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Repensar los sindicatos

Jp Carías Chaverri

Para la empresa privada, y buena parte de la población, los sindicatos son sinónimos de huelgas, de producción paralizada, de gente que no deja trabajar. El papel heroico de la huelga del 54, que sentó las bases de la protección laboral, se ha venido diluyendo en las últimas décadas, en una crisis de credibilidad que vino también manchada, como casi todo en Honduras, por sospechas de corrupción.

Sin embargo, diversos teóricos hacen repensar el papel de los trabajadores organizados. Resulta que los países con mayor nivel de calidad de vida del planeta tienen altas tasas de sindicalización; “Incluso si la tasa general de sindicación ha disminuido en los últimos 10 años en los tres países escandinavos (Suecia, Finlandia y Dinamarca, dejando por fuera del análisis a Islandia por su reducido tamaño y a Noruega por su petróleo), Dinamarca aún se acerca al 70%. Ningún otro país europeo tiene una tasa comparable” y en Suecia y Finlandia el porcentaje es similar, (Paquin, S., Lévesque P.L., et al, 2014, p.149)

Respecto a esto el economista norteamericano Paul Krugman ha señalado (New York Times, April 12, 2021) que la debilitación de los sindicatos en Estados Unidos y otros países del mundo ha favorecido el proceso de concentración de la riqueza de los últimos años, ya que de una u otra forma, los trabajadores organizados eran el primer freno interno a la cadena de codicia de las corporaciones.

En Quebec, Canadá, la presencia sindical es evidentemente mayor, que al resto de Norteamérica. Salta a la vista en las noticias, es uno de los aspectos que distingue el sistema Socialdemócrata quebequense.

De hecho, Paquin y Lévesque sostienen que, gracias a la interdependencia obtenida por Quebec del gobierno Federal canadiense, la provincia ha seguido un modelo socialdemócrata diferenciado del resto de Canadá, con niveles superiores de impuestos (38% del PIB vs 31% de Canadá), pero también de inversión social y a la vez un nivel más bajo en inequidad social.

Aun así, se esboza al sistema socialdemócrata escandinavo como una versión superior, en buena medida debido a las correcciones realizadas en los noventa, muchas de ellas basadas en la descentralización, ya que claramente el desempeño de estos países social y económicamente ha sido mejor.

Y estas correcciones fueron para reducir la excesiva estatización de la economía que las poblaciones empezaron a percibir como negativas, lo cual le costó el poder político a la socialdemocracia, pero no un cambio de sistema.

Aunque los socialdemócratas, como partido político, se han alternado en el poder, la cantidad de inversión social es hoy en la mayoría de los países escandinavos de un nivel muy similar, e inclusive mayor, que cuando los socialdemócratas estaban al mando (102).
En otras palabras, se agregaron patrones de eficiencia. Porque, aunque los datos indican una alta tasa de sindicalización, los países escandinavos, no son precisamente famosos por prolongadas huelgas o agrias disputas entre patrones y obreros, que desemboquen en crisis institucionales.

En Quebec, en cierto tiempo usted podía ver a los policías con pantalones de colores, en lugar de sus uniformes, y esa era la forma del sindicato de protestar. O bien los buses y el metro tapizados con letreros, durante meses, explicando a la población el conflicto, antes que cualquier paralización ocurriese, si es que alguna vez eso pasaba.

Sin embargo, si han sucedido ocasionalmente disrupciones en los ciclos de producción debido a movimientos laborales, como lo ocurrido en el servicio postal (2018) o en los puertos (2021). Es decir, aunque innovadores en sus métodos de protesta, hay momentos que los límites se alcanzan.

Estos límites en Honduras siempre lucen bastante cortos y normalmente se pone a la calle primero como el único método que funciona. Mejor pedir perdón que pedir permiso. Primero soltar el sopapo y después platicar. Y que se frieguen los transeúntes, los usuarios, los consumidores, y la productividad.

¿Es que el gobierno y los empresarios es la única forma que comprende? Quizás si se mostrasen los 50,000 intentos anteriores de dialogo el argumento ganaría credibilidad, pero no es algo que siempre se hace. Y es evidente que los gobiernos y empresarios también deben poner de su parte y ser abiertos a nuevas formas de resolución de conflictos, que no sean burdas tácticas dilatorias, sino que realmente funcionen.

Puede que sea un buen momento para repensar a los sindicatos y los movimientos populares, que pudiesen retomar su papel protagónico, como defensores de los trabajadores y reductores de la inequidad, pero dejando atrás aquellas huelgas y movilizaciones, muchas de ellas estériles, que terminan afectando a terceros (que no tienen nada que ver) y en definitiva a ellos mismos, por los efectos negativos en los procesos de producción.


Paquin, S., Lévesque P.L., et al, (2014), « Social-démocratie 2.0 L e Québec comparé aux pays scandinaves », Les Presses de l’Université de Montréal.

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