Por: Ricardo Puerta
Tegucigalpa.- Según los medios, el triunfo electoral de Trump fue una sorpresiva victoria para un popular empresario, que había quebrado seis veces en sus negocios, neófito en política, sin experiencia en un cargo del sector público,
que nunca ha divulgado su planilla anual de impuestos -y que a su favor- supo capitalizar las preocupaciones económicas de los votantes, aprovecharse de las tensiones raciales y superar una serie de acusaciones de abuso sexual que le salieron en el camino a la Casa Blanca.
El triunfo electoral de Trump como 45to. Presidente de Estados Unidos en noviembre del 2016 no lo esperaban ni sus más cercanos colaboradores, con excepción de dos: Jeff Sessions y Steve Bannon, hoy ambos fuera del equipo presidencial.
Melania, su esposa, y ni siquiera Trump, esperaban que el candidato del Partido Republicano triunfara en la última elección presidencial estadounidense.
Con pocas diferencias, la actual campaña de re-elección de Trump se basa casi en las mismas variables triunfantes que lo llevaron a la Casa Blanca. Y una vez instalado en ella, desde el 2017, ha seguido una clara línea anti-migratoria, según Trump, “para complacer a sus votantes”.
La agenda política anti-migrante de Trump contradice la historia y tradición de Estados Unidos, nación de inmigrantes en leyes e institucionalidad. Así fue hasta el 2017, año en que empezó su mandato. Hasta entonces, los Estados Unidos significaba para muchos -dentro y fuera de ese país- la potencia mundial más defensora de la libertad, democracia y derechos humanos, al menos, en cuanto a inmigración.
Trump cambia el trámite porque no puede derogar la ley, ni el legado pro-migratorio estadounidenses.
Pero en la era de Trump, el Ejecutivo pretende “convertir sus intenciones anti-migratorias en política de la nación”. Para ello, emite decretos ejecutivos porque carece de los votos suficientes en el poder legislativo de la nación para cambiar la Constitución, leyes e instituciones vigentes, históricamente pro-migrantes. En su lugar, trata de resolver por acuerdos binacionales problemas migratorios que son regionales. Especialmente los causados desde octubre del año pasado, por las masías caravanas de inmigrantes irregulares, mediáticas, en su mayoría de origen centroamericano.
Cuando le sale mal lo que quiere hacer, Trump culpa a los demócratas, por mantener las “fronteras abiertas y sin control”. Aunque tiene razón al quejarse que están normadas por un sistema migratorio obsoleto, que aún no logra desenredar a capricho.
De contraofensiva, complica el trámite que exige la ley, agregándole trabas imposibles de satisfacer por los sujetos de derechos. Sus complicaciones buscan que el solicitante, por ejemplo, en caso de asilo, desista de su propósito. Y que “voluntariamente”, por frustración u otro sentimiento depresivo, pida que lo regresen a su país de origen, hecho que viola la normativa universal de asilo y refugio.
Regresar migrantes -en la forma antes descrita- violenta el fundamento principal de la no devolución: Los solicitantes de asilo no podrán ser deportados/retornados a su país de origen.
A lo que Trump agregaría, “como no tengo la Ley a mi favor, complicó su trámite para evitar que la misma beneficie al migrante. Llevemos al migrante detenido -a un estado mental- que bien se le puede “fomentar” hasta que por hastío u otro sentimiento de rechazo, pida “libre y voluntariamente” que lo regresen a su país de origen.
Pero la deportación también conlleva costos políticos. Sería “políticamente incorrecta” si se aplicara, por ejemplo, a los cubanos de tránsito por Honduras con destino a Estados Unidos, para asilarse. Ni tampoco a los cubanos que Estados Unidos regrese a Honduras, tras haber pedido asilo en territorio estadounidense.
La deportación de cubanos inmigrantes irregulares a la Isla puede resultar en un alto costo político para Trump. La diáspora cubana estadounidense representa un millón 350 mil votos solo en Florida. 7 de cada 10 emigrados cubanos electores, viven en ese Estado de la Unión Americana. Y Florida, en base a los votos que tiene en el Colegio Electoral de ese país 29, como Nueva York es uno los 7 estados que el candidato a la Presidencia estadounidense debe ganar para poder llegar a la Casa Blanca.
