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Manuel Gamero, la partida de un gran periodista

Por: Manuel Torres Calderón

Esta mañana una periodista amiga me llamó por teléfono y su voz me sonó con ese timbre tan particular, tan premonitorio, tan de sopetón, que tiene para manifestar sus preocupaciones o dar malas noticias. “¿Te enteraste ya?”, me dijo: “murió Manuel Gamero”.

Este que era un día normal, con nada más sobresaliente que el frío exacerbado de enero, cambió su tono. Para mí fue una noticia absolutamente inesperada, aún no se con precisión la causa de su muerte; la última vez que nos reunimos a tomar un café me pareció el Manuel Gamero de siempre, quizá un poco más optimista de lo que yo esperaba para mis expectativas de país. Tomó café negro y creo que pidió un postre que no era indulgente con el azúcar.

Él me había citado por teléfono y su preocupación sobresaliente era qué hacer en la coyuntura nacional, y me preguntó, puntualmente. qué me parecía la idea de que un grupo de periodistas crearan un espacio para circular informaciones y análisis sobre temas de fondo.

Coincidimos en la ausencia de debate en nuestra sociedad; y que más que una polarización real, lo que prevalecen son antagonismos por el poder, y que en ese escenario la libertad de expresión parece sometida a los alineamientos militantes. Esa preocupación la compartió plenamente.

Con el Licenciado Gamero, que era la fórmula que conservé para tratarlo desde inicios de los años 80 cuando en su calidad de Director de Diario Tiempo me contrató como joven reportero, coincidimos en la búsqueda y defensa de la veracidad como principio ético y método técnico para asumir posturas públicas a través de los medios de comunicación social.

Me gustaba que entre ambos no había necesidad de justificar esa manera de entender el periodismo. Desde la sala de redacción noticiosa de Diario Tiempo me había quedado claro que los periodistas somos escritores comprometidos y en resistencia, pero no generadores de expectativas e ilusiones falsas, y que esa posibilidad que el oficio ofrece de que nuestros pensamientos resuenen en voz alta es una responsabilidad extraordinaria, más que un privilegio.

Eso es lo que desde la columna de los editoriales planteaban, entre tantas opiniones valiosas, el maestro Ventura Ramos y el Licenciado Gamero. Don Ventura, desde su intelectualidad y profundidad marxista, y el Licenciado Gamero desde un liberalismo muy apegado a sus valores clásicos, particularmente a Rousseau y Voltaire, seguramente asimilados en su etapa formativa de Derecho.

Ambos provenían y tenían itinerarios distintos de vida e ideologías, pero encontraron valores humanistas en común que defender. En más de alguna ocasión alcance escucharles, desde el pasillo cercano, las particulares lecciones que a cada uno de ellos dejó la ilustración francesa del Siglo XVIII o las revoluciones del Siglo XX.

Es interesante el sincretismo que los columnistas llegaron a tener en sus editoriales. Seguro que había discrepancias y perspectivas diferentes entre los dos sobre el tránsito a la modernidad o la conquista de la democracia , pero prevaleció en ellos el respeto mutuo y al poder de las ideas. Esa es la visión, probablemente idealista, que asumí de lo que debía ser una sala de redacción; una sala viva, intensa, deliberante, apasionada.

De ellos aprendí que los editoriales y las noticias pueden orientar en una dirección específica de la realidad política, económica, social o cultural, pero que esas ideas no tienen el poder de cambiar por sí mismas esa realidad. Quienes pueden transformar radicalmente las instituciones y las relaciones entre los sujetos políticos y sociales son los ciudadanos. A ellos, a los ciudadanos, hay que tratar de proporcionarles los elementos precisos para que tengan el antejuicio correcto, pero no pretender imponer qué hacer o cómo actuar. El periodismo no puede desapegarse de las consecuencias que propicia en la vida de otros; sean estas buenas o malas.

Evidentemente no hay periodista ideal, ni periodismo ideal; nada de lo humano, con aciertos y errores, les es ajeno; lo que existen son periodistas y periodismo crítico, independientes, pero no neutrales, y que en reconocimiento a ello tienen la ardua tarea de respetarse a sí mismos cada día, porque el compromiso ético es retado cotidianamente por los hechos. Esa es una lección de aquel Diario Tiempo que dirigió el Licenciado Gamero y que se quedó en el imaginario como un modelo referente del buen periodismo hondureño.

Da pesar su partida tempranera, justo en un momento marcado por la crisis de país y, en lo particular, la crisis de la prensa, con su progresiva pérdida de credibilidad, flotando a la deriva entre el monopolio de las élites económicas y el monopolio de las ideas.

Queda pendiente el análisis de la herencia periodística de Manuel Gamero, tanto de sus críticas como de sus propuestas más relevantes. En general, está pendiente el estudio del conjunto de Diario Tiempo, de sus etapas, de sus contenidos, marcados por las esperanzas y, como no, por las decepciones o frustraciones.  Un Diario que supo construirse un nicho digno en la historia, pese a nacer y morir atado a la trayectoria y evolución de su propietario.

Seguro que, con la muerte del Licenciado Gamero, habrá quienes reivindiquen o valoren su ideología o su posición política o su estilo para escribir, unos a favor o en contra, y es natural que así sea; también habrá quienes se pongan en plan de juzgar la manera en que manejo su vida; yo, en la distancia del tiempo, me quedo con el escritor al que vi tecleando ideas en su modesta oficina del segundo piso en el barrio La Fuente, con el recuerdo del Director muchas veces malhumorado y hasta prepotente, y con el personaje que parecía ser siempre perseguido por sus luces y sombras; me quedo no con un mito ni un mártir; sino con el trabajador del pensamiento que pasará a la historia indisolublemente asociado a la exigencia democrática por un mejor país.

Descanse en paz, amigo.

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