 1921.

A propósito, don Juan Ramón Martínez, Director de la Academia Hondureña de la Lengua y miembro de esta la Comisión, escribió en el diario La Tribuna (20 de agosto de 2019) el artículo “El Bicentenario de la Independencia”, comentando algunas propuestas personales y de otros colegas sobre actividades que pueden materializarse para este acontecimiento; y a la vez expresando su sentir y dudas por la apatía general y gubernamental para apoyar las iniciativas propuestas. Así como están o van las cosas en el país, el Bicentenario no es prioridad, especialmente para la clase política que solamente tiene apuntada en sus agendas la ruta desde ya anticipada, hacia las próximas elecciones generales de noviembre de 2021 y que casi coinciden con la conmemoración de los doscientos años de nuestra independencia. Y lo mismo sucede con la misma sociedad en general, que se encuentra sumergida en la confrontación e intolerancia con sentimientos hasta de odio hacia quienes adversan sus actuaciones y pensamientos.

Haciendo un recorrido histórico, no podemos desconocer o ignorar lo acontecido en Honduras durante la pasada centuria. Fue en ese tiempo, escenario de guerras intestinas protagonizadas en su mayoría por caudillos – civiles y militares – para obtener o conservar el poder de la nación, originando a la vez dictaduras. Y lo más preocupante es que estas conductas aún se mantienen en muchos sectores de la sociedad política, civil y gremial, nada más que acogidos en la llamada “democracia” en su participación protagónica en los diferentes campos de sus competencias. Igualmente el territorio hondureño ha sido sede de intervenciones externas, motivadas por intereses geopolíticos y empoderamiento de los recursos y de la economía nacional.

Sumado a estos avatares, el país ha sido afectado constantemente por desastres naturales que han retrocedido e impedido nuestro desarrollo como los huracanes y tormentas tropicales: Gilda en 1954, Francelia en 1969, Fifí en 1974, y el Mitch en 1998 el más devastador de la historia. Siempre que nos ocurren estos trastornos humanos y naturales, reaccionamos con iniciativas de diversas motivaciones buscando posibles soluciones. Se abren debates y se integran comisiones para concertar diálogos políticos, planes de desarrollo, pactos y foros de unidad o de convergencia, plataformas gremiales, pero todas las tentativas quedan en fracasos porque casi siempre los sectores o dirigencias interesadas quieren ser protagonistas y vencedoras, predominando la descalificación y desconfianza entre unos y otros.

Apartándonos de estas vicisitudes, con optimismo debemos ver las iniciativas del amigo Juan Ramón y de otros pensadores para que esta conmemoración quede registrada con obras de impacto nacional. Y para ello nos remontamos a la celebración del centenario de la independencia nacional cuando el gobierno de Rafael López Gutiérrez construyó el monumento conmemorativo “El Obelisco”, inaugurado el 15 de septiembre de 1921 y colocado en aquel entonces al inicio de la ciudad Comayagüela.

Podríamos pensar entonces, en obras importantes como el aeropuerto internacional que se está construyendo en Palmerola, que no será solo para uso de los capitalinos, sino también para muchos lugares del interior del país.

De acuerdo a datos del gobierno, comenzará operaciones en el 2021, sugiriendo que sea inaugurado con el nombre “Aeropuerto del Bicentenario”. También pueden planificarse o continuar otras obras como la recuperación del centro histórico de la capital con las restauraciones de sus edificios, las remodelaciones de los parques incluyendo El Picacho, Cerro Juana Laínez y El Obelisco, entre muchos.

Y lo más anhelado y necesitado para los pacientes desprotegidos de la salud, es la edificación de un nuevo hospital público moderno para descongestionar los centros asistenciales existentes. Igualmente motivar a las alcaldías municipales para que en sus localidades se construyan obras conmemorativas a este evento, de beneficio para sus habitantes.

No podemos predecir lo que pueda suceder a dos años del Bicentenario; y ojalá que su conmemoración la esperemos y celebremos con fervor cívico y aprovecharla para recupera nuestra unidad e identidad nacional. Lo que auguraríamos también – como un sueño o una realidad – que los hondureños disminuyéramos la confrontación y la desconfianza para encontrar soluciones a la pobreza con mejores servicios de salud, vivienda, empleo digno, educación de calidad, asistencia en la agricultura rural; la problemática de la inseguridad jurídica y ciudadana, la corrupción e impunidad y la constante lucha contra el crimen común y organizado. A contrario sensu, tendríamos que esperar otros cien años y más, para saber que le sucedería a nuestra Honduras y que solamente enfrentarían nuestras generaciones futuras.

Embajador en condición de retiro

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