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Sedientos

Por: Luis Cosenza Jiménez

Recientemente Tegucigalpa ha padecido sed.  Los racionamientos de agua se han generalizado y profundizado.  En muchos casos, los hogares han recibido agua cada tres semanas. 

El problema se ha agravado de tal forma que aún quienes disponen de recursos económicos no encuentran quien les venda agua.  La falta de energía eléctrica es una incomodidad, pero se puede vivir sin energía eléctrica. Hay sustitutos para ella. Sin embargo, no hay sustitutos para el agua.  ¿Qué nos espera a los capitalinos? ¿Será que la escasez de agua nos obligará a migrar? Analicemos la situación y veamos a qué conclusiones podemos llegar.

Comencemos por el principio.  El agua no se crea, ni se destruye.  En nuestro mundo el volumen de agua ha permanecido igual a lo largo del tiempo.  El agua está principalmente almacenada en los océanos, ríos, lagos, témpanos, en acuíferos subterráneos y en los organismos vivientes.  Cuando esos organismos mueren y son sepultados devuelven hasta la última gota de agua al suelo. El sol evapora el agua de donde está almacenada y los vientos, producto en última instancia también de la actividad solar, transportan las nubes cargadas de pequeñas gotas de agua, a diferentes lugares.  Eventualmente, como consecuencia de fenómenos naturales, las pequeñas gotas de agua chocan las unas con las otras, crecen en tamaño, se vuelven muy pesadas y cae la lluvia. Esa lluvia luego regresa a los embalses y el ciclo se repite nuevamente. Puede que en un año llueva más que en otro, y puede que los vientos lleven a las nubes por caminos diferentes cada vez, por lo que nosotros notamos diferencias de un año a otro.  Sin embargo, el volumen global continúa siendo el mismo.

A lo largo de la historia, las civilizaciones siempre se han establecido muy cerca de una fuente de agua “dulce”, es decir, hasta en estos nuestros tiempos, el agua de nuestros mares, la más abundante por cierto, no ha sido una opción para calmar nuestra sed.  Desde el inicio también hemos pensado que el agua es gratis. Nos la brinda la naturaleza sin costo para nosotros. La gratuidad del agua era evidente cuando cada quien la recogía en cántaros del río o lago, o cuando cada quien construía su pozo o su sistema para transportar el agua a su casa.  Sin embargo, con el paso del tiempo y con el crecimiento de la población, se volvió necesario construir obras para represar el agua y así asegurar el suministro aún en la estación seca. Además, hubo que invertir para potabilizar el agua y para construir los sistemas para distribuir el agua a las viviendas.  El agua sigue siendo gratis, pero no así las obras necesarias para represarla, tratarla y distribuirla. Alguien debe pagar para poder construir esas obras.

En el caso de Tegucigalpa, tenemos dos problemas.  En primer lugar, la distribución del agua es muy deficiente.  Hay quienes estiman (no se sabe a ciencia cierta puesto que no se mide el consumo de los usuarios) que se pierde la mitad del agua que se inyecta al sistema de distribución.  En segundo lugar, el crecimiento poblacional ha llevado a que el volumen de agua almacenada en nuestras represas sea insuficiente. Nótese que las fugas en el sistema de distribución son producto del mal estado de la tubería, lo cual permite que ingrese a la tubería agua contaminada cuando desaparece la presión en el sistema de suministro de agua, lo cual ocurre durante los racionamientos.  La deficiencia del sistema de distribución, además de privarnos de alrededor de la mitad del agua de nuestras fuentes, termina provocando serios problemas de salud en nuestra población. Por estas razones, y porque requiere menos inversión y menos tiempo, lo primero que deberíamos hacer es mejorar sustancialmente nuestro sistema de distribución, a la vez que emprendemos otros proyectos para aumentar la capacidad de almacenamiento de nuestro sistema.

Para mejorar el sistema de distribución es necesario conocer su estado y para ello se requiere saber cuánta agua perdemos y dónde.  Esto a la vez demanda que midamos el consumo de todos los usuarios. No es posible conocer el nivel de pérdidas del sistema si no medimos el consumo.  El primer paso, por tanto, debe ser instalar un medidor a cada usuario y cobrar según el consumo. Mucho se habla del “precioso líquido”, pero si no medimos y si no recuperamos el costo del almacenamiento, tratamiento y distribución del agua, el problema, simple y llanamente, no tendrá solución.  Los “llamados a la conciencia” que se escuchan en algunos medios de comunicación evidentemente son insuficientes para lograr los resultados que deseamos.

Por supuesto que al final caeremos en el problema del diseño del pliego tarifario, pero a mi juicio eso puede solucionarse siguiendo los lineamientos de la Organización Mundial de la Salud, según la cual, una persona debe contar con entre 50 y 100 litros de agua diariamente para satisfacer sus necesidades.  Siendo eso así, y considerando que según el INE en Tegucigalpa en una vivienda, en promedio, vive un poco más de cuatro persona, entonces, suponiendo 50 litros diarios, una vivienda de cuatro personas requeriría seis metros cúbicos de agua mensualmente. La tarifa podría diseñarse de tal forma que esos seis metros cúbicos tengan un muy módico costo, supongamos que eso sería dieciocho lempiras.  Los siguientes cuatro metros cúbicos podrían costar cinco lempiras por metro cúbico, los siguientes diez metros cúbicos diez lempiras por metro cúbico, los siguientes veinte metros cúbicos se podrían facturar a quince lempiras por metro cúbico, y el exceso de cuarenta metros cúbicos se podría cobrar a veinte lempiras por metro cúbico. De esta manera quien consuma seis metros cúbicos pagaría dieciocho lempiras, quien consuma diez metros cúbicos pagaría treinta y ocho lempiras, quien consuma veinte metros cúbicos pagaría ciento treinta y ocho lempiras y quien consuma cincuenta metros cúbicos pagaría seiscientos treinta y ocho lempiras.  Las cifras son aproximadas y deberían ser revisadas para reflejar la verdadera situación financiera de la empresa de agua. Simplemente he querido ilustrar como puede diseñarse un pliego tarifario que tome en cuenta las necesidades mínimas de las personas y que a la vez transmita un mensaje que refleje el costo de proveer agua a los usuarios.

Al final, a pesar de todo lo que podamos hacer, el crecimiento poblacional llevará al racionamiento.  En ese momento, según la experiencia en otros países, solo nos quedarán dos opciones. Una es reciclar el agua, es decir filtrar y tratar las aguas ya servidas para usarlas nuevamente.  Esto ya se hace en algunas ciudades en países desarrollados. La otra es utilizar el agua del mar, nuestra fuente más importante, desalinizándola, cosa que ahora es más viable debido a la caída de los precios de la energía fotovoltaica.  Ya otras ciudades en países desarrollados recurren a este método para proveerse de agua. No obstante, el primer paso en la búsqueda de soluciones debe ser mejorar la eficiencia de lo que ya tenemos. Debemos cambiar nuestra manera de pensar sobre el agua.  Es un recurso precioso que debe ser manejado eficientemente y provisto a un precio que refleje el costo de almacenar, tratar y distribuir el agua. Comencemos por allí.

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