Según el Censo estadounidense del 2017 viven en esa nación 2.3 millones de habitantes de origen cubano, concentrados en 3 estados (Florida, California y Nueva Jersey), la mayoría (58%) con ciudadanía estadounidense y, por ende, con derecho al voto. Edad promedio 40 años. El 43% ha vivido en el exilio por más de 2 décadas. Su ingreso supera por poco al resto de los latinos en Estados Unidos. Comunidad latina de EEUU sumaba unos 60 millones en el 2018. Los cubanos y salvadoreños, dos comunidades geográficamente concentradas en un Estado diferente, representan el 4% de la población hispana en EEUU.
Desde que Trump es presidente, lograr una condición migratoria permanente en Estados Unidos –a través de un permiso permanente de trabajo, residencia o naturalización de residentes- se ha vuelto más complicado y anti-inmigrante. Evidencia: en las solicitudes de asilo de inmigrantes irregulares. Sigue sucediendo, aún cuando el sistema todavía reconoce que emigrar es un derecho humano inalienable y que pasar por una frontera “sin la debida documentación” es una falta administrativa, no un delito.
Por sus raíces, es irónico que Trump sea anti-migrante. Proviene de madre escocesa y abuelos alemanes inmigrantes. Se ha casado 3 veces, y todas, con inmigrantes, de raza blanca, naturalizadas en Estados Unidos. Una vez más se prueba que “para que la cuña apriete, debe ser del mismo palo”.
Como nota curiosa, el Presidente Trump abrió su actual campaña de re-elección 2020 el martes 18 de junio, 2019, en Orlando, Florida. En su discurso de lanzamiento casi repitió de los mismos argumentos que lo mantienen conectado con sus firmes simpatizantes, cuya proporción fluctúa entre el 36%y 40% del electorado activo de ese país.
Los estadounidenses opinan sobre Trump
Los recientes sondeos de opinión pública, hechos por firmas reconocidas, revelan los aspectos que más le interesan a los votantes de esa nación, cuando opinan sobre su actual presidente.
“El 54 por ciento dijo que se avergüenza de tenerlo como presidente, 57 por ciento piensa que está abusando la autoridad de su cargo, 60 % cree que él está por encima de la ley, 71 % dijo que no es sensato, 62 % dijo que no es honesto, 63 % no cree que es un buen líder, 59 % cree que a Trump no le importa el ciudadano promedio, y 63 % dijo que el presidente no comparte sus valores.
Dos características positivas destacan los entrevistados en Trump: su firmeza (58 %) e inteligencia (55 %)”.
El lector no debe cometer el error de concluir que Trump no ganará la re-elección, en base a los resultados anteriores. Todavía falta mucho para hacer desde ahora pronósticos confiables en una elección donde hay amenazas de juicio político al Presidente –impeachment— y el 3 de noviembre del próximo año es el día de la votación.
Además, hay 3 numerosos segmentos del electorado estadounidense que sumados, dan mucha duda al ambiente nacional. El votante nulo –que cancela boletas, sin optar por candidato alguno; el elector independiente –que vota por candidatos y no por partidos– y el votante abstencionista, que no vota el día de las elecciones. Estos 3 estratos de votantes pueden llegar a sumar más de la mitad del total electorado estadounidense, el cual muestra mucha división interna y polarizaciones.
Además de ser elecciones presidenciales, las próximas serán también parciales, o de medio término. Ese mismo día se eligen por 2 años, todos -los 435- miembros de la Cámara Baja o de Representantes, y por seis años, un tercio de los 100 miembros de la Cámara Alta o Senado del Legislativo en Estados Unidos.
Según expertos, el votante, en el día de elecciones, se decide más por asuntos locales y estatales, que por los nacionales e internacionales. Más por condiciones económicas de vida cotidiana –en municipios, vecindarios, empresas, familias, hogares y personas– que por los macros, de tipo federal, binacionales, multinacionales, regionales o mundiales. Y en base a todo lo anterior, se crean más dudas que afirmaciones cuando el tema migratorio es agenda nacional en una elección que no solo es presidencial.