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Lucha Libre

Víctor Meza

Tegucigalpa– Es un deporte rudo, con violencia simulada o real pero siempre visualmente grotesca. Muchos lo disfrutan con fruición sádica, mientras no faltan aquellos que lo condenan y repudian. Pero, sea como sea, este deporte goza de cuestionable legitimidad en el universo múltiple de los deportes que involucran la lucha cuerpo a cuerpo.

En este caso, la referencia a la lucha libre no persigue más objetivo que el de abordar un tema especialmente sensible: la lucha interna y la disidencia militante que ha aflorado con particular vehemencia en las filas del partido Libertad y Refundación. La ferocidad con que, a veces, se asume la crítica o la censura del militante o del simpatizante que disiente, hace aparecer el escenario político como si fuera un ring cualquiera en donde se libran combates de lucha libre. La descalificación del colega político, su estigmatización sostenida o el simple rechazo ofensivo a sus ideas y pensamientos, no son otra cosa que manifestaciones directas de la intolerancia política, una de las señales del pensamiento único y del totalitarismo excluyente en el mundo de las ideas.

La intolerancia conduce, más temprano que tarde, a la exclusión y el rechazo acrítico del pensamiento ajeno. Por lo tanto, divide y, en consecuencia, acaba debilitando al partido entero. “El que tolera, escucha; el que escucha, dialoga, y el que dialoga, comprende” dice uno de los mensajes expuestos en el Museo de la Intolerancia de la capital mejicana, para rematar después con otra sentencia concluyente: “La tolerancia es la relación armónica de nuestras diferencias”.

Pero, si manejamos la disidencia como si fuera un combate a muerte en el terreno de las ideas, lo más seguro es que acabaremos sumiendo al partido del que se trate en un submundo de canibalismo político. Algunos analistas prefieren decir “jibaritismo”, para hacer alusión al macabro arte de una tribu ecuatoriano-peruana – los jíbaros – que tiene la extraña costumbre de reducir las cabezas de sus víctimas a simples cabecillas.

El canibalismo es, al final de cuentas, la forma más grotesca que adopta la lucha interna en un partido incapaz de procesar democráticamente sus diferencias y desencuentros políticos. Como suele decirse, un partido democrático propone ideas, no las impone. O sea que las discute y somete a debate abierto, tan amplio como sea necesario y tan riguroso como sea posible.

Las controversias surgidas en torno a la próxima elección de la Junta Directiva del Congreso Nacional y, por lo tanto, del futuro presidente del Poder Legislativo, han puesto en la agenda nacional el tema de la disidencia política y su relación con la disciplina partidaria. No es un tema fácil y su manejo requiere mucha habilidad y no poca paciencia. Es una relación que debe servir como un termómetro político para medir el nivel de democracia interna y el grado de cultura política que prevalece en el partido en discusión. A mayor democracia interna, mayor debe ser el grado de tolerancia en los debates y menor la demanda de uniformidad ideológica o pensamiento único. Y, en consecuencia, más sólida será la disciplina interna y la libre convicción de asumir los mandatos partidarios como si fueran expresiones de coincidencia doctrinaria y no simple imposición desde arriba.

La disciplina partidaria no es ni debe ser una camisa de fuerza ideológica. Es una guía para articular y mantener la coherencia doctrinaria del partido. La disciplina es un método más que un sistema, es un medio antes que un fin. Su abandono conduce al desorden y al caos, pero su imposición desemboca en el rechazo y el repudio. La disciplina en ocasiones puede ser incómoda, pero sin ella el partido no existe.

Es cierto aquello de que los acuerdos políticos se cumplen, aunque, a decir verdad, no suele ser así. En este caso concreto, el acuerdo firmado al interior de la coalición opositora responde más a la urgencia política de la coyuntura electoral que al rigor jurídico de la legislación vigente. El que lo vea desde el ángulo puramente legal, difícilmente lo entenderá en su contenido y alcance. En cambio, quien lo analice desde la perspectiva política del momento, seguramente entenderá mejor su esencia y trascendencia. O, de lo contrario, acabaremos todos como afiebrados luchadores en la arena ardiente de la lucha libre.

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